martes, junio 03, 2008

Excursión

Mañana de sábado. Sin demasiado entusiasmo porque hace un día de perros, emprendemos viaje hacia Somiedo. Atravesamos el puerto de San Lorenzo en medio de una niebla espesa. Sigue lloviendo. A través de las ventanillas pasa todo con lentitud, da tiempo a pensar sobre la soledad de estos pueblos, sobre su aislamiento en el invierno, sobre cómo será aquí la vida de los niños -si es que aún siguen naciendo niños por estos lugares-. El agua se desborda por todos lados, cae impetuosa por las praderías, chorrea en pequeñas cascadas hacia las cunetas, anega las partes bajas y llanas de los campos. En Saliencia se toma la nueva carretera que lleva al alto de La Farrapona. Antes era una pista. Se ha asfaltado hace unos meses. Suben incluso autobuses. No deja de ser paradójico que una vez aprobadas por las administraciones las medidas que protegen espacios naturales como éste, posteriormente se facilite el tránsito hasta su mismo corazón. La ascensión transcurre llevando siempre a la vista el río, el valle que forma su curso, los prados y cabañas de teito, el ganado. Ni el día desapacible empaña la belleza de esa marcha de casi diez kilómetros que lleva hasta la zona lacustre. Habrá que perderse en ocasión más propicia por estos senderos que van de un lado a otro del cauce del Saliencia. Va uno haciéndose incluso a la idea de lo agradable que será caminar demoradamente por ellos, llevando tan pronto la vista a los montes como a la pradería y el fluir sonoro del agua. Arriba son aún mayores las inclemencias. La niebla se posa espesa y la lluvia se abre paso violentamente a su través. Nos acercamos al lago de la Cueva, al lado del que antaño estuvo la explotación minera de hierro. Los charcos de la pista son casi de color cinabrio. Ganamos después altura hasta La Almagrera, una cimera depresión que sólo embalsa agua en época de lluvias copiosas, y ésta lo es sin duda porque anda rebosante. Y luego hasta el mirador sobre el que se alcanza todo el Calabazosa, el más profundo lago del norte cantábrico, y desde donde a escasos metros también se puede divisar la otra laguna próxima, la de Cerveriz. Por allí, cuando era un crío de trece o catorce años, estuve acampado dos semanas. Recuerdo bien aquella experiencia. La dureza de la marcha que nos llevó hasta el lugar donde asentamos la tienda. La alegría de tantas jornadas en un entorno bellísimo e inabarcable. Los baños en las aguas negras, frías y temibles del Calabazosa. Los mastines que cuidaban del ganado en los riscos próximos. Las ascensiones a los Picos Albos. Las hogueras a la noche. La música de Albert Hamond, que entonces me gustaba tanto. Todo se ha venido de repente a la memoria, también los rostros de los compañeros de entonces. Más de treinta años después. El escalofrío de este cómputo que uno hace cada vez más a menudo para situarse en la línea de la vida, para saberse al otro lado de su mitad, para felicitarse por haber llegado, acojonándose por lo que le llevamos ya arañado. Regresamos por la angosta carretera que atraviesa el bosque de Tibleos, el de la maldición aquella que decía: ¡Permita Dios que te vayas / mas allá de los infiernos / al Principado de Asturias / al concejo de Somiedo / hasta el monte de Tibleos / donde el diablo dijo: miedo!

6 comentarios:

Miguel Sanfeliu dijo...

Estuve en esos parajes hace unos años y fue una excursión inolvidable.
Bello texto.
Saludos.

Sir John More dijo...

Encantadísimo, como siempre, de leerle, señor mío. Ojalá pueda recorrer esos parajes muy pronto. Un abrazo.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Gracias, amigos. Ambos conocéis estos lugares. Sabéis, por tanto, la fuerza y la belleza que poseen.
Un abrazo.

Nuca dijo...

Hace ya años cuando aún no había teléfonos móviles, me cité allí con mi amigo Basilio. Quedamos para dormir en el Lago. Ninguno de los dos conocíamos la zona. Yo llevaría la tienda. El salió de Madrid, yo de Vigo y sin más señas que esas nos encontramos el día y en el sitio convenido.

Fueron unos días inolvidables

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Curiosamente, querido Occam, ambos hemos recordado una acampada. Hace años ya de eso. Ahora no se puede plantar la tienda por aquellos parajes, están severamente protegidos. El recuerdo de aquellos, y otros muchos, días de libertad no vigilada en medio de la naturaleza siempre será uno de los pedacitos con los que se construyen nuestros paraíso pérdidos.
Un abrazo.

Nuca dijo...

Felizmente protegidos.

También estos días pienso mucho en las cosas que hoy disfrutamos y que seguro no disfrutarán nuestros nietos.

Pienso en ello porque me debato entre la posibilidad de aprovechar un viaje de trabajo a Argentina para ver ballenas en la península de Valdez con mi hija y el sacrificio que me supone pagar su pasaje. Y tengo que decidirlo ya