viernes, diciembre 29, 2006

Chiuso

Como en el cuadro de Judy Morris, echo el chiuso durante algunos días a esta bitácora. Quisiera, no obstante, añadirle al cartelito unos versos de Alberto Caeiro.

Saludo a todos los que me lean,
les saludo y les deseo sol,
y lluvia, cuando la lluvia es necesaria,
y que en sus casas tengan
al pie de una ventana abierta
una silla predilecta
en la que se sienten a leer mis versos.
Y que al leer mis versos piensen
que soy algo natural:
por ejemplo, el árbol antiguo
a cuya sombra, cuando eran niños,
se sentaban de golpe, cansados de jugar,
y se limpiaban el sudor de la cabeza ardiente
con la manga de su guardapolvos a rayas.
La belleza es el nombre de algo que no existe,
que yo doy a las cosas a cambio del placer que me producen.


Pues eso, que a Vds. les permita el año entrante ponerle esa belleza a muchos de sus días.

jueves, diciembre 28, 2006

De la mano

Desde el comienzo del nuevo curso, cada vez que acompaño a mi hijo a sus clases particulares de inglés, se zafa de mí unos cuantos metros antes de llegar al portal de la academia: suelta su mano de la mía, emprende una breve carrera y se despide con un displicente movimiento de cabeza, sin darme siquiera ocasión de besarlo antes de irme. Si bien las primeras veces no le di apenas importancia a este inesperado desapego, al cabo de dos o tres semanas le interrogué sobre él. Con cierto embarazo y bajando la mirada, me reveló que prefería que no le besara delante de otros niños.
Posiblemente llegará el día en que mi hijo también haga suyas estas palabras que ahora rescato y que aparecen en el último libro de Muñoz Molina: "Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre". Hasta entonces y cuando me deja, disfruto de sus besos y tomo su mano como quien rebaña las ascuas de un día inolvidable.

Malentendidos

En los malentendidos como en la mala literatura, la polisemia es involuntaria.

miércoles, diciembre 27, 2006

Prisas

El polizón de nuestras prisas suele tener mala conciencia.

Lectura

Hay quien lee como quien corre, con la vista puesta en la meta. A mí me gusta leer como paseo.

Ángeles

La belleza de los ángeles debe de ser ambigua y arrebatadora: si se cuelan en medio de las conversaciones, si pasa un ángel, todos callan.

miércoles, diciembre 20, 2006

Il divino Marcello


Al final de los informativos de ayer se daba cuenta del décimo aniversario de la muerte de Mastroianni. Recordé entonces su libro Sí, ya me acuerdo... En septiembre de 1996, mientras trabajaba en el Viaje al principio del mundo con el director Manoel de Oliveira en un recóndito paraje portugués, Anna Maria Tató, su última compañera, realizó en paralelo un documental sobre el actor aprovechando los descansos del rodaje, captando sus testimonios íntimos, sus reflexiones. Apenas le quedaban dos meses de vida al actor. El libro, un hermoso libro, es la transcripción literaria de estas confesiones. De él entresaco ahora algunos párrafos:


Nostalgia del futuro

Cuando somos pequeños, los países que no conocemos y sobre los que tanto fantaseamos nos parecen siempre más bellos y misteriosos, incluso más reales que las ciudades donde vivimos. Tal vez la profunda fascinación de viajar permanece siempre ligada a esta especie de perspectiva fantástica que vuelve los lugares lejanos a la vez más misteriosos y reales que los que tenemos ante nuestros ojos. Según Proust, "los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos". Es una frase justamente famosa. Yo me permito añadir que acaso existen paraísos más atractivos aún que los paraísos perdidos: son los que no hemos visto nunca, los lugares y las aventuras que entrevemos a lo lejos; no a nuestra espalda, sino delante de nosotros, en un futuro que quizás un día, como en los sueños que se hacen realidad, conseguiremos alcanzar, tocar. Quién sabe, tal vez la fascinación de viajar radique en este encanto, en esta paradójica nostalgia del futuro. Es la fuerza que nos mueve a imaginar -o a ilusionarnos con ello- que haremos un viaje y encontraremos, en una estación desconocida, algo que podría cambiar nuestra vida. Acaso uno deja realmente de de ser joven cuando tan sólo es capaz de añorar y amar los paraísos perdidos.


El pueblo más cercano

Hay un hermoso relato de Kafka titulado El pueblo más cercano: “Mi abuelo solía decir: ‘La vida es asombrosamente corta. Ahora, al recordarla, me aparece tan condensada que, por ejemplo, casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano sin temer incluso que el espacio de tiempo en el que transcurre felizmente la vida no sea suficiente ni para emprender semejante viaje’. Cuando yo era joven me parecía que la vida era larguísima, eterna. Ahora, en cambio, cuando miro hacia atrás, a veces digo: ‘Pero, esa película, ¿cuándo la hicimos? ¿Hace cinco años? ¿Cinco años? ¡Qué va! ¡Hace quince! ¿Hace quince años?’ De joven, cuanto montas a caballo para hacer ese viaje, piensas que no tendrá fin, que será largísimo. Y luego en cambio, llegado a cierta edad, te das cuenta de que ‘el pueblo más cercano’ no estaba muy lejos, que realmente ha sido un viaje corto, ¡cortísimo! La vida: sí, a cierta edad nos damos cuenta de que ha pasado como una exhalación. Y el pueblo está ahí, muy cerca.

martes, diciembre 19, 2006

Café Gregorio

Suelo tomarme el café de media mañana en el Gregorio. Cuando anda tras la barra Chano y alguien le menta la pesca, puedes tirarte un buen rato esperando por la consumición. Se le va el santo al cielo. Ayer conversaba telefónicamente acerca de un libro de fotografías aéreas de la costa gallega. Si Chano habla por teléfono, es fácil enterarse de lo que dice: eleva el tono de voz tanto como si quisiera asegurarse de que la distancia con su interlocutor debe salvarla a medias con Telefónica. “Son unes fotos precioses –gritaba entusiasmado-. Ves toda la costa y cada una de les playes con una nitidez acojonante. Paez que están saltando les chopes nel agua.”. Chano habla de chopes y de furagañes como de sirenas. Va haber que atarlo a la cafetera como a Ulises al mástil; en cuanto oye la marea pierde el sentido y desatiende el negocio.

lunes, diciembre 18, 2006

Una cuenta pendiente


Al nieto del General Prats.






Ha pasado ya casi una semana y aún sigo dolorido. Tengo moretones por la espalda y a lo largo de las piernas. Si los presiono noto una punzada de dolor. Es real y concreta. Sin embargo, todo lo que recuerdo de aquel día es impreciso, como la memoria de las resacas. Sé que anduve rondando durante un buen rato la cola. Que finalmente me situé en ella. La corriente me arrastró entonces y caminé casi por inercia desde la calle hasta el interior del cuartel. Aunque a mi alrededor se hablaba, para mí eran todas aquellas palabras apenas un murmullo ininteligible: el curso rumoroso de la corriente. Cuando lo tuve bajo mis ojos, le sobrepuse por un momento el rostro de mi abuelo a su máscara, blanda pese a la rigidez, se lo sobrepuse a su ceño, marcial pese a la postración, y también a toda su chatarra condecorativa. Cuando se me fue el recuerdo y se quedó sólo el muerto, le escupí. Con la torpeza de un acto no premeditado y repentino, le escupí. Justo entonces, antes de que me clavaran sus uñas los que me rodeaban, juro por Dios que ví bajo la saliva esparcida de mi asco, cómo se empañaba desde dentro el cristal que lo protegía. No era sino el aliento póstumo de su rabia, por fin ya inútil.

viernes, diciembre 15, 2006

Un par de apuntes

De camino al trabajo vi grafiteada en una pared la palabra rencor. Traté de imaginármela al tacto y la hallé áspera. Me pareció, además, que aunque finalmente se borrara, la mano de quien la escribió siempre recordaría sus trazos.

A llegar a la oficina abro un correo de J.P. Termina así: Ayer vimos Un día de campo de Jean Renoir. Una preciosa película. Media docena de actores, un día de sol, un río, unas barcas y un chaparrón. Treinta y nueve minutos que nos llevan de la ilusión a la decepción.

jueves, diciembre 14, 2006

Cuento incendiario de Navidad


En la playa del Cervigón, las mañanas del verano son una delicia. Sus guijarros se extienden hasta un poco más allá del final del paseo marítimo. En esa prolongación recóndita buscamos acomodo. A nuestras espaldas se levanta una pequeña e inestable pendiente de tierra y vegetación por la que hasta hace tres o cuatro años todavía se podía ascender a través de una rudimentaria escalera de barro. Supongo que las lluvias terminaron con ella. Delante nuestro siempre se bate el océano. Y a nuestra izquierda, cuando sube la marea, nos aísla una hilera de rocas que parte la cala en dos mitades: la vertiente occidental suele ocuparse sobre todo en los días festivos y sobre ella se tienden los menos habituales; al otro lado de esa frontera de piedra andamos los asiduos, porque justo es allí donde la playa se vuelve milagrosamente silenciosa. Se hace, por ello, muy placentero recostarse al sol con un libro entre las manos o simplemente cerrar los ojos, avivar el fuego en el azogue de los párpados y guardar en la memoria para el abeto de la Navidad las chiribitas de esa hoguera. Por ver si hay suerte y arde.

Smoke

Al final del día,
cuando nuestro pequeño duerme ya en su habitación,
en la cocina se anuncia el café
como un tren esperado.
Vapor tibio
y aroma de reposo.
Quemamos en el andén
los últimos cigarrillos,
las últimas palabras.

Qué dulce puede ser el humo en la noche
si el sueño de los ángeles
no agita los posos ni las cenizas.

miércoles, diciembre 13, 2006

Sobreactuación


Oigo en la radio a un naturalista referirse a una rara mariposa que posee la facultad de camuflarse volviéndose transparente. Tan extraordinaria habilidad le hace exclamar, con entusiasmo lírico, que la dicha mariposa “se vuelve luz”. Y por si el tono no fuese suficientemente explícito, el entomólogo redunda: “es auténtica poesía de la naturaleza”.
De repente, ese innecesario subrayado final le ha quitado toda la magia al disfraz del lepidóptero.

martes, diciembre 12, 2006

Microtaxopoética

Porque en Montale y en cualquier otro poeta un poema no sólo dice, también suena. Suena a lo que dice y dice también una música, de manera que sentido y sonido son indisociables, tan esencial uno como otro.

La cuestión va más allá de los problemas de la traducción y podría servir para diferenciar tres tipos de poesía: dos que representan el extremo de la elección por el sonido o el sentido y una opción intermedia y equilibrada.”

Santos Domínguez Ramos

Luces

Se han encendido desde hace días las luces que adornan las calles de la ciudad. Este año se han renovado totalmente. Se ha elegido una iluminación minimalista y laica. No parece haber gustado mucho, sobre todo a los comerciantes. Ciertamente es ésta una ciudad a la que le placen más los excesos, que emplea generosamente los aumentativos, que disfruta de las celebraciones pantagruélicas, del ruido de los chigres, de la pátina de perfume y humedad de la sidra escanciada. Quizás por ello estos nuevos y escuetos adornos lumínicos no se avengan al carácter playu. Nadie echa en falta a los angelotes, a las estrellas de oriente, a los Magos. Pero se añoran las grandes bombillas con que se les daba forma, los aparatosos arcos de luz que ocupaban todo el ancho de las calzadas. Parece preferirse el granel al detalle. O será, tal vez, que se advierte en los nuevos adornos un arriesgado toque de austeridad decorativa que si, milagrosamente, contagiara de sobriedad al ciudadano pondría en peligro la orgía del despilfarro. Bendita luz tenue.

lunes, diciembre 11, 2006

La vida privada de Sherlock Holmes


Hace un par de días pasaron por televisión La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder. Se narra en esta pequeña joya, una aventura que Watson, el fiel amigo, confidente y cronista, no habría publicado en vida por afectar, según se nos desvela al comienzo del film, a la propia intimidad del investigador, a su vida privada. La película comienza presentándonos a un Sherlock Holmes abatido por la inactividad, incluso entregado por momentos al coqueteo con algunos alucinógenos por no tener entre manos ningún caso relevante que aclarar, una falta de ocupación de la que, no obstante, se libra pronto al verse envuelto en una trama de espionaje, en la que el mismo sirve involuntariamente a los propósitos del enemigo alemán, puesto que es engañado por una espía que logra seducirlo. El retrato del imperturbable y perspicaz sabueso no puede ser más lacerante: no sólo no acierta a descubrir la trama que investiga sino que él mismo se convierte en una de sus víctimas; y en esas indagaciones, para más inri, se deja engatusar por una mujer que resulta ser, finalmente, una fiel servidora del Káiser. Engañado y enamorado de quien le engaña. Sin embargo, en una pirueta final de la historia, se le permite a Sherlock Holmes descubrir en la prensa, como algún tiempo después, aquella misma espía alemana, en su último acto de servicio en el Japón, una misión por la que finalmente es ajusticiada al ser descubierta, había adoptado el nombre que durante algunos días compartió en Inglaterra con el propio Holmes cuando ambos debieron simular ser matrimonio en el curso de la aventura que la película cuenta. La utilización de ese apellido es un guiño que revela que el amor del detective había sido correspondido, aunque fuera imposible. Saberlo sume a Sherlock Holmes en la desesperación y le lleva a recurrir, de nuevo, a unas inyecciones con una rara solución de cocaína rebajada. Pero en ese recurso no vemos los espectadores un vicio ocioso, sino un consuelo, quizás al modo en que lo era el vino para François Mauriac, cuando afirmaba que él “conoce nuestra miseria, se compadece de nosotros y, cuando nuestras fuerzas desfallecen, nos ofrece abnegadamente su vitalidad”.

Así parece describir la soledad del héroe Billy Wilder, sus debilidades humanas, sus errores, su amor no consumado, su desconsuelo final. El más inteligente de los investigadores es, en la intimidad, un hombre que no ha encontrado una solución satisfactoria a su propia vida. Y quizás lo más sorprendente es que todo ello se narra con un guión ágil y lleno de gracia, y se asiste a esta introspección en la privacidad descarnada de Sherlock Holmes sin que perdamos la sonrisa. Supongo que no hay nada más serio que el humor inteligente.

martes, diciembre 05, 2006

Versión poética del rey desnudo

Y llegó el comandante y mandó parar…

A mí el poeta como Sibila, exactamente como las sibilas y el género sacerdotal, me causa horror. Y no deja de ser sintomático que en tiempos tan seculares haya una tal floración y un tal aprecio de poetas que son herméticos como emisores de oráculos y mantras. Así que, al amparo de esta noche en que todos los gatos son pardos hay verdaderos ejércitos de versos crípticos e ininteligibles, de simulaciones verbales, de hondas profundidades y “misterios” de los que los profanos estamos excluidos. Y adobados además con la jerga crítica al uso, otorgarían la impresión de que hemos vuelto a Delfos o estamos ante los hijos de Heráclito. Pero basta encender una candela, y no digamos ya un buen foco de luz, para que veamos que allí no hay nada, absolutamente nada.”

José Jiménez Lozano (Segundo Abecedario)

Poética de la nada


Las palabras que pudieras grabar en nieve
tendrían la consistencia exacta del silencio,
su invisible trama,
su imposible tacto,
y el final mismo de cualquiera otra de las grafías:
sombra, aire, nada.

lunes, diciembre 04, 2006

Amaneció lloviendo...

Amaneció lloviendo abundantemente. Por el trozo de carretera que baja entre el eucaliptal hacia la Playa de España el agua descendía en regatos caudalosos buscando la línea recta hacia el río. Se había desprendido la tierra en algún tramo, y sobre el asfalto se desparramaban algunos terrones oscuros. La marea andaba alta y convulsa. Hasta muy adentro, tenían las aguas color de barro. Llegamos a casa de nuestros amigos al mediodía. A la puerta, el furgón ambulante de la fruta pregonaba su mercancía. El prado estaba encharcado. Adentro, la chimenea debía de estar encendida desde hacía ya horas. Se estaba bien. Los niños se concentraron pronto en sus juegos y nosotros en la charla y en la lectura de los periódicos del día. Estuvimos dentro de la casa hasta bien entrada la tarde. P. hizo verduras al horno y fabes con codornices. Bebimos un tinto de olor intenso que embotellan en una pequeña bodega riojana, Ostatu. A través de las ventanas que dan a poniente se veía el robusto esqueleto de la higuera. Hace años, en una inolvidable estancia en Formentera, durante un mayo caluroso, escribí un pequeño poema a una de las hermosas higueras de la isla. A su sombra, unas cuentas ovejas se refugiaban del sol de la mañana. Decía: Es primavera y ahora su sombra / es estanque de agua muy calma; / pero llegará el otoño / y entonces será / el confuso esbozo / de una tormenta dormida, / de cien rayos de leña desnuda. Así de despojada estaba ahora la higuera de Villaverde, sin frutos, sin hojas, como un garabato oscuro de ramas retorcidas recortándose contra el cielo.

Serían quizas las cinco o cinco y media de la tarde cuando el cielo se abrió durante un buen rato. Lució incluso un sol que era ya flojo y venía muy bajo. Paseamos hasta Marianes. Charlamos con algún vecino y volvimos ya casi de noche. Nos sentamos cerca del fuego. Extraje de entre los estantes de la biblioteca, un libro de diarios de García Martín. Lo abrí al azar. Leí un apunte muy corrosivo sobre los Cuadernos de Lanzarote de Saramago. Recuerdo haber leído los dos volúmenes que Alfaguara editó con los apuntes personales del portugués entre los años 1993 y 1997. Ciertamente eran unas anotaciones escritas a su mayor gloria y tan evidente era ello que el propio Saramago en la entrada del 9 de abril de 1994 decía: “Gente maliciosa verá estas páginas como un ejercicio de narcisismo en frío, y no seré yo quien vaya a negar la parte de verdad que haya en el sumario juicio, si lo mismo he pensado algunas veces ante otros ejemplos de esta forma particular de complacencia propia que es el diario”.

Surgió luego en la conversación el cierre temporal que le ha echado a su bitácora Félix de Azúa. Recordamos los buenos ratos que nos han proporcionado durante un año sus comentarios imaginativos, cultos pero no pedantes, valientes y comprometidos en muchas ocasiones, irónicos las más de las veces, y siempre manteniendo una muy alta calidad literaria, a pesar de tratarse de un ejercicio de estilo impuesto día tras día. No serán ya, dese luego, las mañanas iguales sin el estímulo de Azúa.

Antes de irnos, J. me regaló un pequeño libro de Néstor Luján titulado Viaje a Francia, recopilación de una viejas crónicas publicadas por la revista Destino. En la introducción, dice su autor que “la única justificación de este libro es que a su autor, que se divirtió mucho viajando y escribiendo estos reportajes, le agradaría hacer partícipe al lector de esta honesta diversión, en la medida de sus frágiles pero bien intencionadas fuerzas literarias”. Y no es éste mal propósito, que no otro persiguen también estos diarios.

viernes, diciembre 01, 2006

Premonición

En Hamlet, de William Shakespeare, acto segundo, escena primera:

Polonio.- Pues adiós, buen viaje.

(Y no era a Alexander Litvinenko, sino a Reinaldo.)

Ella

Desde las ventanas de la oficina se veía un hermoso amanecer de otoño, hilachado en rojos, polarizado por las primeras luces de la mañana. Dejaron todos sus primeros quehaceres del día e hicieron piña ante el hipnótico espectáculo. Dijo ella entonces: seguro que va a llover. Y se rompió la magia. Se deshizo el grupo y cada uno volvió a su mesa de trabajo. Alguien explicó más tarde, en un corrillo de máquina de café, en uno de esos descansos al que ella nunca acude porque la cafeína le produce taquicardias, que siempre había sido así, desde pequeñita. Fijate que cuenta su hermana que jugaban de niñas en casa a las excursiones. Que preparaban bajo la mesa del comedor el mantelito, los cubiertos y la comida, que emprendían a continuación un largo viaje hasta la mitad del salón y desplegaban todo aquello como si hubieran llegado a una pradería hermosa al lado del río, como si se dispusieran a disfrutar de un hermoso día de campo. Y de repente, ella urgía a recogerlo todo porque le habían caído las primeras gotas gruesas de una tormenta épica.