miércoles, enero 31, 2007

Los peces de la amargura

Los peces de la amargura arranca con un relato espléndido titulado como el propio libro (se puede leer pinchando aquí). Es quizás el mejor de todos los que integran esta obra de Fernando Aramburu, quien hace en la misma un alarde de pericia narrativa al recurrir en cada uno de los cuentos a técnicas estilísticas diferentes.
Sobre el libro, Ricardo Senabre decía en EL CULTURAL: “Durante años, el terrorismo ha sido la principal preocupación de la sociedad española, según numerosísimas encuestas. Pero no existe en la literatura narrativa una producción que corresponda a la importancia social del asunto. Hay muy pocas obras centradas en este motivo, y a menudo discretamente elusivas. Conviene, pues, resaltar el carácter insólito de esta decena de relatos que el escritor donostiarra Fernando Aramburu dedica a los efectos devastadores del terrorismo de ETA en el País Vasco.”
Y el propio autor explicaba así cómo surgió la idea de escribirlo: “Entendí que había llegado la hora de dar forma escrita a mi dolor personal, a mi compasión por las víctimas a la repugnancia sin paliativos que me produce la violencia”.
Después de tantos años de terrorismo, no deja de sorprender que un libro que, a través de una decena de narraciones breves, habla del dolor causado por ETA, sea novedoso. No sería ésta quizás una razón suficiente para acercarse a su lectura –la literatura no se hace con buenos propósitos-; si merece la pena que se lea la obra de Aramburu es porque además está bien escrita.

Ancla

Si el fin del viaje te acerca
a una bahía en bonanza
a orillas de un pueblo pequeño,
procura que tus pasos se vuelvan muy leves,
sombras apenas en la arena menuda,
que tu mirada se meza en el agua
como ola vencida o vela sin viento,
y que tus manos tienten la piel de quien amas
como un tardío sol al adobe.

Sólo en este apacible sucederse de días
alcanzarás la digna condición
de aquellos dioses esculpidos antaño
que algunas veces emergen invictos
de entre maleza, olvidos y ruinas.

De entre las ascuas, Cuadernos del Bandolero, 2003.

martes, enero 30, 2007

El secreto de las palabras

Uno puede descubrir de improviso, y del modo más inocente, la belleza que alberga una palabra. Cuando volvieron a casa, el niño les preguntó cómo había salido la operación de la abuela; si ya no le corrían las cascadas por los ojos. Se dieron cuenta entonces de que su hijo no recordaba la palabra exacta del mal, cataratas, pero sí lo que ella le había evocado desde el principio, un salto turbulento de lágrimas.

lunes, enero 29, 2007

No es país para viejos

El sábado al mediodía, estaba leyendo en el salón. Me faltaban apenas una docena de páginas para finalizar la última novela de Cormac McCarthy, No es país para viejos, cuando C. me preguntó si me estaba gustando. Unas páginas más que otras, le dije, por responder sin dar pausa a la lectura, pero también porque era eso lo que me estaba pareciendo. Algunos libros resultan así. Te enganchan por momentos como cepos y al rato dejan que te vayas lejos. De este relato me engancharon, sobre todo, las reflexiones introspectivas del sheriff Bell y los diálogos, siempre sobrios, intensos y bien trabados. Me incomodó, por contra, el vértigo de sangre de algunas de sus páginas.

El destino, siempre casual y casi nunca clemente, marca el arranque de la novela, su historia. En un lugar recóndito de la frontera entre México y Texas, Llewelyn Moss, veterano de Vietnam, descubre casualmente un montón de cadáveres. Son el resultado de una batalla entre narcos de la que nadie parece haber salido indemne. Entre los muertos, encuentra abandonada la droga y un montón de dinero. Moss se lleva un maletín con dos millones de dólares. Comienza entonces su huida y la implacable persecución a la que se le somete. Él mismo lo resume así al final del libro: “Hace tres semanas era un ciudadano respetuoso con la ley. Tenía un empleo de nueve a cinco, o de ocho a cuatro, da igual, Las cosas pasan porque pasan. No te preguntan primero. No te piden permiso.”

Todo gira a partir desde ese instante en torno a tres personajes principales, un triángulo de caracteres definidos, precisos. El propio Moss, un hombre gris y aparentemente bueno, al que le pierde un momento de avaricia. Se le intuye desde las primeras páginas que lleva marcado a fuego el estigma de la derrota digna, la voluntad inútil del antihéroe. El despiadado asesino Anton Chigurgh, encarnación del mal, satanás humano que extermina todo atisbo de vida que sale a su paso. Nadie recuerda su rostro, nunca se vive lo suficiente para alcanzar esa memoria. Y el sheriff Bell, un viejo servidor de la ley a punto de jubilarse, en cuyos monólogos, auténtica columna vertebral del libro, se va desplegando con tonalidades rojizas de western antiguo, la elegía de un mundo agonizante, distinto y mejor, que algún día habitó en el Oeste. “Cuando digo que el mundo se está yendo al infierno la gente simplemente me sonríe y me dice que me estoy haciendo viejo. Todo se origina cuando se empiezan a descuidar las buenas maneras. En cuanto dejas de oír Señor y Señora el fin está a la vuelta de la esquina. Gobernar a los buenos cuesta muy poco. Poquísimo. Y a los malos no hay modo de gobernarlos”.

Cuando terminé la lectura de No es país para viejos, reposé la cabeza en el sillón y cerré los ojos. Me latían aún en las sienes, como las notas simples y persistentes de un arpa de boca, las palabras de Bell. Ya dije antes que te atrapan. Son frases cortas. Reflexiones rudimentarias pero sólidas. Suenan a verdad. Contagian. Y por un instante, son capaces hasta de pautarte el pensamiento. Un poco al estilo de Carver. O de algunos de los mejores diálogos de París, Texas. A mi al menos me lo pareció.

viernes, enero 26, 2007

Carta

Extracto de una carta de Iñaki de Juana Chaos a propósito del asesinato de Alberto Jiménez-Becerril, concejal del Ayuntamiento de Sevilla, y de su mujer: «La acción de Sevilla ha sido perfecta, me encanta ver las caras desencajadas de las víctimas. Sus llantos son nuestras risas y acabaremos a carcajada limpia. Con este doble asesinato yo ya he comido para un mes». Quienes lloraban eran, entre otros, los huérfanos -de dos, cuatro y seis años entonces-. El preso, por aquellos días, aún no estaba en huelga de hambre; practicaba, por el contrario, una especie de bulimia sanguinaria que le mantenía alimentado por largos periodos de tiempo, al igual que algunos grandes reptiles.

Bárbaros menudos

Ayer, Santos Domínguez reseñaba el libro Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro, una obra recién recuperada por Seix Barral y de la que entresecaba un par de párrafos muy jugosos. Uno de ellos hacía referencia a las turbulencias que todo nuevo niño, cuando llega, genera a su alrededor. Dice:

El advenimiento de un niño a un hogar es como la irrupción de los bárbaros en el viejo imperio romano. Mi hijo ha destrozado en veinte meses de vida todos los signos exteriores y ostentatorios de nuestra cultura doméstica: la estatuilla de porcelana que heredé de mi padre, reproducciones de esculturas famosas, ceniceros raros hurtados con tanta astucia en restaurantes, copas de cristal encargadas a Polonia, libros con grabados preciosos, el tocadiscos portátil, etc. El niño se siente frente a estos objetos, cuya utilidad desconoce, como el bárbaro frente a los productos enigmáticos de una civilización que no es la suya. Y como a pesar de su ignorancia y sinrazón, él representa la fuerza, la supervivencia, es decir, el porvenir, los destruye. Destruye los signos de una cultura ya para él caduca porque sabe que podrá reemplazarlos, desde que él encarna, potencialmente, una nueva cultura.

Quienes somos padres sabemos bien en qué consiste esa invasión bárbara, sus estragos y también sus bendiciones. Por eso, recordé al hilo del texto de Ribeyro, un poema que siempre me ha parecido que resume bien esa ambivalencia de sentimientos. Se titula Castor y Polux, es de Víctor Botas y dice así:

Para Víctor y Diego
¿Habráse visto jeta semejante,
peor educación: venir así, sin previo
aviso, sin ni siquiera el clásico ¿podríamos
pasar
? Nada
de nada: cogen,
se te plantan en casa, en plena
noche (a pares
para mayor escarnio), y ya está: se acabó
la paz.
Berrean, mil veces
se te cagan, rompen
las porcelanas, te
adjudican un mote (valiente
urbanidad la de estos mamarrachos
repelentes, monstruos): papi, papín, papilla,
papitita, papaco
.
Y tú
enfebrecido, muerto
de sueño, con dolores
de espalda, demacrado,
terminas
-¡oh eterno masoquista!-
tan jodido
y feliz
como furcia de hotel en noche de congreso.

¿Les suena?

jueves, enero 25, 2007

Bañistas

A eso del mediodía van llegando a La Escalerona. Nunca son menos de media docena y ninguno cumplirá ya los sesenta. Se quedan en traje de baño, guardan sus ropas en bolsas que cuelgan del muro y caminan decididos hacia la orilla. En invierno contrasta su desnudez con el buen pertrecho de abrigos y paraguas de los paseantes. Se bañan en la mar gélida y vuelven corriendo por la arena. Finalmente se secan enérgicos y felices. No les arredra el tiempo, pero tampoco lo detienen -quizás a eso aspiran-. Y es que me temo que en ese reto diario confunden las inclemencias climáticas de los días con su paso inexorable.

miércoles, enero 24, 2007

Jardines Secretos

Corro a escribir esta entrada para dar la buena noticia. Hay una nueva bitácora, es de un amigo y estoy seguro que desde ahora será un lugar de referencia. Con todos Vds.: Jardines secretos. Que la disfruten.

Severo Ochoa

"No hay preguntas más apremiantes que las preguntas ingenuas."
Wislowa Szymborska


Ayer ayudé a mi hijo con los deberes del colegio. Tenía que resumir la biografía de algún personaje relevante asturiano. Elegimos a Severo Ochoa. Así que fuimos apuntando algunos datos sobre su vida. El nacimiento en Asturias, sus estudios en Málaga y Madrid, su periplo tras la guerra civil por laboratorios de media Europa y, finalmente, su afincamiento en Estados Unidos. Allí investigó la relación entre las proteínas y el ADN y obtuvo el Nobel de Medicina. Regresó a España en los años ochenta y murió poco después que su mujer, en 1993. Está enterrado en uno de los más hermosos cementerios que yo conozca, el de Luarca.

Cuando terminamos, le pregunté a mi hijo si no entendía algo de lo que había escrito. Sí, me dijo, un par de cosas: qué es el ADN y cómo puedes decir que es hermoso un cementerio.

martes, enero 23, 2007

Humo

Ayer por la noche leí una pequeña novela de William Faulkner titulada Humo. Su comienzo es en sí mismo toda una obra maestra de concisión, en apenas un par de páginas cuenta la historia de una familia, el argumento mismo de lo que bien podría haber sido otra novela mucho más voluminosa. Luego se convierte en un enrevesado relato de corte casi policiaco, en el que toma absoluto protagonismo Gavin Stevens, fiscal del mítico lugar al que Faulkner dio por nombre Yoknapatawpha. Subrayé a lápiz –yo también, A.V., procuro tenerlo a mano cuando leo-, algunos párrafos del libro: “Y es propio de la naturaleza humana confiar antes en quienes no saben depender de sí mismos”. “La justicia es cincuenta por ciento de conocimiento legal y cincuenta por ciento de serenidad y de confianza en uno mismo y en Dios.” “El apremio de cualquier actividad existe tan sólo en la febril mente de ciertos teóricos que no tienen actividades propias.” “A los hombres lo que los mueve, en buena parte son las ideas preconcebidas. No son las realidades ni las circunstancias las que nos sorprenden; sino el choque de lo que debimos haber sabido, si no hubiésemos estado tan absortos en la creencia de lo que más tarde descubrimos haber tomado por verdad sin más base que el haberlo creído así en aquel momento. Stevens se puso a hablar una vez más del hábito de fumar, de cómo la gente no disfruta verdaderamente del tabaco hasta que comienza a creer que le hace daño, y cómo los no fumadores pierden una de las experiencias más gratas de la vida para un hombre sensible: el conocimiento de estar sucumbiendo a un vicio que sólo lo puede dañar a él.” Al leer esta última acotación, recordé a un viejo amigo de juventud, S., un tipo enjuto, con maneras de encantador de serpientes y una risa que derretía a las muchachas, que un día me dijo que nunca se había sentido sólo con un cigarrillo entre los dedos. A lo que se ve, siempre ha habido modos con que despistar la solitude.

lunes, enero 22, 2007

Nesta esquina do tempo

Transcribo unas palabras de José Saramago en la entrevista que se le hace en EL CULTURAL con motivo de la publicación de Las pequeñas memorias: “La escuela puede instruir, esto es, impartir conocimiento, pero no educar, inculcar valores, que es lo que antes hacían las familias y que ahora no hacen. Yo debo una parte enorme de mi forma de ser a mis abuelos, que eran analfabetos pero que supieron educarnos sin darse cuenta”. Merece la pena pensar sobre ello. Y oigo, mientras tecleo esta reflexión, el último trabajo de Luís Pastor, Nesta esquina do tempo, en el que pone música a unos cuantos poemas del propio Saramago, un trabajo cuidado en el que se incluyen dos discos, el primero con las canciones en el idioma original de los versos, el portugués, y el segundo con su traducción al español. Todo ello dentro de un libro hermosamente ilustrado con pinturas de Javier Fernández de Molina. En él se relata cómo nació la idea y se publican todas las canciones en sus dos versiones. De entre ellas, quisiera rescatar estos versos, más que cantados, susurrados en el disco por Joao Afonso:

Inventário
De que sedas se fizeram os teus dedos
De que marfim as tuas coxas lisas,
De que alturas chegou ao teu andar
A graça de camurça com que pisas.
De que amoras maduras se espremeu
O gosto acidulado do teu seio,
De que índias o bambú da tua cinta
O oiro dos teus olhos, donde veio.
A que balanço de onda vais buscar
A linha serpentina dos quadris,
Onde nace a frescura dessa fonte
Que sai da tua boca quando ris.
De que bosques marinhos se soltou
A folha de coral das tuas portas,
Que perfume te anuncia quando vens
Cercar-me de desejo a horas mortas.

viernes, enero 19, 2007

Ágora

Ágora es una revista trimestral que se publica en Gijón desde hace ocho años. Sus contenidos son diversos –y no siempre demasiado interesantes, a qué negarlo-: opinión, cine, algo de música, teatro, ciudad, algo de literatura… Ayer a última hora de la tarde nos citamos para ver cómo había quedado el último número La portada de Bonhome es hermosa y entre los artículos publicados –por la noche la leí- hay colaboraciones interesantes. Destacan, a mi juicio, los trabajos de Antonio Fontela, La pera de Colón, y de Emilio Amor, Baudelaire, de las barricadas a Las flores del mal.

Transcribe Fontela en el suyo, a propósito de las peripecias extraordinarias que acaecieron en los viajes de Colón al Nuevo Mundo, el siguiente texto debido a la mano del almirante: “Yo siempre leí que el mundo, tierra e agua , era esférico... y fallé que no era redondo en la forma que escriben; salvo que es de forma de una pera que sea toda muy redondea salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar de ella fue como una teta de mujer allí puesta”. Era esta la explicación que el genovés le daba a “las peculiaridades de aires y aguas, el imprevisto nordesteo de la brújula, la moción aparente de la estrella del Norte. Colón concluía que aquellas anomalías obedecían a la insólita pero auténtica confirmación del mundo, pues estaba navegando elevándose y confluyendo al vórtice o límite entre Oriente y Poniente, y que tal pezón terráqueo conformaba una situación geográfica tan crucial y excepcional que no podía señalar sino el verídico emplazamiento del Paraíso Terrenal”. Era la geografía de un sueño, la descripción de un poeta de la experiencia.

Por su parte, Emilio Amor nos da cuenta en el suyo de la participación de Baudelaire en las barricadas parisinas de 1848 y de la publicación, años más tarde, de su obra capital, Las flores del mal. El escabroso contenido de aquellos poemas llevó ante los tribunales a su autor. Ernest Pinard, el fiscal del caso, afirmaba en su discurso final a propósito de la obra y del propio Baudelaire: “Un poeta que huye de lo artificial y de lo convenido, alguien que indaga en los aspectos más íntimos de la naturaleza humana, a la que pinta de modo vigoroso y conmovedor, exagerando lo más repugnante como estrategia estética; personalmente, es un espíritu atormentado, una naturaleza inquieta y sin equilibrio”. No hay mejor defensa que un buen ataque –que se suele decir en las lides deportivas-. La sentencia multó con trescientos francos al autor, además de obligarse a retirar del libro varias de sus composiciones.

Al salir, me acerqué con B. y R. a La Piedra para tomarnos unos vinos. Me cundió de verdad mucho el rato. R. nos relató un atardecer de días atrás en su casa de aldea. Cómo se recortaban contra el cielo robles y eucaliptos; cómo se perfilaba en las ascuas la sierra del Aramo. Y B., por su parte, habló de pájaros: zarapitos, charranes, gaviotas reidoras, garzas… De cómo los observa en el parque de Isabel la Católica y en el pedrero del Sanatorio Marítimo. Nos dibujaba con las manos la curva de sus picos, nos describía su plumaje y nos aconsejaba desde dónde y cuándo era posible verlos. En fin, que no sé si la revista, que como digo ya tiene unos cuantos años y sigue saliendo a duras penas, gusta o no, si se lee mucho o poco, pero desde luego no quisiera que nunca se muriese si ello me impidiera disfrutar de la compañía y la charla de quienes la hacen.

Por cierto, hay un poemilla al final del Ágora, escrito por Bonhome, en el que de una manera breve y simpática se detalla una receta turca, la denominada Iman Baaldi, cuya traducción sería algo así como “El imán se desmaya”. Dicen así los versos:
¿Las berenjenas están
baratas en el mercado?
Pues vas a hacer un imán.
Tras haberlas vaciado,
su pulpa en cebolla fríes.
Echas tomate. Sonríes.
Con sultanas y tomillo
van al horno. ¡Qué sencillo!
Al probarlas, te deslíes.

Lo dicho, benditos agoreros.

jueves, enero 18, 2007

Santos Domínguez

Los jueves, El Cultural (en El Mundo) y Cultura (en La Nueva España). Los sábados Babelia (en El País) y ABC de las Artes y las Letras (en el ABC). Relaciono lo que acostumbro.

Y todos los días, como un raro milagro debido sólo al trabajo y al buen gusto, En un bosque extranjero y Encuentros de lecturas y lectores. Gracias a Santos Domínguez Ramos (pues que aquí le queden dadas).

miércoles, enero 17, 2007

Ironía y entusiasmo

La ironía le busca siempre el talón de Aquiles al entusiasmo. Probablemente se deba a que los irónicos contumaces han renunciado definitivamente a cualquier clase de pasión. A que los irónicos ocasionales tratan con esa esgrima dialéctica de defender su propio entusiasmo cuando lo sienten amenazado por el de los otros. El más vulnerable, el entusiasmo más amenazado por la ironía, es el de los ingenuos; y la ingenuidad más entusiasta es la pedantería de los ignorantes. Del cualquier modo, esté la razón de parte de la ironía o del entusiasmo, lo que parece evidente, es que aquélla goza de un acreditado prestigio literario, de un elegante pedigree bohemio; léase a modo de ejemplo esta cita de Baudelaire en su obra Le spleen de Paris –podría ser cualquier otra y de otros muchos autores, podrían ser miles-: “El bien se hace sin esfuerzo, naturalmente; el mal es siempre consecuencia de un arte”, puro proselitismo irónico. Todo ello viene a cuento porque corren tiempos de escaso o de ingenuo entusiasmo –quién sabe qué es peor-, de ironía mordaz. O eso me parece.

martes, enero 16, 2007

Una marina

A la tarde, cuando volvíamos a casa, en un céntrico taller de enmarcación donde también se vende obra original de artistas noveles, nos llamó poderosamente la atención una marina inspirada en el puerto de El Musel.

Un noray en el ángulo inferior derecho, un cielo y una mar que confunden sus apagados azules y a los que sólo separa la lejana línea de los muelles, justo por donde se alzan como cigüeñas escuálidas las grúas y los renglones del paisaje, que a medida que se elevan se vuelven imprecisos. Y apareciendo desde la izquierda, por la mitad del lienzo y como rasgándole la femoral al horizonte, el casco rojo de un mercante.

Escribo estas líneas sentado frente al cuadro. Cuelga ahora en el salón de nuestra casa e incluso al anochecer y con las luces apagadas, se puede adivinar en la pared un rastro de sangre, una herida, una singladura hipnotizante.

lunes, enero 15, 2007

La noche feroz

“Porque se trata del mal, piensa Homero, de eso se trata. Porque lo que aquí se dirime esta noche no es si existen la gracia, la redención o el castigo, sino si hay alguna justificación para lo que hacemos, para lo que pensamos, para esta vida que nos ha tocado en suerte”.

Hace unos días, cuando B. fue a visitarme al trabajo, me regaló una novela titulada La noche feroz, de Ricardo Menéndez Salmón. Me la llevé a casa y después de cenar, sentado en mi orejero y antes de enfrascarme en la lectura en la que andaba durante los últimos días, le eché una ojeada al nuevo libro. Ya no lo pude dejar. Después de la media noche, me fui a la cama albergando ese conocido pero infrecuente entusiasmo febril que provocan en el lector las historias sobrecogedoras y bien contadas.

Corre el año 36 y ya ha estallado la guerra civil. La noche feroz transcurre en una unidad de tiempo, desde el anochecer al amanecer, y en un solo escenario, Promenadia, un territorio mítico, un pueblo donde como en todos los pequeños lugares, según se afirma por el narrador, “el infierno siempre es grande”.

Fundar es una de las palabras más gozosas del universo” y Promenadia se funda con las mismas coordenadas que la Región de Benet –ese novelista que, según leí en alguna ocasión, emprendía siempre sus proyectos literarios por la cara norte-; se funda como la Yoknapatawpha de Faulkner –a quien se le rinde un breve y elegante homenaje al final del libro-. Promenadia es una tierra donde aún se conserva una vida primitiva y casi medieval (“nada saben de la higiene, la electricidad o la imprenta”), un lugar donde el cura Aguirre impone su particular ley. Pero un sitio, sin embargo, cuyas fronteras y referencias geográficas son del todo ciertas (Omaña, Gijón, Finisterre); supongo que porque lo que allí ocurre, suceda o no en un lugar imaginario, posee una raíces demasiado reales.

La noche feroz mantiene desde el principio al fin un aliento narrativo intensamente poético. Su argumento gira en torno al cruel asesinato de una niña del lugar y a la posterior persecución, por la jauría humana que azuza el sacerdote, de quienes se supone cometieron el crimen. Nada en el relato es gratuito, todo posee un sentido funcional y por ello el engranaje de las piezas se ajusta con tanta precisión.

Pese su brevedad –no alcanza las cien páginas-, los personajes poseen un perfil preciso. A Homero, el maestro, se le llama en el pueblo catapotes por estar su manutención al cuidado de los padres de los escolares, quienes, alternativamente, deben sentar a la mesa al educador de sus hijos. Es natural de Omaña, al otro lado de La Raya, ateo y bolchevique. De él se nos van dando, poco a poco, datos sobre su tortuoso pasado. Pero lo más relevante de cuanto de él se sabe es que por dos veces se cita la obra que está leyendo: Los demonios, de Dostoievski. Recuérdese que el protagonista de esta novela, Stavrogin, era un personaje diabólico y autodestructivo, inclinado hacia la crueldad. En ella escribió Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Horacio, el protagonista de Menéndez Salmón, afirma, por su parte, que “Dios es un fantasma”. Parece, pues, que la conclusión de ambos asertos ha de ser irremisiblemente la misma.

Porque el hombre levanta puentes, domestica selvas o resuelve problemas matemáticos planteados hace cientos de años, pero todo su genio, toda su paciencia y todo su fervor palidecen ante el enigma de su maldad”.

Otro personaje central es Aguirre, el cura, de colérico temperamento, hombre terrible, salvaje, de nariz aguileña y ojos como puñales, tatuado con la cruz de Calatrava en su mano derecha. Todos en el pueblo, salvo Horacio e Irizábal tiemblan en su presencia. Marcha al frente de los cazadores, guía la persecución, azuza a los perros, sentencia a los inocentes. Lo acompañan La Muerte, un molinero a quien las putas le pusieron tal mote a causa de su extrema fealdad, y Ezequiel, el zapatero

Un tercer personaje relevante es Ricardo Irizábal, un hacendado con cierta prestancia aristocrática y una explícita hostilidad hacia al poder clerical. Su posesión lleva por nombre, Villa Atenas, “un nombre tan disparatado como mi propio nombre de pila”, según piensa Horacio al llegar al pueblo, creando en esa misma reflexión un sutil lazo entre ambos.

Hay otros seres, pequeños y desgraciados, grises y primitivos, que se mueven en torno a estas figuras principales. Entre ellos están los anfitriones, la familia que da de cenar al maestro al comenzar la noche. Son el amo, la ama y su tres hijos: una jovencita embarazada, un alumno de Horacio y un pequeño enfermo de hidrocefalia al que se le dice “el imbécil” –y que recuerda a la Niña Chica de Los Santos Inocentes-.

Están, además, los inocentes, un par de huidos que llegan del otro lado de La Raya y a los que se les persigue por creerlos culpables de la muerte de la niña. Y está Labache, el solitario personaje incendiario que abre y cierra con fuego la obra.

Y la trama tiene una resolución intensa, breve e interiorizada, que se resume en este texto de la pág. 81: “Y es entonces, en ese vértigo infinito que no se atreve a llamar culpa ni remordimiento ni pecado, cuando a su memoria acuden los abultados labios de la niña del pozo, sus pechos en agraz, el sabor un poco ácido de su vientre ya muerto, toda esa vida profanada que cabe en la longitud de un cuchillo y en ese hurto de amor en forma de arracadas de azabache que Homero guarda en los bolsillos junto a la calderilla, el Longines de saboneta y la fotografía de cierta mujer al que un día amó”.

Al mediodía, mientras le contaba a mi mujer cuánto me había gustado el libro, tanto que hasta terminarlo no había subido al dormitorio, ella me miró como una madre y sin prestar demasiada atención a lo que le estaba contando, me dijo: “Tienes los ojos hinchados de sueño. Mejor será que duermas una siesta”. Tenía razón, era el rastro de una noche feroz.

viernes, enero 12, 2007

Pesadillas

Mi hijo tiene una ortodoncia metálica en el velo del paladar. Hasta hace unos días, cada noche, antes de acostarse, había que introducir en el artilugio una especie de llave que, al girarla, lo dilataba, consiguiendo, de este modo, el paulatino ensanchamiento de la mandíbula. Mi mujer se encargó pacientemente de cumplir a diario con este desagradable cometido que nos había sido encomendado por el dentista. Yo prefería que ella lo hiciera, pues me resultaba angustioso oír el quejido que, modo indefectible, el crío prorrumpía cuando la llave finalizaba su giro. Es verdad que luego se echaba en su cama aparentemente ya sin dolor alguno, pero a mí no se me iba de la cabeza el presentimiento de que aquella cerradura en su boca le abriría durante el sueño el cofre de las pesadillas.

jueves, enero 11, 2007

Un sueño

Sinceramente, me da un poco de apuro confesar que esta noche he soñado con Gamoneda. Pero bueno, ya se sabe, los sueños suelen sorprender nuestra consciencia Después de transcurrido más un mes desde la concesión al poeta leonés del Cervantes, he soñado con Antonio Gamoneda. Recuerdo vagamente el sueño. Caminaba junto a él hasta una vieja y, aparentemente, abandonada estación de ferrocarril. Juraría que era la estación de Puerto de Béjar. Se me hacía difícil entenderle, su voz más que débil era oscura. De cualquier forma permanecí atento a su monólogo ensimismado durante un buen rato. Luego, y tras una abrupta elipsis -al menos en mi memoria-, nos encontrábamos charlando minutos antes de que se dispusiera a intervenir en un acto poético que, creo, iba a celebrarse en el Ateneo Obrero de Gijón. Bebíamos agua en vasos de sidra. La gente iba llegando y tomando asiento. Yo empezaba a intraquilizarme, nadie parecía dispuesto a presentar al conferenciante. Menos mal que se echó a llorar el niño de mis vecinos y me despertó. Lo más curioso es que me había recorrido, en un santiamén, casi toda la Ruta de la Plata.

miércoles, enero 10, 2007

Poesía Digital

Recibo el nuevo número de la revista Poesía Digital. Este es su sumario:

Documentos
Primera parte de un extenso artículo de Javier Moreno sobre el pensamiento y la poética de José Jiménez Lozano.
Inédito
Un poema del próximo libro de Tomás Segovia, Llegar.
Gijón
En Madrid con los dos jóvenes poetas becados este curso en la Residencia de Estudiantes, Elena Medel y Andrés Navarro.
Críticas
Xavier Villaurrutia, Obra poética. Por Javier de Navascués
Jose Julio Cabanillas, La luna y el sol. Por Rocío Arana
José Luis Tejada, Desde un fracaso escribo. Antología. Por Jesús Beades
Olvido García Valdés, Y todos estábamos vivos. Por Gonzalo Salvador


La tienen enlazada a su derecha. Merece la pena.

El puerto de La Savina


Se extienden las redes al sol del muelle.
Son las once y como pescado fresco
trae el barco de Ibiza los periódicos.
Si un día no llegasen sus noticias
será quizás tan sólo
que esta pequeña isla
naufraga lentamente a la deriva,
en medio del océano
y lejos de cualquier tierra.

lunes, enero 08, 2007

Resumen navideño

Se ha acabado, por fin, todo este trajín de celebraciones, compras compulsivas, barullos por calles y tiendas, reuniones familiares, comidas desmesuradas... En Blade Runner había una frase final que de modo elegíaco resumía la película: “All those moments will be lost in time, like tears in rain”. Algo así como “todos aquellos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. De la Navidad y sus adiposidades deberíamos, por el contrario, lamentar no el tiempo ido, sino el tiempo perdido.

De los apuntes que he ido pergeñando por los harapos de moleskine que siempre llevo en los bolsillos, rescato ahora algunos extractos fechados.

Sábado, 30 de diciembre de 2006

Por la mañana me levanté temprano y me fui a caminar. Llegué hasta el Rinconín. A la vuelta escuché en la radio que habían ahorcado de madrugada a Sadam Hussein.

Después de desayunar, la radio dio otra nueva última noticia: ETA acababa de romper el alto el fuego con un atentado en el aparcamiento del aeropuerto de Madrid. Precisamente ayer habíamos visto en el canal CTK un documental titulado Trece entre mil, sobrecogedor testimonio de algunas de las víctimas del terrorismo vasco. Al final de la película nos preguntábamos por qué aún no se había emitido a través de alguna de las cadenas públicas estatales a una hora de alta audiencia; por qué se había hablado tan poco de este valiente trabajo del realizador Aurelio Arteta y, sin embargo, tanto del dirigido por Julio Médem, La pelota vasca. A mi juicio, en este último, dando voz e imagen a todas las posturas existentes acerca del mal llamado “conflicto vasco”, tanto a las que se mantienen en el ámbito democrático, como, con extraña y generosa igualdad, a las que deliberadamente se sitúan al margen y lo torpedean, se trataba de que el espectador tuviera una perspectiva plural, de modo que pudiera, al fin, conocer cuáles son los motivos que han generado la sangría etarra. Sin embargo, después de vista la película, lo único que, creo, se lograba no era sino que los demócratas se reafirmaran en su idea sobre la irrecuperable y grave estulticia con que se maneja el mundo abertzale, desde el que, posiblemente, a lo único que se habría prestado atención en toda la cinta sería a los discursos onanistas e iluminados de Madariaga y Otegui. Por el contrario, el documental de Arteta es mucho menos pretencioso y, sin embargo, mucho más efectivo. Se trata sólo de darles la oportunidad de expresar el dolor que aún sienten, muchos años después, a quienes perdieron hijos, esposas o maridos en atentados siempre injustificables. Curiosamente, en casi todos los testimonios se reiteraba una queja común: era ésa la primera vez que alguien les acercaba un micrófono para que pudieran explicar cómo se habían sentido entonces, cómo se sentían todavía hoy, y que de ese modo, compartiendo su dolor, haciéndolo llegar a muchos a través de las imágenes que lo grababan, consiguieran, por fin, liberarse del anonimato, paradójicamente culpable, al que, para vergüenza de este país, se les condenó desde que ETA les privó no sólo de sus seres queridos, sino de gran parte de su futuro.

Más tarde, vi las imágenes de Sadam conducido al patíbulo. Sus verdugos iban encapuchados. El ajusticiado no parecía oponer resistencia alguna a su muerte. Esa postrera dignificación del sátrapa ha sido el despropósito último de una invasión que, a estas alturas, ya nadie duda de que fue un macabro error que el tiempo ha ido convirtiendo en un interminable horror.

Lunes, 1 de enero de 2007

Quizás la sensación más agradable de esta mañana es la absoluta falta de secuelas. Me explico: ni malestar estomacal, ni dolor de cabeza, ni cansancio físico, ni rastro de buen propósito alguno. Decididamente, el fin de año me ha dejado indemne. Para lograr este bienestar en fecha tal, supongo que se precisa haber cumplido unos cuantos años, haber renunciado definitivamente a las fiestas de obligado cumplimiento y, sobre todo, poseer, por fin, una cierta templanza ante la demasía de viandas, vinos, licores, músicas y entusiasmos.

Martes, 2 de enero de 2007

El verano pasado, a la sombra de unos fresnos en Hervás, leí la biografía de Chéjov escrita por Natalia Ginzburg. Ahora, unos meses después y tras enfrascarme en la lectura de los Cuentos imprescindibles de Chéjov, en la edición así titulada por Richard Ford, me he decidido a leer una nueva obra biográfica sobre el autor ruso, La vida de Chéjov, de Irene Nemirovsky. Además, al tiempo que la leía, alternaba su lectura con la obra de la Ginzburg, encontrando que ambas se complementaban bien.

Viernes, 5 de enero de 2007

La condición de víctima del terrorismo no hace necesariamente mejores a las personas. Las vuelve, quizás, más transparentes, permitiendo conocer, de modo mucho más nítido, lo que cada una de ellas guarda en su interior. Allí donde, por mucha que fuera la desolación albergada, siempre debería ser posible echarle arrestos a la razón. Así al menos, intuyo, que lo intenta en todo momento Maite Pagazaurtundúa. Por eso siempre resulta tan conmovedoramente convincente.

Oigo cómo cruje el papel de regalo en las manos de mi mujer. Envuelve los reyes, que eran antiguamente tres señores montados a lomos de dromedarios y son ahora, así sustantivados y empaquetados, una especie de metonimia a través de la que sustituimos al autor por la obra: si un Murillo ya es para siempre un cuadro con Virgen, unos reyes son, sobre todo, unos regalos envueltos con mimo la noche del cinco de enero. Y buen cuidado que se ha de poner en este trabajo nocturno y clandestino, que mi hijo hace nada que ha subido a su habitación tan agitado por los nervios de esta fecha que puede que aún no se haya dormido.

Sábado, 6 de enero de 2007

EL PAÍS nos descubre hoy en su página 33 a quien tradujo al castellano la obra de Tolkien. Tiene 92 años, es argentina y reside en un asilo de Ibiza. Firmó siempre sus traducciones con el nombre de Matilde Horne, aunque su apellido es Zagalsky. “Firmo con el apellido de mis hijos porque me pareció que tenía que dejarles el recuerdo del padre que no estaba”. Leyendo aprendió inglés y francés. Ha traducido a autores como Tolkien, Doris Lessing, Angela Carter, Stanislaw Lem, Ray Bradbury... Trabajó hasta los 86 años, cuando sus ojos dijeron basta. Ahora le gusta recrearse con las palabras que ama: “La palabra llovizna me parece hermosísima, con esa elle como tartamuda y los sonidos que vienen a continuación; me gusta mucho. Otra que me impresiona es muñón; me parece terrible: es un trozo de carne que no está vivo, pero tampoco está muerto. Me estremezco cada vez que la oigo o que lo veo, porque aquí en la residencia...”. En 1978, época en la que las dictaduras militares triunfaban en Sudamérica, Matilde se instaló en Barcelona. Tradujo entonces Las dos torres y El retorno del rey, de la saga de El señor de los anillos. Pero disfrutó más traduciendo Los libros de Terramar, de Ursula K. Le Guin; Solaris, de Santislaw Lem, o La pasión de la nueva Eva, de Angela Carter. Matilde cobra al mes 300 euros de pensión no contributiva. “Unos 240 van a parar a la comida, que tengo que pagar y no me gusta, y el resto me lo guardo para pagar el teléfono móvil; es la única manera de comunicarme con mis amigos y mi familia”.