viernes, septiembre 28, 2007

Esos benditos correos de las mañanas

Es un privilegio tener amigos inteligentes. Una suerte que compartan con uno cuanto juzgan interesante. Y que ello sea posible gracias a un adelanto técnico casi inimaginable hace años: el correo electrónico. Uno de esos amigos me escribe hace apenas un par de horas lo que sigue.

Hay pequeños párrafos que son una obra maestra de la claridad y de la razón. Echa una ojeada a estas líneas que te mando. No conozco al autor, era alguien (desconocido para mi) que hablaba del "sindrome posvacacional". Entre otras cosas decía esto: "Cualquier persona razonable sabe que no es nada fácil encontrar paliativos para sobrellevar todas las frustraciones. Y en aceptar este saber sin gesticulaciones consiste, en buena parte, eso que llamamos hacerse adulto. Un adulto sensato es aquel capaz de no lastrar sus frustraciones inevitables con el sobrepeso de lamentos evitables. Trabajar, inevitablemente, cansa, y no hay manera de cumplir siempre alegremente con nuestros deberes, porque no está nada claro que en el trabajo, en la vida familiar o en la escuela seamos los dueños de nuestros estados de ánimo. La primera obligación que tenemos con nosotros mismos es aprender a mirar a las cosas cara a cara sin convertir en pose estética la difusa sospecha de que la vida no nos trata como nos merecemos".
Casualmente sé que se trata de un magnífico artículo de Gregorio Luri. Se lo comento y le envío, además, otro artículo del mismo autor que me parece igualmente recomendable y que recordé al hilo del e-mail recibido y de los comentarios suscitados por la entrada en la que me refería a la película Hoy comienza todo. Enlazo aquí la reflexión de Luri y extraigo, por avanzar lo más jugoso de la misma, uno de sus párrafos:

Una escuela sana no sólo manifiesta su auctoritas sin complejos, sino que educa a sus alumnos en la conciencia de una deuda con respecto a la cultura que los acoge y que solamente se amortiza con esfuerzo, porque la excelencia, a diferencia de la cultura de masas, no se puede adquirir sin el sudor de la frente. Por otra parte, la única manera de garantizar que en una democracia todos los ciudadanos, independientemente de su origen, tengan acceso a los puestos dirigentes, es abriéndolos al talento educado en el esfuerzo. La educación debería invitar a la audacia de superar la vulgaridad, es decir, de ir más allá de lo inmediatamente comprensible de la mano de la auctoritas del maestro, pues una autonomía sin restricciones sólo produce desorientación.”

miércoles, septiembre 26, 2007

Ça commence aujourd'hui

He visto recientemente en TCM la película titulada originalmente Ça commence aujourd'hui, de Bertrand Tavernier. Estrenada en 1999, se llevó a las carteleras españolas como Hoy empieza todo. El guión es de Dominique Sampiero, quien se inspiró para el relato en su propia experiencia como educador durante veinticinco años. Su argumento gira en torno a Daniel Lefebvre, el director de una escuela infantil ubicada en Hernaing (Valenciennes), al norte de Francia, en una comarca especialmente castigada por la crisis de la minería. Frente a la rigidez del sistema educativo y a la burocracia de las administraciones, Daniel y las profesoras de su escuela se ven abocados a desarrollar una labor que irremediablemente es tanto social como educativa. Tiene la cinta un aire documental que le añade verosimilitud. Una fotografía apagada y gris que la vuelve objetiva y fría. Se desarrolla linealmente, a lo largo de un curso escolar. Y está trufada por pequeños historias paralelas que retratan y explican al protagonista, hijo de un minero de carácter violento y de una madre, sin embargo, sensible a la literatura. Daniel se apoya, para su brega diaria, en su compañera Valeria, escultora, camarera y madre de un hijo adolescente cuyo carácter y comportamiento generará también conflictos en la pareja. Es cierto que en ocasiones algunos personajes el film rayan lo arquetípico –el alcalde comunista, el inspector educativo, la asistenta social escasamente comprometida con su trabajo-, pero no lo es menos que reflejan la muy extendida actitud de quienes se resguardan en los trincheras burocráticas para salvar su conciencia de cualquier remordimiento.

Félix de Azúa, en una columna titulada Fracaso, publicada en El País hace ya unos años, resumía uno de los varios asuntos que en esta película se tratan, ninguno de ellos, por cierto, menor: Que la opulencia de las naciones no haga disminuir, sino que incluso aumente la crueldad, el egoísmo y la maldad que suelen atribuirse a la miseria, es el enigma más ominoso del siglo. Incidía así en la reflexión que en voz alta hace uno de los personajes, la maestra Mrs. Liénard, quien próxima a la jubilación se pregunta cómo puede explicarse que la dignidad con que antaño se afrontaba la pobreza por la gente obrera se haya convertido ahora en una miseria desesperada, pasiva y egoísta.

La pobreza en las sociedades desarrolladas. La deontología educativa. El compromiso social. Las relaciones familiares. Son varios y bien tejidos los asuntos que se tocan. Y de todos queda un poso que agita la reflexión, que evita la indiferencia, que prolonga la sombra de lo que se ha visto incluso después de su final.

Mezcla además esperanza y melancolía. A partes iguales. El entusiasmo nos salva y justifica nuestras vidas. Pero la impotencia de un entusiasmo noble y tantas veces improductivo nos sume en la resignación. El peor de los cánceres quizás, porque nos paraliza los sentidos. La escuela no cura por si sola los males de un sociedad enferma, pero arrojar la toalla desde las aulas es mucho más grave que desde cualquier otro escenario social. Daniel lo intuye y de ello habla, creo, lo que escribe:

"Hay cosas que nunca desparecerán. Están en la carne, hablan; están en la tierra. Montones de piedras apiladas, una a una, con las manos del padre, del abuelo. Toda su paciencia acumulada resistió a la lluvia, al horizonte, haciendo pequeños montoncitos ante la noche para retener la luz de la luna. Para estar erguidos, para inventarse montañas y jugar con el trineo y creer que tocamos las estrellas. Se lo contaremos a nuestros hijos. Les diremos que fue duro pero que nuestros padres fueron unos Señores y que heredamos eso de ellos: montones de piedras y el coraje para levantarlas".

lunes, septiembre 24, 2007

Hogueras

En los campamentos de verano los adolescentes se reunían a la noche en torno a una hoguera. Alrededor de aquel tembloroso círculo de luz encarnada y por el efecto distorsionador de las llamas y quizás también por la euforia que a todo ánimo transmite el calor, se solian celebrar los chascarrillos más burdos, las imitaciones lacerantes, las bromas más descarnadas. Todo lo propiciaba la noche, el fuego y el juicio aún desbocado de los pocos años. A la mañana siguiente de aquella suerte de ebriedad colectiva, se recordaba la risa y se procuraba olvidar, en un prudente atisbo de pudor, qué malas artes se habían empleado para prender la diversión.
Hace sólo unos días, en algunos lugares de Cataluña ha habido quien como en las acampadas de entonces ha echado mano del fuego para la chanza chusca. Somos muchos los que hemos idealizado a la República por convicción ideológica o en recuerdo a aquellos de los nuestros que yacen todavía en alguna fosa común. Pero la inequívoca voluntad democrática del Rey, resueltamente ejercida cuando fue menester -los que vamos cumpliendo años sabemos bien de qué hablamos-, nos ha enseñado que la defensa de cualquier forma de gobierno, legítima siempre y muy saludable, precisa, eso sí, de memoria y de elegancia.
Aquello que se defiende con el fuego, cuando no se circunscribe al carnaval desenfadado de una noche licenciosa y se prolonga al alba, tiene las hechuras mismas de la alucinación o el ansia iluminada de los inquisidores.

miércoles, septiembre 19, 2007

Un fascinante descubrimento

Me animó a conocerlo mi buen amigo J. Deberías de leer Una historia de amor y oscuridad. Creo que te gustará. La busqué, la tuve entre las manos y no me decidí a comprarla por sus muchas páginas. Pensé que quizás fuera mejor acercarme a Amos Oz a través de alguna obra más breve. Me llevé a casa No digas noche. Me fascinó. Contaba una bien urdida historia, pero sobre todo lo hacía con una aparentemente fácil sobriedad poética. Hablaba de Teo, un hombre pragmático, inteligente e irónico de casi sesenta años, un tipo, además, con mucha vida a las espaldas. En uno de sus viajes por Latinoamérica conoce a Noa, unos cuantos años años más joven que él. Ambos narran la misma historia desde perspectivas diferentes. Nada extraordinario hay en lo que se cuenta: una relación de pareja, su vida en una población de la Israel fronteriza con el desierto y el arranque de una iniciativa bien intencionada, la creación de un centro de atención a drogadictos. A propósito del desarrollo de ese proyecto se habla del entusiasmo y de la decepción. Nada o todo. Según cómo se cuente. Todo aquí.

Me sumergí después en Una historia de amor y oscuridad. Quizás uno de los más hermosos libros que haya leído nunca. Una novela autobiográfica que resume en su título los ejes sobre los que gira: el amor hacia su madre y la oscuridad en que lo sumió el suicidio de ésta cuando Oz tan sólo tenía doce años. Pero una novela que es mucho más. La diáspora judía. El nacimiento de Israel –siempre recordaré la sobrecogedora manera en cómo se narra la votación de la Sociedad de Naciones que da vía libre al nuevo estado-. El entusiasmo de una generación de pioneros. La reflexión sobre la tierra y su reparto. El amor por los libros. Una novela que habla de una extensa y culta familia procedente del este europeo que aparentaba normalidad, pero a la que le rondaba la tristeza y el desgarro. Hay un relato sobre el huerto del patio de los padres de Oz. No se logra en él planta alguna. Metáfora misma de la esterilidad de la vida de un bibliotecario culto hasta la excelencia y sin embargo incapaz de progresar en su trabajo, de las cuitas de una madre enferma de melancolía y de los remordimientos de un niño que se evade de la sordidez de todo aquello que le rodea con la lectura compulsiva de cuantos libros caen en sus manos.
Dos años después de la muerte de su madre, Amos se fue a vivir a un kibbutz. Deseaba convertirse en un joven bronceado, musculoso y comprometido con la construcción del nuevo estado. En ello estaban empeñadas las nuevas generaciones del pueblo de Israel. Creían necesario sustituir al judío sobreviviente del exterminio nazi, resignado, fatalista y pusilánime, por un nuevo hombre con voluntad de resistencia, con determinación para echar raíces, para labrar un hogar o morir en el empeño. Emerge entonces un conflicto político que llega hasta hoy. Amos Oz, reconocido pacifista que lucha desde hace años por la convivencia de los pueblos judío y palestino, nos los explica desapasionadamente en su novela.

Me parecen, en particular, memorables las evocaciones de la madre, una inteligente y seductora mujer que le contaba a su hijo mágicas e improvisadas historias a la noche. Sobrecogedora la profunda tristeza que la invadió en los últimos años. Su insomnio, su ansiedad. Amos Oz lo recuerda todo con una mezcla de compasión y rencor. Le guarda un amor profundo. Pero no olvida que su muerte lo dejó sólo cuando era todavía un niño.

Una historia de amor y oscuridad, como todas las grandes historias de cualquier tiempo, es un libro profundamente triste y a la vez increíblemente hermoso.

He leído después otros dos libros de Oz: Una pantera en el sótano y De repente en lo profundo del bosque. La primera es una narración ambientada en 1947, vísperas de la retirada británica de Jerusalén. Tiene por protagonista a Profi, trasunto en cierta manera del propio Oz cuando era adolescente. Habla de un niño de doce años que vive en las afueras de Jerusalén y al que se le acusa de traidor por los integrantes de la Organización LOM (Libertad o Muerte), una ingenua agrupación formada por el propio Profi y un par de amigos más al comienzo de las vacaciones de verano. La intención de aquellos pequeños era rebelarse contra el poder británico y expulsar al invasor. Su casual relación con el sargento Staphen Dunlop, policía inglés destacado en Jerusalén, le convierte por ello en traidor a los ojos de sus amigos. El propio Oz describía en una entrevista lo que cuenta esta novela:
En la novela Una Pantera en el sótano, Profi tiene más de un enemigo. Sus mejores amigos, sus socios en el grupo clandestino imaginario, también se convierten en sus enemigos. Su padre es un enemigo. Sus profesores... Él pasa por todo el ciclo de la traición, porque cuando entabla amistad con el sargento británico se convierte en un traidor para sus amigos chovinistas. Luego, cuando se enamora de la chica y le revela todo, traiciona a su amigo británico. Para después terminar traicionando a la chica cuando cuenta a sus padres la visita nocturna que recibe ésta cuando se queda a cuidarlo una noche. El chico pasa por todo el ciclo. Lo único que permanece inalterable es su amor hacia las palabras. Profi descubrirá que su patria es la lengua, y su razón de ser queda en las palabras con las que juega. El sentido del humor es una traición porque te ríes de cosas que otros toman muy en serio. Pero es una traición redentora porque el humor es un antídoto contra el fanatismo. A mí me llaman traidor, al igual que a mi personaje, Profi, porque yo cambio. No me quedo en el mismo lugar. La gente que nunca cambia piensa que si alguien lo hace es un traidor. Yo soy muy filosófico, pienso que el título de traidor es un tipo de condecoración.

De repente en lo profundo del bosque es lo que en hebreo se llama una aggadah, esto es, una parábola. Se trata, pues, de un texto simbólico. De una alegoría. Narra la historia de un pueblo sobre el que ha recaído una extraña maldición: la desaparición de todos los animales. La noche deja sumido al pueblo en el más absoluto silencio. Y por el día tampoco se advierte rastro de animal alguno. Hay, no obstante, entre los adultos quienes se niegan a olvidar que oyeron antaño el canto de los pájaros, que gozaron de la compañía de perros fieles, que cazaron jabalíes en los bosques o criaron ovejas en sus prados. La maestra Emmanuella aún dibuja animales para los niños, a quienes aquellas formas se les antojan extrañas invenciones. El viejo pescador Almón añora el tiempo en que llenaba de peces sus redes ahora siempre vacías. La panadera echa en vano migas a los pájaros que nunca volverán. Algo sucedió en el pasado. Hay niños que preguntan y adultos que se enfadan. Recordar resulta doloroso. Hasta que Maya y Mati, dos niños empecinados en encontrar la verdad, desobedecen a sus padres y parten en busca de los animales. Y los encuentran. Cuál es la enseñanza de todo ello. Todas las parábolas la tienen. Que es preciso ser valientes, estar dispuestos al riesgo, enfrentarse a las mayorías que piensan uniformemente. Se hace necesario vivir en comunidad. Ser aceptados. Pero no a cualquier precio. Hay otro mundo y a él puede llegar, según Oz, quien se revela a veces, aunque lo haga sólo por un instante, quien busca con los ojos del espíritu, quien sabe escuchar con los oídos del alma y tocar con los dedos de la mente.
Han sido, pues, unos meses de inmersiOz.
Y he vuelto a la superficie feliz con el descubrimiento.

martes, septiembre 18, 2007

A ras de suelo

Plaza Mayor. Media mañana. Llueve fina e insistentemente. Día otoñal. La Botica está llena de gente. A los que tomamos allí el café de las once, se nos une una excursión de turistas que se protegen del agua y colapsan los retretes. Afuera estalla una explosión rápida y potente. Un estruendo como de petardo enorme. Resuena en la cantina. Agita lámparas y golpea como una aldaba invisible todas las cajas torácicas de los presentes. Quedamos alertados. Los estallidos continúan. Salimos afuera. Un montón de mineros toma el empedrado. Miran desafiantes el balcón de la casa consistorial. Huele a pólvora. Sigue lloviendo. El humo se disipa rápido. Justo en la salida de la plaza hacia el muelle, posa una señora de edad. Con chubasquero de vivos colores. Sonriente. Al fondo, el Ayuntamiento, los soportales, el macetero gigante que cuelga de la farola central, las espaldas anchas de los mineros, el vuelo bajo de los barrenos. La cámara fotográfica toma la instantánea y dispara automáticamente el flash. Está oscuro el día y la tormenta anda a ras de suelo.
La rutina es un paraíso con mala prensa.

lunes, septiembre 17, 2007

Fever-Tree

Yo no los he probado mejores. Y alguno he probado. Mi amigo los hace en vaso largo. Hielo generoso. Cortezas varias y verdes de los limones de su jardín. Ginebra la justa. Y últimamente tónica Fever-Tree. Efectivamente, árbol de la fiebre. El mismo en el que los ingleses hallaron solución para la malaria y, mezclándolo convenientemente, también alivio a las tardes de tedio. Ahora se cultiva en Ruanda. De allí viene esta tónica elaborada como antaño. Sin añadidos artificiales. Encontré sobre ella un artículo hace unos días. Además de contar dónde y cómo se producía, daba una receta de gin-tonic. Con pepino. Sí, como lo oyen, y con pétalos de flores. Le pasé el recorte a mi amigo. En fin, igual tiene razón el articulista, pero no se me ocurrirá añadirle pepino ni pétalos de flores. Las ganas de ponerse gilipollas que hay por el mundo. Ni falta que le hacen añadidos nuevos a sus gin-tonics. Y el trabajo que debe de dar cultivar pepinos y tener a mano flores frescas siempre. El limonero es mucho más sufrido. No da qué hacer. Y siempre tiene frutos. Definitivamente coincido con mi amigo, las ganas de ponerse gilipollas que hay por el mundo.

miércoles, septiembre 12, 2007

Aprendices de brujo

Quedó dicho ya cómo son las pleamares de septiembre. Y que por estas tierras las llamamos mareonas. Se hincha tanto el océano que desborda muelles, que se alza por encima de los rompeolas, que se arrastra por el paseo marítimo. Era una metáfora de agua. Los recursos hídricos se quedan cortos cuando de dar riego se trata. Pero siempre socorren a los que escriben. El caso es que se recomendaba entonces que para prevenir lo que se venía encima era menester llevarse la toalla lejos de la orilla. Viendo la prensa estos últimos días, más vale, me temo, esconderla en casa. Y uno con ella. Debajo. Resulta, y que alguien me corrija si no era así, que en julio y agosto, los problemas de este país eran las víctimas del tráfico, la subida de tipos de interés, la violencia de algunas malas bestias sobre sus cónyuges y la llegada o naufragio de cayucos. Los titulares de los periódicos no se preocupaban de más cosas. Suficientes eran y de importancia real cada una en su ámbito. Y hete aquí que de repente, con la fuerza ya aludida de una mareona, y arrastrando toda la porquería imaginable de un oleaje revuelto, reaparecen en los medios los hombres públicos que andaban de vacaciones. Y lo hacen descansados y con el ánimo de abrirnos los ojos sobre los verdaderos males que asolan el suelo patrio. Que no eran los que pensábamos en el verano, sino que son tales como la urgente necesidad de independizar a las naciones oprimidas del estado español, lo feble o sólido que está el liderazgo de la derecha española, el supuesto adoctrinamiento ideológico que entraña la educación para la ciudadanía y los dimes y diretes que llenan de pelusilla el ombligo de las distintas formaciones políticas. Esos son ahora los titulares. De lo que pudiéramos concluir que una buena parte de los problemas sobre los que gravita la información diaria de los medios de comunicación se fecundan in vitro. Y debería ponernos en alerta esta génesis, porque el laboratorio está en manos de auténticos aprendices de brujo.

Furber de nuevo

Ya se contó aquí la historia de Stephane Furber. Me gustaría hoy añadir otro de sus poemas y dedicárselo a David González, quien también anduvo alguna vez por los infiernos.


Los oficios del domingo

Los domingos acompaño a Daphne hasta la iglesia.
El reverendo Moosley
le da la bienvenida en la puerta a los feligreses.
Conoce a cada uno por su nombre.
Lo veo todo en la distancia;
apoyado en la furgoneta
mientras enciendo un cigarrillo.
Cuando no queda nadie afuera,
Moosley sonríe y me saluda con su mano izquierda.
En la derecha aprieta la Biblia.
Quizás a Daphne le gustaría
que algún día entráramos juntos.
Pero prefiero oír la música del órgano mientras fumo.
Me hace recordar mi otra vida.
De qué me valdría la fe a estas alturas,
cuando me he escapado ya una vez de los infiernos.



Stephane Furber, Daphne.
Editorial Mondantordi, Argentina, 2007.
Traducción de Mariana Lotti.

domingo, septiembre 09, 2007

Hollywoodland

He visto hace sólo unos días la película Hollywoodland, una hermosa historia dirigida por Allen Coulter –realizador también de la serie televisiva Los Soprano-. Recrea la vida de dos pobres diablos, la de George Reeves, el actor que interpretó a Superman en la primera serie televisiva del personaje, y la de un detective desencantado y siempre a punto de irse por cualquier cuneta de la vida, un Adrien Brody que borda su papel.

Se cuenta en ella lo que se dió por un suicidio, el del ya aludido George Reeves, quien fue hallado muerto en su dormitorio una noche de junio de 1959. Ese es el punto de partida de la intriga de Hollywoodland y también de la leyenda sobre la "maldición de Superman" (cuyo último episodio ha sido lo sucedido con otro Reeves, con Christopher). El detective Louis Simo, al que da vida Brody, investiga el caso. A Ben Affleck, por su parte, le sienta como un guante el papel de George Reeves, un mal actor guapo, simpático y ambicioso.

Quizás la originalidad de la narración radique en que el detective Simo, al ir descubriendo que Reeves es un tipo al que, como a él mismo, lo ha maltratado la vida, decide investigar la verdad sobre su muerte, más que empleando los métodos deductivos propios de cualquier thriller, por mera empatía con el muerto. Y nunca es mala cosa ponerse en la piel del otro, aunque esté ya fría.

jueves, septiembre 06, 2007

Mis coches (In memoriam)

Foto de Ternua (tomada de Flickr)
Aquellos viejos autos,
nada sacramentales,
que conduje siendo un joven temerario
-bien lo sé ahora cuando ya casi soy
un temeroso fósil-,
guardan, allá dónde estén,
en el limbo-desguace de su muerte,
la dulce memoria de algunos viajes,
las cenizas de muchos cigarrillos
y los angostos rincones
en que el amor nos hizo contorsionistas.

martes, septiembre 04, 2007

Wei Hsiao Niu

Cuando no había chinos en la ciudad, ni siquiera en todo el país, aquí vivió Wei Hsiao Niu, un chino portuario. No tenía deseo alguno de quedarse más que el tiempo preciso para conseguir un billete de vuelta y algunas monedas para el viaje. Pero se le hizo de pronto acogedor el lugar. Las gentes. La vieja casa donde halló acomodo. Los brazos de cierta mujer. El cielo recortado en aristas por los aleros de tantas calles angostas. Y hasta el olor a víscera fresca del pescado en los amaneceres. Así que se puso a construir farolillos de papel. Llenó de color el barrio. La ciudad en los días de fiesta. Farolillos frágiles y combustibles como fósforos barrocos. Y hasta abrió años más tarde una cantina bajo su taller de fanales. Se volvió domador de barra. Ordeñó panteras que siempre mantuvo escondidas entre la papiroflexia. Alrededor de aquella leche recia se dejaban caer los mareantes cuando volvían al muelle de madrugada. De viejo le venció la nostalgia de China. Compró billete y baúles. Pero se murió antes de emprender el viaje de regreso. Su hijo tiene una tasca en el Tránsito de las Ballenas. Que así se llama la calle porque aquí hubo un tiempo en el que desde las campanas del cerro tocaban los atalayeros el avistamiento de aquellos grandes bichos. Un tiempo en el que había barcos hermosos de maderas calafateadas, velas untadas de grasa oceánica y hasta un náufrago de ojos rasgados que echó amarras en un noray del barrio.

domingo, septiembre 02, 2007

Sublimes sin interrupción

Ayer la prensa recogía una noticia sobre Arthur Miller, un autor teatral del que siempre se ha apreciado su intenso activismo político y social, su combate contra la deshumanización de la vida estadounidense; su activa oposición a la caza de brujas de McCarthy; su valiente denuncia de la intervención de Estados Unidos en Corea y Vietnam.
Pues bien, Miller tuvo un hijo con síndrome de Down en 1966, fruto de su matrimonio con la fotógrafa Inge Morath, a la que conoció durante el rodaje de Vidas rebeldes, cuando aún estaba casado con Marilyn Monroe. Morath tuvo primero una hija, Rebecca Miller, hoy una reconocida cineasta, y luego llegó Daniel, quien cuatro días después de nacer sería depositado en un orfanato y eliminado por completo de la vida pública y privada del escritor. Daniel ha llegado a participar en los Juegos Paralímpicos compitiendo como esquiador y ciclista. Ha crecido solo en diferentes instituciones de acogida y no conoció a su padre hasta 1995, cuando durante un acto público en el que el escritor iba a hablar en defensa de un discapacitado mental acusado de asesinato, Daniel subió al escenario y lo abrazó.
Hay quienes se toman al pie de la letra aquella máxima baudelairiana de procurar ser sublimes sin interrupción. Se ven tan artistas que si algo o alguien de su alrededor no les reconoce como tal, lo desprecian o lo ignoran. Que la simiente de un semidios germine en un ser menor es como si un maldito torpedo del destino les explotara justo en la línea de flotación. Y se van al fondo arrastrándolo todo. Hasta la dignidad.