domingo, septiembre 19, 2010

Domingo de contrastes

En estos domingos para los que nada se tiene previsto de antemano, a los que uno amanece pendiente del tiempo que traen consigo y que adelanta no poco el propio ánimo, hay veces que los sacude lo inesperado. Todo domingo tiende a ser por definición remanso insular. Todo domingo seda las pulsaciones de la prisa. Busca playas, campo, jardines, paseos o el regazo de un sillón. Tiene periódicos de muchas hojas y comidas que se prolongan en la sobremesa. Vermús con aceitunas y tardes a veces demasiado largas. Por eso la noticia de la muerte sobrecoge quizás más en un domingo. Cae con la misma sorpresa y estrépito que un meteorito en medio de las aguas quietas de un lago. Añica el reflejo del mundo desde el impacto a las orillas. Ha sido éste un domingo empeñado en ser verano todavia. Que nos echó pronto a la calle, a la luz. Que nos hizo olvidar por instantes la bofetada temprana de la radio, cuando Pepa Fernández anunció la muerte de Labordeta, y desayunamos en silencio y con un cuajo de café y pena en la garganta. Quizás también por eso escapamos pronto de casa. Por el mayán de tierra, vimos a E. Secándose en el muro al aire del mar. Venía del pulpo. Con gancho y sin pesca. Descalzo y curtido de pedreros. Hasta echamos con él unas risas. No traía la noticia el diario que leímos en la terraza del arenal, con la bahía entera por paisaje y la marea retirándose lenta y transparente. Sí hablaron largo de ello los informativos del mediodía. Imágenes, viejas entrevistas, canciones. Escribo estas líneas ya a la tarde bajo una sombrilla. Me guía una especie de deber, me guía la gratitud. Todo hombre de bien debería saber rezar en ciertos momentos. Debería encontrar las palabras precisas con las que hablarse a solas. Contar, por ejemplo, en el silencio de unas cuartillas que se siente mellado a la altura del pecho, donde otras veces lo calentaba hasta la alegría este sol resistente de los días finales del verano. Se nos ha muerto Labordeta, con quien tanto quisimos. En su recuerdo resuena el verso de uno de sus cantares: recuérdame como un verano ido. El de dos mil diez, en un domingo luminoso y paseable a pesar de todo. Como de costumbre, la vida nunca mira a sus espaldas.

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