domingo, noviembre 21, 2010

Contar historias

El sábado cenamos en casa con algunos amigos. El domingo resultó abúlico por comparación y por su propia naturaleza crepuscular. Por la tarde, tirado sobre el sofá, mientras leía a ratos el periódico, fijé la mirada en el ramo de flores y en el trozo de madera pintado que estaban sobre la mesa del salón. Regalos de esa noche. Eso quedaba de la cena del día anterior. Eso y un rastro de olor a tabaco. Al cabo de una semana sobrevivirá tan sólo el tronco seco al que las pinturas le dan una nueva vida. Y, tal vez permanezca también, lo que ahora escribo. El diario es como una maroma que fija la memoria a los norays. Me acerco al muelle y oigo las risas. Los cubiertos y las copas. El barco de los recuerdos es como un pequeño crucero iluminado de fiesta. Se sientan todos los viajeros en torno a la mesa. Afuera llueve y ventea. Recordar y contar al calor del fuego es refugiarse contra la inclemencia: la del tiempo y la de los años. Dice Vargas Llosa que la literatura es una hija tardía de ese quehacer primitivo que es inventar y contar historias.

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