martes, mayo 11, 2010

Lettres

Cómo hablar sin enojarse de lo que a uno lo incomoda pero que constituyendo materia propia de diario se quiere tratar y fijar. La metáfora del río, como vida que transcurre, tiene por adorno retórico la voluta propia del torbellino, las miasmas de lo estancado, cuanto agobia y desborda márgenes, la vida interior que puede ser ordenada y nutritiva o tan abisal en ocasiones que su sola proximidad a la superficie transformaría el curso de las aguas en leyenda. Sucede que a veces llegan cartas… No sé si así empezaba una canción o un relato epistolar. Pero así empiezan a veces las incómodas precisiones y las apostillas, los matices y su esfuerzo, que finalmente nada aprovecha. Es como poner recados minúsculos de papel y oración entre las mampostería de un muro religioso. He borrado ya las huellas, el rastro de las palabras encandenas, superpuestas, enfrentadas. Me quedo con la sensación y lo que enseña. A que la buena fe nada mueve y menos las montañas, levantadas como están en el detritus, azotadas de inclemencia y tan ásperas y baldías finalmente como todo lo que el fuego ha consumido.

Quizás lo que sigue llegue a ser un poema. Y algo tiene que ver mientras con lo dicho. Habla de cartas. Y de máscaras tras las que se escriben. Por recato y por saberse a salvo del cuerpo a cuerpo.
Lettres

Desconfía de mis cartas
pues adopto en ellas
a veces nombres simples
o usurpo a su través
identidades nobles.
En medio de la verdad
incorporo incertidumbres;
y lo que aún es peor,
no suelen distinguirse éstas
del común de las sentencias.

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