viernes, octubre 27, 2006

Swarovsky

Pasarelas de París al cierre de los informativos. Desfilan escuálidas muchachas con vestidos salpicados de falsos diamantes de Swarovsky, esos cristales de orfebre bisutero que tienen precio de joya cara. La novedad reside en la articulación de las prendas. Como si se hubieran incorporado a la entrañas del tejido unos cuantos tramoyistas minúsculos y rijosos, las faldas, en apariencia por sí solas, ganan o pierden largo, las hombreras se hinchan o desmayan, los escotes se muestran espléndidos o avaros... Y como número final, traca para boquiabrir, la última de las sílfides desfilantes se detiene en la proa de la pasarela y espera a que se obre el milagro en su vestido: como una vela que se recogiera en la bocana del puerto sobre su arboladura, se le va plegando la ropa hacia arriba, recogiéndose por la desparramada pamela que la muchacha sostiene sobre su cabeza, desapareciendo en los entresijos del tocado y dejándola desnuda bajo los focos que se apagan cómplices para velar la carne blanca, el pubis que ella misma tapa pudorosa con su mano, los pechos sobre los que se abraza.

Daba la muchacha así desnuda tanto frío que se le adivinaban por dentro, entre las costillas y la cintura, algunos cristales de Swarovsky tintineándole los huesos como cubitos de hielo en un gin tonic.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"un recuerdo dormita como flojo cognac dentro de mí"

Cernuda.


R.


* Qué texto más maravilloso. (El suyo, desde luego)

Anónimo dijo...

¡Ay! ... ¡qué burra! el verso no es de Cernuda (es que estos días he pasado largo tiempo leyéndole y algo se queda).

Esta imágen bellísima pertenece a Vallejo.