martes, diciembre 20, 2011

Joseph Gluckstein Links

Joseph Gluckstein Links (1904-1997) nació y murió en Londres. No suele ser habitual que a un autodidacta se le reconozca como experto en el especializado mundo de la historia del arte. Pero así ha venido a ocurrir con Links, a quien se le considera como el mayor entendido en Canaletto. Su bibliografía sobre el pintor veneciano se inicia con Vistas de Venecia de Canaletto, editado por Antonio Visentini en 1971, sigue con Canaletto, en 1976, y finaliza con Canaletto y sus mecenas, en 1977.
Además, la exposición sobre Canaletto que albergó el Museo Metropolitano de Nueva York en 1989 fue concebida por el propio Links y tanto la catalogación como el préstamo de las obras que entonces se mostraron al público fueron posibles gracias, por una parte, a su conocimiento enciclopédico sobre el autor, y, por otra, a los contactos y amistades que su afición le procuró.
El padre de Joseph Gluckstein Links fue un refugiado judío húngaro que se introdujo en los negocios de la piel a través de la firma Links Calman. Su madre murió cuando Links sólo tenía 12 años. Poco después dejó la escuela porque su padre había enfermado y era conveniente que se adiestrase en el comercio de pieles antes de quedar huérfano. Su prosperidad en esta profesión llegó al punto de obtener la cédula real como peletero de la Reina. Y hasta escribió en 1956 un libro sobre la materia: El libro de piel.
Pero su curiosidad se orientó también hacia la literatura, escribiendo en la década de 1930 varias novelas policíacas, como Se adjuntan pistas (1939) y La Masacre Malinsay (1938), que fueron muy populares y llegaron a reeditarse en la década de 1980.
En la Segunda Guerra Mundial Links participó como comandante de las RAF. Conoció entonces a Robert Lutyens, hijo del arquitecto Sir Edwin Lutyens, y a través de él a su hermana María, con quien se casó en 1945. La luna de miel los llevó a Venecia. Ambos quedaron fascinados de por vida con la ciudad de los canales. Durante treinta años la visitaron dos o tres veces al año. Ese fervor llevó a que Linkse, en los años sesenta, se involucrará en la creación del Fondo Venecia en Peligro, creado para salvar de las aguas a los edificios de Venecia, convirtiéndose en uno de sus principales impulsores y recaudadores de fondos.
El interés por Canaletto nació de su pasión por Venecia. Su mujer; María, le regaló entonces una copia de la monografía de Constable sobre Canaletto en el que el autor reseñaba un cuadro que daba por perdido y que Links reconoció y ubicó. Él y Constable empezaron entonces a intercambiar correspondencia y, cuando Constable llegó a Inglaterra, le pidió Links que se hiciera cargo de la segunda edición del libro, tarea que le ocupó durante seis años. Su Canaletto se publicó en 1976.
Dado que muchos de sus amigos viajeros le solicitaba consejo sobre qué ver y hacer en Venecia, el editor Max Reinhardt le sugirió que esas pequeñas guías bien podían convertirse en un libro. Nació así su obra más querida, Venecia por placer (1966), que fue descrito por Bernard Levin como "No sólo la mejor guía turística de la ciudad que se ha escrito, sino la mejor guía turística de cualquier ciudad que se ha escrito".
A su vez, Mary Lutyens, aunque fue también novelista de cierto prestigio, se consagró finalmente en el estudio de la vida y obra del filósofo indio Krishnamurti. Dicen que Links y María fueron un matrimonio feliz. Que disfrutaron juntos de la amistad, la música, la lectura y de su trabajo literario. Y que consiguieron, además, que las veladas de su casa de Sussex se hicieran famosas por la excelencia de los martinis secos.

lunes, diciembre 19, 2011

Caxigaline(a)s

El tiempo se cuenta por pedazos, como cualquier otro destrozo.

La impertinencia de la víscera: manifestarnos incapaces de callar lo que no viene al caso no es sino confesar que lo que sí viene le importa mucho menos a nuestras urgencias.

Confortada por sus ideas solidarias, se tenía por persona comprometida, pero la realidad la puso frente al auténtico compromiso: el infortunio de los suyos. En tales bretes, depende de cada conciencia que uno se apañe con un carné y mire hacia otro lado o se sienta obligado a remangarse.

Sobre los cadáveres vuelan los buitres. Aves hambrientas, sí, pero de vez en cuando también necrólogos sin reparos.

viernes, diciembre 09, 2011

Ni una ciencia, ni un arte...

"El interés de Hélène por la economía había disminuido mucho a lo largo de los años. Cada vez más, las teorías que trataban de explicar los fenómenos económicos, de prever sus evoluciones, le parecían más o menos igualmente inconsistentes, aventuradas, cada vez tenía más ganas de asemejarlas a la pura charlatanería; en ocasiones se decía que era incluso sorprendente que concedieran un Premio Nobel de Economía, como si esta disciplina pudiese alegar la misma metodología seria, el mismo rigor intelectual que la química o la física (…). La economía casi no estaba ligada con nada, sólo con lo más maquinal, previsible y mecánico que había en el ser humano. No sólo no era una ciencia, sino que no era un arte, en definitiva no era prácticamente nada en absoluto."
Michel Houellebecq, El mapa y el territorio

miércoles, diciembre 07, 2011

Donald Toole


A Donald Toole le gustaban los hombres y el boxeo. Nació tullido. Tuvo siempre que pagarse sus caprichos y nunca pudo subirse a un ring. Dicen que hubiera cambiado a gusto su cátedra de literatura contemporánea en Princeton por aguantarle un asalto de pie a uno de los grandes. Escribió un único libro de poemas: The winged fighters.  

A veces arrojamos la toalla
por entre las cuerdas del cuadrilátero
con la resignación de que nada se puede hacer
por un tipo conmocionado
que ni siquiera consigue
ponerse en guardia.
¿Qué tienen que ver esos púgiles con nosotros?
¿Nos han pedido acaso
este último gesto de piedad?
¿Qué nos llevaremos a la esquina
después de que la campana suene
con la urgencia de las sirenas?
Compartimos su derrota.
Quizás hasta una pequeña parte de su dolor.
Pero nunca las heridas ni la sangre.

lunes, noviembre 28, 2011

One day in that time

Las ventanas estaban abiertas.
El aire las batía
como palmas de espectadores
en torno a un ring de boxeo.
Tan atenazante es a veces el abandono
que ni siquiera nos conmueve
el estruendo de una grada.
Sobre el suelo se hicieron
de golpe añicos los vidrios.
Al sexto o séptimo asalto
todo acabó en un fuera de combate.
Cuando el público desalojó el estadio
había sangre en la lona
y ceniza de cigarros por el suelo.
Pero tampoco entonces
se me abrió un resquicio
de lástima en los ojos.

Stephane Furber

lunes, noviembre 21, 2011

21-N

Ayer me fui pronto a dormir. A la luz de los faroles miré el prado que ciñe la casa. La segadora había dejado el jardín casi al ras. No obstante, por debajo del tilo quedaron unos puñados de hierbas confiadas en su suerte, pero a la sombra. Contra el muro, abatida en su periferia, se resistió un borde de vegetación arrinconada. Durante algún tiempo se verá todo como más despejado. Luego, las inclemencias del tiempo tendrán la última palabra.

viernes, noviembre 18, 2011

Caxigalíne(a)s

Qué difícil resulta desmentir las interpretaciones que los demás hacen de nuestros silencios. Nos fuerzan una intimidad imaginaria y nos abocan a cubrir las vergüenzas de quienes pasan por nosotros.

Toda ficción no suele ser más que un collage que remienda retales de memoria. Trastocados en el tiempo y el espacio, aparentan un mundo imaginado.

Hablaba a menudo con diminutivos —como los cocineros de la tele—. Confundía delicadeza con sufijos. Y a uno, cuya infancia fue carne de barrio, esas finuras sin cuento le provocaban, más que arcaditas, soberanas náuseas.

La embriaguez nos vuelve a menudo excesivamente efusivos. La alegría también. La resaca de ambas produce vergüenzas no demasiado distintas.

jueves, noviembre 17, 2011

Graffitis mu(o)rales

Ha tenido Fernando Menéndez la atención de enviarme su nuevo libro. El título de esta entrega es Graffitis. Se trata de una edición privada de ciento cincuenta ejemplares, de los que cien van artesanalmente encuadernados en rústica por el propio autor. Fernando no es sólo un manitas con buen gusto para los papeles, la tipografía o las ilustraciones, es además un creador constante y muy dotado para la punzada expresiva. Combina bien esos latigazos de pensador con el apunte de un escritor de breverías que es, además, un artesano de la impresión. Los graffitis de este libro vienen precedidos de una cita de Juan de Mairena: “Tentar el pulso a la calle, ésa es la tarea”. Y a fe que se hace en lo que sigue: sesenta apostillas mu(o)rales de las que se detalla dónde fueron garabateadas y en qué cuadernos registradas por Fernando Menéndez. Así que todas aparecen siguiendo esta estructura:

F.M., cuadernillo rojo, pág. 14.
Lugar: en el interior de un ascensor.
El político es un fetichista: ama más tu voto que su idea.

F.M., cuadernillo rojo, pág.13.
Lugar: en el portal de un partido político.
Gilipollas, el pueblo es el soberano, no los mercados.

F.M., cuadernillo II, pág. 13.
Lugar: en un panel de anuncios.
Político de buenas intenciones, busca alguien que se las quite.

F.M., cuadernillo rojo, pág. 6.
Lugar: en una silla de la sala de juntas
Aquí, el capital enculó a la política.

Queda claro en los ejemplos seleccionados que este Mairena de Fernando Menéndez se nos ha vuelto no sólo grafitero sino hasta perroflauta. Que divierte y que denuncia. Y que escribe ciñéndose bien a la superficie sobre la que se apoya. Así que no descarten que en un plazo más bien breve la calle haga suyos muchos de estos graffitis. Tienen fuerza y razón.

viernes, noviembre 11, 2011

De Pla

"Yo he tratado de poner adjetivos detrás de los sustantivos y es la única cosa que he hecho en mi vida. Y por esto fumo, para buscar adjetivos. Yo pongo una puerta. Ahora hay que buscar el color de esa puerta... y la forma de esta puerta. Buscar el adjetivo exacto, y si lo encuentro lo pongo. Raras veces se encuentra el adjetivo. Pero si se encuentra el adjetivo, uno se puede ir a comer a casa. Comer una sopa, una tortilla. Y no envidiar nunca nada a nadie."
Josep Pla
Ver el documental: Josep Pla, a 30 años de su muerte
(De entre los Imprescindibles de RTVE)

jueves, noviembre 10, 2011

Campaña

Pugna televisiva entre Rubalcaba y Rajoy. Uno con sus lastres. El otro con sus taras. No hubo fuera de combate. Se decidió a los puntos. Me fui a la cama sin aguardar el recuento. No estaba dispuesto a que tanto juez parcial como anda suelto terminara por quitarme el sueño.

Vi a T. haciendo campaña. Iba embutido en una camiseta del color de su partido y montado en una bicicleta que llevaba atados al manillar algunos globos del mismo color. Afortunadamente no adivirtió mi presencia. Mejor así. Se evitó el bochorno. El mío al menos: bochorno ajeno. Sabido es que el fin no justifica en ningún caso los medios; tampoco, por tanto, los de locomoción.

Nuevo debate. Esta vez a cinco voces. Todos solistas. Ninguna armonía coral. Así nos va. También éste me lo inyecto en vena. La campaña amenaza con dejarme cara de yonqui. Debería cuidarme más y quitarme de semejantes vicios.

Mi mujer vota por correo. Sólo pensar en que podía presidir de nuevo una mesa electoral le provocaba pesadillas. Ayer llegaron las papeletas electorales. Se les ha dado uso. Al dorso, apuntamos  la lista de la compra. El papel es de mala calidad y transparenta el nombre de los candidatos. Es como escribir sobre sus espaldas. Sherpas de ultramarinos.

martes, noviembre 08, 2011

Apuntes

Ahora sabría, demasiado tarde me temo, darle respuesta cierta a la pregunta de qué querría ser de mayor: un rentista con el gusto suficientemente educado como para escribir un diario ameno e inteligente, como para vivir a gusto en una ciudad de provincias, como para envejecer sin más sobresaltos que los propios de un padre razonablemente afortunado y de un hombre descreído y sin embargo empeñado en apurar cualquier dicha, pero en sigilo.

He aprendido a que no merece la pena apostillar las opiniones políticas de quienes, con demasiada fe y escasa intuición, se desahogan creyéndome de los suyos. La sola perspectiva de que ese plural me abarque termina por enmudecerme. El silencio, por tanto, puede ser a veces un esfuezo más social que la palabra.

jueves, noviembre 03, 2011

Caxigalíne(a)s

Amanece mientras camino hacia el trabajo. El sol se levanta sobre mis hombros.

¡Cuánto entusiasta de si mismo: fieles, militantes políticos, hooligans, patriotas…!

Campaña electoral: la competencia desleal le arrebata las calles por unos días a los testigos de Jehová.

Lectura especular. Hay quien siempre busca en lo que lee no la réplica o la duda, sino la confirmación de sus certezas.

domingo, octubre 30, 2011

Muy despacio

Paseo con mi padre. Buen día, pero es sin duda otoño y el sol calienta hasta donde puede; aunque si, como hoy, viene la luz franca y el cielo limpio, se hace agradabe sentarse en un banco a leer, a charlar o simplemente a dejar pasar la mañana. Hasta llegar a los jardines, cruzamos unas cuantas calles. Caminamos despacio. Muy despacio. Mi padre arrastra casi los pies y a veces incluso ni nos da tiempo a llegar a la otra acera cuando el semáforo se nos pone en verde. A ese ritmo nos hacemos más visibles. Supongo que por eso solemos pararnos siempre con algún conocido a pegar la hebra. Y quizás también por eso mismo tengo la impresión de que, cuando acompaño a mi padre, saludo a más gente que de costumbre. Hoy nos hemos sentado bajo las ramas casi desnudas de un abedul. Con sólo estirar la mano podría tocar las estrías de su corteza blanca. A las hojas se les veía al trasluz la ocre consunción del otoño. Algo más allá, la hiedra trepaba por el muro algo vencido del viejo hospicio. Hemos venido abrigados y la luz del sol entibia nuestra única desnudez: las manos y el rostro. En el periódico se anuncia que Irlanda ha elegido a un poeta como presidente. En sus versos, Michael D. Higgins escribió también en una ocasión sobre la hiedra: "The ivy´s leaves are bright and green / Don´t bring it home / Our mother said / There´s bad luck in that ivy" (Las hojas de hiedra son brillantes y verdes. “No la traigáis a casa / –dijo nuestra madre-. / Esa hiedra da mala suerte. ) De vuelta ya, veo sobre una esquina del baúl que las hortensias se han ido secando poco a poco a la luz de las ventanas.

jueves, octubre 27, 2011

José y Pilar

Sensaciones contrapuestas. Estar y malestar. Porque estar ya es bastante y porque estando casi todo se puede. Pero también, cómo no, la manoseada dicotomía de la risa y el llanto. Y a la par por no abandonar la dualidad, otras: intimidad y exposición; casa y mundo; silencio y estrépito; mesura y arrebato. José y Pilar es la película. Vengo de verla. En la misma proyección albergó uno el contento de dos horas de metraje intenso y la incomodidad de sus circuntancias: pantalla escasa, sonido ratonero y público que entraba y salía a través de una puerta tan ruidosa como la de un castillo. Esos desdoros sientan aún peor sabiendo que en la sala está Pilar, conociendo además su genio. Y a fe que lo sacó a relucir desde las butacas del teatro una vez todo hubo acabado. La tuve cerca y me pareció que el traje de rayas diplomáticas que vestía le daba una apariencia más enjuta y también más enérgica. Pidió disculpas que no le correspondían. Estar allí aún rumiando las últimas imágenes de la película y, al tiempo, padeciendo malestar porque no todo hubiera salido como se merecía Pilar. Estar y malestar. Cuando se rodó, a Saramago le quedaba poca vida. Quizás por ello la apuraba a un ritmo insano: viajes, conferencias, entrevistas, firmas de libros. Contagiado por la vitalidad de Pilar. Creyendo, tal vez, que era la suya. Pero ya no tenía tanta. Por eso se le ve refugiarse del tráfago en el ensimismamiento; por eso busca economía al esfuerzo a través del tono de su voz;  por eso usa como antídoto contra el agobiante tumulto de las gentes que tantas veces lo rodean, un humor brillante y casi íntimo, una ironía amable e ingeniosa. Según parece, Miguel Gonçalves Mendes, el director, le dedicó cuatro años al rodaje. De ese seguimiento a la cotidianidad de la pareja protagonista hay más de doscientas horas de grabación. Se han reducido a ciento veinte minutos urdidos en torno a la escritura de la última novela de Saramago, El viaje del elefante. Una alegoría de la vida: el trayecto esforzado  a través de media Europa de un animal al que después de morir le amputan sus patas para hacer con ellas paragüeros. La visión pesimista de un autor para el que el mundo era barbarie y que encontró consuelo en una mujer con la que convivió más de dos décadas; en una isla de un país que no era el suyo y en la que, sin embargo, levantó su hogar; y en una obra literaria tardía, artesanal, laboriosa y no pocas veces brillante. Como la propia película.

lunes, octubre 24, 2011

Discurso

Uno trata inútilmente muchas veces de poner en palabras lo que de una manera sobrecogedora, pero confusa, siente ante ciertas manifestaciones artísticas que no tienen una explicación sencilla, sino que más bien son como una gavilla desplegada de sentidos. Las canciones de Cohen, por ejemplo, más que historias que pudieran resumirse, traducirse o contarse, son estados de ánimo. Una manera de mirar el mundo que se cierra sobre si misma igual que una gargantilla demasiado justa que nos apretase el cuello con cuentas de versos y nos volviera la voz grave y, en la amenaza del ahogo, hasta misteriosamente sincera. Aunque nadie como el propio Leonard Cohen para explicarlo: “si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza” (así lo dijo en Oviedo el otro día en un discurso memorable).

jueves, octubre 20, 2011

Renuncias

Las más de las veces no son intencionadas, sino impuestas. Por más que una indulgencia compasiva nos excuse de la verdad y creamos, convencidos, que aquello a lo que renunciamos no forma parte ya de la ilusión del deseo, sino sólo del recuerdo de un antojo. Así resulta, al menos, casi todo lo que los años alejan de nuestras manos o vuelven difícil o simplemente imposible. Pero la renuncia en la que ahora pienso, que me impuse tiempo atrás y que cuida y alegra mi ánimo desde entonces, es otra: la renuncia al cuerpo a cuerpo de las ideas, de las filias y los desafectos. Porque he venido a saber que nada justifica la certeza sin sombra. Sólo quienes desmemoriadamente profesan las sucesivas lealtades ideológicas sin reparar en que se aferran a cada una de ellas como a fes de dioses antagónicos, sólo ellos se pretenden siempre indemnes al intercambio de golpes, a la dialéctica ensimismada, a la militancia atrincherada, a los profetas y a las banderas. Su renuncia es otra: a la generosidad de la duda.

lunes, octubre 03, 2011

Prórroga

Dejo a un lado lo que estaba leyendo. Apoyo mi cabeza en una piedra y me cubro el rostro con el sombrero. Abro los ojos al cielo a través de su trenzado flojo. Anoche nos acostamos tarde. Se habló largo, se cenó un sabroso pulpo seco, se bebió rosado de Provenza y se fumó más de lo debido. Me vence por eso el sueño ahora bajo los lunares de sol que se cuelan entre la paille du chapeau, mecido por los espaciados golpes de las pocas olas que llegan a la orilla. Me vence el sueño en la felicidad de un otoño que se ha agarrado desesperadamente a la luz de la estación en fuga, como los golfos sin un chavo que se colgaban muchos años atrás de los tranvías en marcha. Pienso en que cuando despierte me daré un baño. Está el agua quieta y casi trasparente, así que será fácil alcanzar la mar abierta entre las piedras y las algas que la bonanza pone al descubierto. Y será, además, un placer dejarse flotar como una botella a la deriva que llevase dentro el poso de un sueño reciente. Sigue en este octubre milagroso calentándonos el sol por dentro; y, como escribía José Antonio Muñoz Rojas, nos hace pensar que no es la vida la que nos lleva, sino que nosotros somos la vida.

miércoles, septiembre 28, 2011

Un par de caxigalín(e)as

Tenía unas convicciones tan sólidas como lastres.

Las recomendaciones de libros, música o cine, a que uno se atreve al amparo de la amistad o el trato cotidiano, deberían ofrecerse siempre con el tiento inseguro que antaño ajustaba las citas entre pretendientes, y nunca, por tanto, con la arrogancia con que a menudo se holla lo que se da por yermo.

lunes, septiembre 26, 2011

Vinilo

Entre prendas sucias y arrugadas, muy en el fondo de la maleta como el órgano aún caliente de un trasplante, traía mi hijo desde Chicago su pequeño tesoro cosmopolita. Se refirió a él con preocupación cuando lo recibimos en el aeropuerto: espero que haya llegado bien, lo envolví con toda la ropa que pude. Llegó, así fue, en perfecto estado. Salvó el océano, el maltrato de las bodegas de los aviones y de las cintas trasportadoras. Y sonó en el tocadiscos con ese roce de otro tiempo que las agujas y el polvo le ponen a la música. Ese vinilo tiene casi mi misma edad. Supongo que a los ojos de mi chaval empiezo a ser casi un viejo. Y sin embargo, él escucha esas canciones que llevan sobre sus letras los mismos años que cargo yo sobre mis hombros, con la atención que se le pone a todo lo que supone un descubrimiento y se antoja fresco y vigoroso. Mira, además, esa portada a contraluz, tomada en la esquina de Jones y West 4th del Greenwich Village neoyorquino, en invierno y con una luz sucia al fondo, con una extraña familiaridad, la que permite que una cámara le robe al tiempo su poder de erosión y detenga para siempre en una edad temprana a quienes eran por entonces sólo un poco mayores que él ahora, a quienes visten no demasiado distinto a como a él le gusta, y a quienes se arriman uno a otro con el cariño absoluto que sólo se goza y se padece en ese tramo escaso de la vida. Suzanne Rotolo era esa chica envidiable que sale en la portada. Novia de Dylan cuando les tomaron esa foto para The Freewheelin. Hija de unos emigrantes comunistas italianos, fue educada en la batalla por los derechos civiles. Cuando Dylan se enamoró de ella —lo cuenta en sus memorias, Chronicles— era un tipo apenas pulido y que acababa de llegar a Nueva York desde la profunda Minnesota. Aunque ella era más joven, tras mudarse a vivir juntos, influyó poderosamente sobre el cantante, quien se empapó de una conciencia social de la que luego bebieron sus letras. "Desde el primer momento en que la ví no pude quitarle los ojos de encima, ella era la cosa más erótica que jamás había visto. Era muy hermosa, con la piel y cabello dorados y de sangre italiana. Empezamos a hablar y mi cabeza comenzó a girar". Suena el disco en el salón y me despierta una punzada de nostalgia. La de una música vieja, la de una edad perdida, la de un aliento para el que no queda fuelle en el pecho, pero que alguien próximo y querido se empeña, según parece, en sostener con los acordes todavía entre alfileres de unas canciones eternas.

viernes, septiembre 23, 2011

La mariposa de Allariz

Por entre las piedras de granito y de pizarra crece una hierba agostada, espesa y puntiaguada. El sol de la mañana la quema al tiempo que le quita aristas a los dólmenes de Ibarrola. A esta hora sería difícil buscarle arrugas a la pincelada. Todo tiene un aire simple de ritual, un primitivismo alegre y animista. Desde el aire podrían ser las migas arrojadas a un pájaro colosal. A su altura, el lomo dócil de animales que pastan. Al caminar, hay un ruido bajo los pies como de vidrio menudo que se rompe, de animales invisibles, de amenaza. Camino del bosque dejamos ese lado del mundo en poder de las serpientes. No las hemos visto, pero están ahí. Tan quietas como las piedras pintadas, pero mucho más acechantes. Al otro lado del río, nos recibe el agua y la sombra, la hierba verde y el barro, la vida infinita y minúscula que sobrevuela la superficie del cauce. Y una mariposa enorme y roja. Decía el maestro interpretado por Fernando Fernán Gómez en La lengua de las mariposas que estos lepidópteros tienen una trompa enroscada como un resorte de reloj y que si hay una flor que los atrae, la desenrollan y la meten en el cáliz para chupar.  Y les ponía a sus alumnos un ejemplo de cómo funcionaba esa lengua: “Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa”. Así sentíamos la sombra próxima cuando estábamos bajo el sol del mediodía. Así el tacto apacible de la piedra pintada desde la alameda. Así la memoria de esos días tan gratos en la distancia con que ahora recordamos ese paisaje que fue también el del rodaje de aquella hermosa película.

martes, septiembre 20, 2011

La casa y el fuego

Es algo parecido a lo que se siente cerca de las hogueras: mientras permanecemos a salvo de lo que arde y vemos fascinados las formas de su combustión, la intensidad de su luz; mientras nos conforta ese calor del que somos dueños con sólo mantener las llamas a la distancia precisa. En esta casa abierta en sus balcones al jardín y a los mediodías, le dejamos al sol una ranura apenas entre las contraventanas, lo justo como para que, como una lámpara avara, alumbre nuestra habitación, donde el sopor de la siesta ralentiza lecturas, caricias y palabras; donde esta umbría tibia nos da el mismo placer que el reflejo de un fuego en medio de la noche.

lunes, septiembre 19, 2011

Brétema

En Niñodaguia aún no había abierto el alfar. Habíamos madrugado porque en Xunqueira los gallos son perros y aúllan dando el alba. Estaba la mañana fría y en la carretera que lleva hasta Castro Caldelas se nos echó encima una niebla espesa. Aquí la llaman brétema, y suena por ello suave, semejando más a asunto de cuento que a lienzo que ciega. Llegando al río por el puente del embarcadero se despejó el aire y ganó campo el ojo, que por fin lo vio todo mejor y muy atento, colgado de las terrazas que desde el cauce le ponen peldaños al acantilado y vides, miles de vides repletas de uva. Y era, para nuestra dicha, día de vendimia. Pequeños grupos de equilibristas se afanaban en la cosecha, doblándose a por los racimos y cargándolos luego al hombro en cestos y cajas. Alguien nos dijo después que este vino es faena de héroes. No hay para tanto, cree uno, porque lo que aquí se hizo fue como en tantos otros sitios aprovechar como mejor se pudo la tierra. A la de estas laderas, protegida, soleada, bien regada de lluvias y brétemas, se llegaba a veces sólo desde las barcas, o atándose para no precipitarse al río. La recompensa de la uva valía la pena. Hoy la vale más que nunca, que hasta denominación de origen se le ha dado. Sigue siendo cosa de familias, de pequeñas bodegas. Era, digo, día de vendimia. Se voceaban unos a otros. De ladera a ladera. Y hasta de pronto desde una de las terrazas más altas sonó una gaita. Se hizo un alto entonces en el trabajo. Y al tiempo se nos hizo un nudo a los blandos en las ternillas. El agua oscura y quieta. El verde intenso del viñedo. Las salpicaduras de color que aportaban las ropas de los vendimiadores. El negro de la mencía. El oro del godello. Y por encima de todo el sfumato de la niebla y la música de aquel tipo que dejó por un momento el trabajo y tocó con gusto y alma para todo el valle una melodía alegre, con sus sucias manos sobre el puntero y sus zapatos llenos de tierra afirmándose al risco como las pezuñas de una cabra. Recordé una canción de Van Morrison que habla de un gaitero at the gates of dawn y en the coolness of the riverbank. Era, en efecto, una hora temprana y fresca. Antes del sol del mediodía se habría recogido mucha de esa uva con la que un día se hizo el vino de Roma, a donde se llevó en ánforas de Gundivós, pueblecito al que nos dirigíamos. Cerámicas selladas por resina de pino que, una vez vacías, se enterraban por el Testaccio bajo capas de cal que mataban su olor, vertedero que llegó a levantar una pequeña colina sobre la que hoy reposan Keats y Shelley. Un vino arrancado con supremo esfuerzo al vértigo de las laderas, una cerámica noble que lo contenía hasta su consumo y un terreno donde moría el último rastro del Sil, el aroma agrio agarrado a la resina del barro. Un cobijo de alegría que terminó, con el tiempo, en camposanto de poetas, que siempre prefieren lo profano.

domingo, septiembre 11, 2011

Gato

En la última hora de la tarde, cuando volvíamos del bosque, lo encontramos acurrucado contra la pared caliente. Se enredaba en la luz rasante de ese sol que antes de ponerse deja su bendición tibia sobre la piel en los días radiantes. M. le ha cogido cariño. Aparece por casa cuando le acucia el hambre o las ganas de una caricia sobre el lomo. Ya se había dejado ver antes, cuando tomábamos el café en el jardín. Con más recelo, según parece, que otras veces. No en vano había allí rostros, voces y manos que le eran desconocidas. Quizás por eso anduvo esquivo. Comió y se fue. Libre y sin nombre. Como todo gato de aldea. Cuando lo descubrí al volver del paseo y me puse a fotografiarlo, se incorporó con alerta desde su abandono. Irguió el cuello y vigiló mis movimientos sin dejar del todo el calor como de nido de ese rincón donde apuraba el día. Un trono acaso de costumbre desde donde para su paz nos vería irnos sólo un rato después, dueño —como decía Borges en su poema— de un ámbito cerrado como un sueño, el de esta casa a donde acude a diario con la misma intención que nos llevó allí también a nosotros el día de la foto: el abrigo de un trato siempre generoso en el sosiego de lo que sin ocultarse se mantiene milagrosamente a salvo y escondido.

Y nueve

El globo en fuga de un niño se vuelve tan incierto como el reflejo de un nueve: soga o corchea; música o escarnio.

jueves, septiembre 08, 2011

Ocho

En el hotel promocionaban noches románticas. Regalaban incluso un kit de lujuria. Al abrir la cajita roja, las esposas dibujaron un ocho; y en su boca, ella, una sonrisa cómplice.


miércoles, septiembre 07, 2011

Siete

Si trepar a un siete y avanzar justo hasta el borde es como alcanzar un mirador desde donde el paisaje nos suspende el aliento, ¿no será entonces llevar un diario como hacerse un siete en nuestros más blandos menudos?

martes, septiembre 06, 2011

Seis

Durante las fiestas, las copas nos despojan poco a poco del pudor y los adornos. Al soplar el matasuegras de la nochevieja volvemos románico un seis barroco.

domingo, septiembre 04, 2011

Una última vez

No se suele saber casi nunca cuando se está por última vez en un lugar, con una persona, sosteniendo un libro, escuchando una música, saboreando un vino o simplemente bañándose en una playa. No obstante, algunas veces sentimos de un modo más cierto ese peso de finitud sobre los hombros. El viernes fue uno de esos días. Había en todo como un aire de elegía. Era el tramo final de la semana, del verano, y, ya avanzada la tarde, era también el final de un día de luz tamizada y caliente, de un mar pleno y en bonanza, de una cala silenciosa y casi vacía. Cuando entré en el agua, la pleamar veteaba el sopor de la orilla con ligeras corrientes frías que espolearon mi brazada. Mar adentro había una trasparencia de cristal bajo la que zigzagueaban casi en la superficie pequeños cardúmenes de pececillos confiados. Mientras, al fondo, donde no se hacía ya pie, el magma indescifrable del pedrero sumergido y su vegetación oscura, la vida oculta que allí se intuye, me despertaba una vieja aprensión cobarde: la desconfianza hacia lo que la mirada no alcanza, hacia lo que razón no comprende. Moviéndome para no hundirme y levantando mis gafas de buceo hasta la frente, mire hacia la playa. Era como un mundo recogido y a salvo sobre el que empezaba alumbrar el ámbar del atardecer. Nadé despacio hacia aquel regazo. Sin secarme siquiera el salitre, leí durante un buen rato. Sin ganas de que nada se acabase. Ni la luz, ni el día, ni el verano, ni las páginas del libro donde Graham Swift escribió que ciertos sonidos exudan a veces lentitud. La misma, pensé, que uno quisiera darle también a estos renglones que intentan demorar la incertidumbre de si se estaba o no viviendo acaso una última vez.

sábado, septiembre 03, 2011

Cinco

Después de que el paso de un cometa deje un rastro de tilde sobre la luna creciente, brilla en la noche la órbita de un cinco satélite.

viernes, septiembre 02, 2011

Cuatro

Si a ese John Silver —que es un cuatro con loro en el hombro— le creciera la pierna que no tiene, como a las lagartijas su cola amputada, dejaría de ser un pirata lenguaraz y engañaniños para volverse de repente tan inesperadamente mudo como la hache que su nueva sombra reflejaría en la cubierta de la Hispaniola.

jueves, septiembre 01, 2011

Tres

El tres apenas si puede ser más que el esbozo de la sombra de un vencejo. No otra cosa alcanzamos nunca a retener de ese pájaro que vive, duerme y copula en el vértigo de su interminable vuelo.

miércoles, agosto 31, 2011

Dos

Cuando está saciado, el dos cisnea elegantemente sobre el espejo del estanque; pero cuando el hambre lo urge a la pesca, naufraga su compostura por debajo del azogue quebrado de las aguas.

martes, agosto 30, 2011

Uno

Si el uno es como el mástil al que se hizo atar Ulises, ¿no desconfiarán las sirenas de todos los muchachos que renuncian a las letras por las cuentas?

lunes, agosto 29, 2011

Cero

Si el cero es un brocal que asoma al vacío, ¿no será partir de cero echarse andar acuciado por la sed y espantado por la nada?

lunes, agosto 22, 2011

Blanco nocturno

 Blanco nocturno, de Ricardo Piglia, Anagrama.
A quienes tenemos la mala costumbre de rendir cuentas con casi todo a base de renglones, suele sucedernos que la envidia literaria nos despierta el apetito: cada vez que leemos un buen libro nos dan unas incontenibles ganas de ponernos a escribir. Lo que viene a continuación del prurito, aun intuido, no nos bromura sin embargo el impulso: el resultado de esa fiebre por contagio nunca se acerca al original que la trasmite. Eso se sintió con la lectura de Blanco nocturno, de Ricardo Piglia, sobre todo en esa primera parte de corte negro y narración ágil y absorbente, cuando se seguía la trama pero se le buscaba al relato los mecanismos que permiten a ciertas novelas discurrir con la soltura de los fluidos ligeros. Hay un asesinato y un policía viejo e intuitivo que lo investiga y un inculpado que sabemos inocente y unas mujeres con aire fatal y una trama de intereses económicos y una familia sobre cuya historia gira el devenir del lugar y un periodista que llega con mirada curiosa de extranjero para ordenar ante el lector los acontecimientos y sus motivaciones. Y cuando todo parece apuntar a un desenlace clásico de ficción policial, donde las piezas del rompecabezas se ajustan y complementan, la segunda parte toma derroteros inesperados y se vuelve sorprendentemente inaprensible, levanta el vuelo y mira desde una distancia casi onírica el deambular de unos personajes que ya no actúan tanto desde la lógica negra como desde la pasión del carácter. Todo se vuelve entonces demasiado incierto como para componer un final cerrado. Pero incluso así sigue el pulso de lo narrado manteniéndose sin desmayo y concitando la atención del lector.
Esa deriva del relato tiene que ver con la falta de certezas. En su mitad, el comisario Croce le dice a Renzi, el periodista, que le interesa mostrar que las cosas que parecen lo mismo son, en realidad, diferentes. Dibuja para demostrárselo un pato que, mirado desde otra perspectiva, se vuelve un conejo. Según Piglia esa es la clave de Blanco nocturno: “Pequeñas distorsiones en la percepción. Eso era el nudo secreto de la novela”.
Cabe añadir que bajo ese propósito último van sucediéndose además un total de cuarenta y dos notas a pie de página que funcionan como complementos que informan sobre algún aspecto de lo narrado o aportan un respiro divertido, un apunte literario o histórico, o una pincelada tan poética y hermosa como la que desvela de un personaje que: “Cuando se acostaba a tomar el sol en el pasto sobre una lona blanca, las gallinas trataban siempre de picotearle las pecas”. Incluso algunas de estas notas podrían ser por si solas pequeñas narraciones o constituirse como embriones para empresas literarias de mayor aliento. En cualquier caso sus deliciosos bosquejos confirman la finalidad caleidoscópica que se persigue en la obra, la posibilidad de acercarse a distintas realidades con sólo variar el punto de vista, con sólo agitar en un espacio cerrado, mente o novela, las esquirlas de cuanto sucede.

viernes, agosto 19, 2011

Casualidades

Será casualidad (no obstante, el asunto, según me cuenta un amigo, se agrava hoy al conocerse que el periodista y diseñador valenciano que ha hecho el logo ganador reside desde hace años en Asturias). De cualquier manera, sería bueno que esto se supiera lejos, de modo que llegara allende el Pajares la obra de Mingotes, un tipo grande pero minimalista, que del mismo modo que se pasea por las bajamares, reposadamente y haciéndose con pecios minúsculos y hermosos, va tejiendo una obra ingeniosa, vagamente brossiana, divertida, tierna a veces, casi infantil a menudo. Imprescindible siempre para limpiarse las telarañas de lo diario.

La mirada líquida

Aun no estando demasiado lejos de casa, la sensación era la de encontrarse casi en otro país, si me apuran incluso casi en otro tiempo. Se llega allí venciendo el puerto, ganando altura, perspectiva, vértigo, y cuando se alcanza por fin el otro lado, aparece en un desvío a la derecha un pequeño cartel de madera con la distancia al pueblo. Ochocientos metros a S. E, dice (Si confiaban en que precisase el lugar estaban verdaderamente confundidos. Un viajero cuenta experiencias y desvela a su través el alma que lo habita. Su carácter queda desnudo al contacto con paisajes desacostumbrados y con gentes desconocidas. En eso consiste la literatura de viajes, no en escribir guías geográficas).
 
S. E. está cerca del río. No se ha dejado tentar en muchos años por casi nada nuevo. Sigue empeñado en la piedra, la pizarra y el castaño. Oscuro y constreñido. Salpicada sólo esa austeridad cromática de muros y tejados por los geranios rojos y sobre todo por las parras verdes y amarillas, cargadas ya de racimos aún tan inmaduros y tensos que no parecen reales. En los huertos, en cambio, la fruta está en sazón y las higueras ya huelen. En un antiguo barril de vino florece una mata abundante de perejil. En el silencio absoluto de la aldea se oye sólo el juego de media docena de críos. Aquí casi no queda nadie en el invierno, pero en agosto el cuidado abandono del caserío se repuebla con vecinos ocasionales. La carretera que lleva al pueblo se para a las puertas. Como todo lo que resulta novedoso, tampoco ella ha logrado meterse adentro. Los pocos viejos que resisten aquí todo el año salen al umbral de sus casas en el verano por ver ese atisbo de vida que de pronto se hace chiquillería en las calles, y crece en el emparrado, y madura en los bancales, y se cuela entre los aleros de los tejados con la luz azul del sol. Pensarán quizás que dura nada. Como la propia vida. S. E. se libró hace sesenta años del pantano. Muy por encima lo sobrevuela una línea de alta tensión que lleva electricidad a la meseta. A los pies del pueblo, desciende el delgado trazo de un río estrujado cauce arriba por las turbinas. A S. E. no lo anegaron las aguas, ni lo maleó la prosperidad que no alcanzaron nunca estas tierras. Se fue quedando quieto, como un reflejo vivo de los pueblos que se hundieron bajo el embalse. Por eso es tan líquida la mirada de los viejos que ven correr a estos niños estivales y curiosear a este visitante ensimismado que ha llegado hoy aquí casi por casualidad, para pisar un país desconocido y casi también un tiempo anterior y detenido.

martes, julio 26, 2011

Reclamo que fue de un verano

Entreveo apenas ese paisaje
que me llega a los ojos
en la habitación en sombras
a donde el sol no alcanza.
Un paisaje que es como una postal al bies
desplegada por la brisa
al mover las contraventanas.
Me distrae de la lectura entonces
el color y la vida,
el mundo que me seduce
con la violencia de todas las bellezas.
Siempre tiranas.
Siempre irresistibles.
El silencio se ha ido añicando
como el vidrio
entre los élitros de las chicharras.

viernes, julio 22, 2011

Caxigaleando


Uno debería ser lo que escribe y no cuanto habla. Pero además, debería procurar escribir sólo a lápiz. Lento y siempre con el consuelo de que los errores nunca fueran, como ciertas tintas, definitivamente indelebles.

Claustrofobia. Los partidos políticos son a menudo como las resonancias magnéticas: espacios demasiado angostos donde el ruido aturde el juicio, la inmovilidad entumece todo reflejo y el ahogo termina por secar bocas y cerrar ojos.

Cuántas certezas no son sino voluntariosos actos de fe con los que se justifican luego terribles autos de fe.

martes, julio 19, 2011

Pleamar

Desde que uno viene pinchándole notas al corcho digital, siempre por estas fechas se ha procurado hablar de la cala donde cada verano nos secamos el musgo al sol sintiendo el runrún consolador del mar al fondo, en la quietud de todo lugar poco habitado y mientras se lee contra una piedra que conserva, de un año para otro, la forma aproximada de nuestra espalda. Hemos vuelto de nuevo aquí a la hora propicia en que la luz llega ya al bies. Cuando todo vuelve a tener un relieve de sombra que le devuelve al paisaje la realidad hurtada por los espejismos del mediodía. Estamos solos, hemos bajado a la playa un par de horas y nada nos distrae de nuestros libros. Apenas hace nada —o eso me parece— aún andábamos pendientes de los niños que jugaban y pescaban en el pedrero. Venían de rato en rato a mostrarnos las capturas: pequeños peces, quisquillas, camarones o estrellas de mar. Igual que el tiempo, la marea levantisca de hoy se ha tragado todas las rocas y no queda marisqueo ni tampoco hay niños. Han crecido y ya no hay manera de dejar de leer para encontrárselos a lo lejos, hurgando felices entre las piedras, entre el ocle y los charcos.

domingo, julio 17, 2011

En el Gianicolo

Hay un poema de Martín López Vega en el que habla de la luz del Gianicolo como “esa luz que acaricia el lomo de los días”. Algo, supongo, tuvieron que ver esos versos para que uno, visitante fugaz que durante sus pocos días aquí se ha dejado en estas calles las suelas de los zapatos y en las ruinas, en los muros y en las fuentes, el aliento de los ojos, eligiera esa colina y su belvedere, que todo lo abarca, para despedirse de la ciudad, para verla como sólo aquí se la puede ver, consumiéndose en el lubricán igual que un filamento exhausto de bombilla. Allí arriba, junto a las terrazas de la embajada de España, se fotografiaban unos recién casados. Él vestía de militar y parecía asustado. A la novia las luces últimas de la tarde le estaban volviendo amarillos los tules, dándoles un aspecto rancio, como de haber sido recuperados del fondo de un baúl atacado por la humedad. Mientras, sobre la espalda de Garibaldi pesaba la púrpura del sol. Cerca de su estatua, en lo umbrío y sobre un jardín segado, una pareja de viejos se daban la mano sentados en unas rudimentarias sillas de playa y aguardando las brasas del poniente. Cuando todo acaba en estos miradores y todavía nos sentimos dueños del laurel de otro día ganado, sobrevivido y además gozado, sólo hace falta prestar atención al aire que entonces se levanta para entender que, como un esclavo recordándole al general victorioso su condicióm mortal, esa brisa pedante y ceniza nos recuerda asi mismo muy bajo, pero muy claro, que sic transit gloria mundi. Que  así de pronto se nos escurre de las manos todo, también cualquier viaje: las grandes aventuras, estas modestas escapadas de turista o la vida misma. En todo caso, ya abajo en el Trastévere, en la pequeña trattoría Da Enzo, que con buen criterio nos recomendaran J. y M., aún nos esperaban los restos de esa gloria perecedera servidos con frascati, a la vóngole y rematados en tiramisú.  Sabían, como no podía ser de otro modo, a gloria rebañada.

jueves, julio 14, 2011

Dos ciudades (al menos)

Roma, como todas las grandes ciudades, permite, al menos, dos ritmos. El de la prisa y el del detalle. Es difícil no caer en el vértigo cuando el tiempo es poco y la agenda que impone la costumbre abarca demasiado. ¡Hay tanto! Pero conviene disciplinarse enseguida en el respiro. Tomar distancia con lo concurrido. Elegir la sombra para el paseo. Y descubrir que el sonido del agua se sobrepone como un milagro a todo ruido en las plazas más recónditas.
En esa dicotomía de perspectivas —tumulto y silencio, urgencia y flema, color y claroscuro, Coliseo y gueto—, pueden resultarle al visitante paradigma dos visitas: la capilla de los cónclaves y la iglesia de los franceses. En ambas se termina por fijar los ojos en el esfuerzo inconcluso de unos dedos. El de Dios en La creación de Adán. Y el de Jesús atrayendo a un elegido hacia el apostolado en La vocación de San Mateo. Podría incluso añadirse otra mano —la de Constantino—, y en otro ámbito, el de la ruina monumental. Una amputación que apoyada contra la pared del patio de un museo, el Capitolino, está a medio camino entre el recorrido apresurado del turista y la visita demorada del viajero.
La capilla Sixtina aguarda al final de un tour de force en el que se relegan al atisbo vestigios de civilizaciones, cartografías de mundos casi imaginarios, lienzos e incunables. Migas de un rastro que lleva al corazón del laberinto. Al índice divino bajo el que se apiñan fatigas, miradas, quizás emociones y también algunos espejos de bolsillo que alivian los cuellos forzados. Hay quien le añade allí una muesca a su guía, una doblez a la página correspondiente.
La marea que rompe contra las escaleras de San Luigi dei Francesi tiene un oleaje mucho más calmo. Deja a los pies de la oscura capilla Cotarelli a los fieles caravaggistas. Esa secta en la que queda atrapado también de inmediato el curioso que llega sin demasiadas prevenciones hasta La vocación de San Mateo. Si en el techo que pintara Miguel Ángel, el color restaurado tiene una luminosidad demasiado desnuda, una sobreexposición que resulta don de gentes; en la tela de Caravaggio el haz que se vierte sobre Mateo es apenas una rendija abierta a la luz, un enfoque íntimo que parece resbalar por el dorso de la mano de un Jesús no sólo joven, sino pecaminosamente hermoso.
Cerca, muy cerca, está la heladería San Crispino. A la acogedora sombra de la iglesia barroca y al claroscuro de Caravaggio, le pone pues remate el delicioso pistacho del mejor helado de la cristiandad. Se llega entonces al convencimiento de que en el verano de Roma sopla por sus mejores rincones una brisa fría, un rumor suave de paseo lento, de fachadas ocres, de contraventanas desconchadas, de gatos confiados, de fuentes frescas, de abandono y dicha. Es esa la ciudad necesaria, posible, conquistada.

miércoles, julio 13, 2011

Paseo hasta el Testaccio


Hay un poema de Thomas Hardy —que uno ha leído en traducción de Antonio Rivero Taravillo— que describe, de alguna manera, nuestro paseo hasta el Testaccio. El día había amanecido de nuevo demasiado caluroso. Cuando un cielo así y un sol tal se adueñan aquí, en mi pequeña patria cantábrica, del paisaje y del ánimo, las buenas gentes afirmamos alborozadas que el día es radiante. Cuando se viaja por ver y conocer y se camina más de lo preciso y se abalanza uno como un hambriento sobre los manjares que las ciudades hermosas acumulan sin mesura sobre nuestros manteles, ese sol tenaz termina casi por aborrecerse. Y escribo el casi porque a ratos, sin embargo, puede bendecirse esa claridad ardiente, como cuando nos presta la luz adecuada a las fotografías que tomamos, o cuando nos brinda atardeceres de color ascua en el descanso del final del día.
Para llegar a la Porta de San Paolo, el cebo que le había puesto a mi hijo de modo que el camino no le resultase penoso, no era otro que visitar la Pirámide de Roma. Sabida es la seducción que algunas arquitecturas despiertan en el imaginario adolescente. A uno, sin embargo, más bien le importaba nada el monumento funerario de Cestio —aquel pretor que acompañó a César en sus campañas egipcias y se quedó tan prendado con las tumbas faraónicas que dejo mandado que a su muerte se le levantara una pirámide—. Mi idea, en realidad, era visitar el cementerio acatólico que está al lado. Por eso digo que el poema de Hardy lo explica bien: Vivo, Cestio quizá / dio muerte, amenazó. / No lo sé. Sólo sé esto: en silencio y ya muerto, / hace algo más noble, / guiar al peregrino / con un dedo de mármol / junto al umbroso muro y calles centenarias / donde estos bardos yacen. Los bardos a los que alude el poeta inglés son, nada más y nada menos, que Keats y Shelley. Hacia ellos nos llevó el pretencioso mojón de Cestio. Ambos están enterrados en el camposanto que llaman “acattolico”. La lápida de Keats se asoma incluso a una pequeña ventana enrejada que hay antes de alcanzar el acceso. En ella se dice: Here lies one whose name was writ in water (Aquí yace aquel cuyo nombre fue escrito en el agua). En la de Shelley, más retirada y modesta, se grabaron unos versos de La tempestad de Shakespeare: Nothing of him that doth fade, / but doth suffer a sea-change / into something rich and strange (Nada en él se deshará. / pues el mar lo cambia todo / en un bien maravilloso). La referencia marina viene a cuento porque Shelley murió ahogado frente a las costas italianas mientras navegaba por el golfo de la Spezia tras desatarse una inesperada tormenta. Cuando su cuerpo fue recuperado, Lord Byron, Leigh Hunt y Edward Trelawny, siguiendo un viejo rito griego, incineraron el cadáver a orillas del mar. Estando ya medio consumido por las llamas, Trelawny le extrajo el corazón. Se lo quedó la esposa, Mary W. Shelley, que lo conservó el resto de su vida envuelto en un pañuelo de seda. Esa escena la recuerda uno sobre todo por Remando al viento, aquella bella película de Gonzalo Suárez, rodada a mediados de los ochenta, en la que una solitaria Mary Shelley, pasajera de un barco que surca las aguas árticas, rememora las breves vidas de personajes como su marido Percy, Polidori o Lord Byron. La toma de la cremación se rodó en la playa de Borizu, en Llanes. Allí, mientras ardía la pira funeraria, alguien recitó unos versos del poeta muerto: No despiertes a la serpiente, no sea que / ignore cuál es el camino a seguir. Mary Shelley se llegó a obsesionar con este poema después de escribir su Frankestein. La desgracia la perseguía. Murieron sus dos hijos, se ahogó su marido, perdió también a su hermana y a su sobrina. Murieron sus amigos Pollidori y Byron. Mary Shelley siempre temió haber despertado a la serpiente, redimida en la criatura.
El cementerio, más que tomado por ese halo trágico que uno evocó por la cercanía de las tumbas de los románticos, contagia sosiego. El arbolado da sombra, los gatos se ciñen a las túmulos como si fueran invertebrados, los muertos se reparten sin celo la tierra. Todo está en perfecto estado de revista. Sobre las tumbas hay flores. Los parterres están recortados. El césped, rasurado. Un silencio apacible se posa sobre los hombros del visitante. Y esa curiosidad que generan los rincones inesperadamente bellos, mantiene a quien llega allí en un trance casi de encantamiento, en un ir y venir de una lápida a otra, de un reclamo escultórico a un epitafio certero. Si hasta hubo que ir en busca de mi hijo, perdido a su aire entre cruces y lápidas, seducido finalmente mucho más por esa elegante celebración con que allí se ordena la muerte, que por la ostentación poliédrica de Cestio.

lunes, julio 11, 2011

Postquines

Esto que en los blogs se llaman posts, cuando de revolverse contra algo se trata, muy bien podrían llamarse postquines. El neologismo propuesto sería así una palabra centáuride, mitad mujer aguerrida bregando contra el mal (“pasquín”), mitad yegua en galope por el campo de pantalla (“post”).
El término pasquín es un epónimo. La historia, en resumen, es la siguiente. Tiene que ver con una estatua romana en la que solían colgarse escritos rebeldes, satíricos, críticos contra el poder. Protestas anónimas que se le prendían a esta escultura del siglo II a. C., encontrada en las excavaciones de la Piazza Navona y que al no presentar unas buenas condiciones de conservación —si así hubiera sido, hubiese constituido botín papal— fue finalmente ubicada en un cruce de calles donde aún hoy puede verse. Los vecinos del lugar comentaban que aquel mármol mutilado se parecía a un barbero charlatán y mordaz del barrio que se llamaba Paschino. El caso es que se le empezaron a colgar, por la noche y a escondidas, pequeños escritos de protesta contra el poder que fueron enseguida denominados “pasquines”. Uno de los más famosos se escribió en el siglo XVII, cuando el Papa Urbano VIII, de la familia Barberini, encargó a Bernini la forja del baldaquino de San Pedro. Para completar la obra, el papa ordenó arrancar y fundir el bronce del artesonado del Panteón. Hubo romanos de buen juicio a lo que aquello les pareció un condenable expolio. De entre los indignados ciudadanos, hubo uno que escribió lo de: Quod no fecerunt barbari, fecerunt Barberini. El Panteón que había resistido incluso las invasiones germánicas, había sido finalmente mutilado por el Vaticano.
A esos pasquines rebeldes, se les daba muchas veces réplica en otra estatua, el Marforio. Esas entradas y contraentradas iban abrigando la musculatura de lo esculpido en un diálogo del que hoy sólo permanece útil y en uso, más como curiosidad que como recurso, el propio Pasquino. A Marforio, sin embargo, se lo han llevado a los museos capitolinos. Luce pulcro en un patio renacentista sobre el que cae al atardecer un sol oblicuo que realza su anatomía poderosa. Mientras que la mutilada estatua hallada en Navona sigue en la calle, acupuntada por las quejas del pueblo, a la que fuera contrarréplica se le han recompensado los servicios con un retiro oficial y prestigioso.

viernes, julio 08, 2011

San Eustaquio

Plácido, contrariamente a lo que su nombre pareciera apuntar, era un tipo guerrero. No sólo formaba parte como oficial de las tropas del emperador Trajano, sino que era un contumaz cazador. Estando un día de montería, tropezó con un ciervo que además de lucir una cornamenta considerable, llevaba en medio de sus astas una misteriosa cruz. Tal visión, a la que se le añadieron, esa y las jornadas siguientes, voces extrañas que provenían de la foresta, hizo que Plácido emprendiese una vida virtuosa. Se convirtió al cristianismo, tomando como nuevo nombre el de Eustaquio. Su nueva fe le llevó incluso al martirio.
San Eustaquio es el patrón de los cazadores y tiene iglesia en Roma. Un peculiar templo próximo a la Piazza Navona coronado por la cabeza de un cérvido astado sobre el que se alza, cómo no, una cruz. Sobra decir que allí no se casa nadie. Situación incómoda sería la de fotografiarse saliendo de la propia boda bajo un palio de tan infausto augurio.
A la placita que hay justo a la puerta de San Eustaquio dan dos cafés. En uno dicen que se toma el mejor café de Roma. El otro, mucho más elegante, es propiedad, según parece, de la camorra. Se cierra, por tanto, a menudo y no siempre por descanso. Il caffé de Sant´Eustachio, el auténtico, se tuesta en leña cada mañana y se muele según fórmula secreta. Tomado como expreso es lo que los romanos llaman un ristretto, un auténtico chute de adrenalina que despierta al más dormido. Mi hijo, mientras nos tomábamos la famosa pócima en el modesto café que mira hacia el ciervo que convirtió a Plácido, no le quitaba el ojo al otro local. Le habíamos contado lo de la mafia y creo que no nos perdonó que hubiésemos preferido la pobre emoción de la cafeína a la aventura, mucho más prometedora, del trato con la cosa nostra.

El gueto de Roma










Las paredes del gueto se pintaron con lacre
para sellar la infamia.
Aquí se hacinaron en los pequeños cuartos,
en sus tiendas umbrías,
en sus rezos solitarios.
La luz final del sol prende como yesca
los muros de esta patria.
Se derraman igual que miel
sobre la sombra que proyectaba la alambrada.

miércoles, junio 22, 2011

Economía humilde

"Solo una economía humilde, que reconozca que sabe poco sobre los mercados financieros, será fuente de progreso y estabilidad."

Antón Costas
(en un magnífico artículo titulado
Quiebra moral de la economía de mercado,
publicado en EL PAÍS el 18 de abril de 2011)

martes, junio 21, 2011

Que nos dure

Ha vuelto. Anduvo en el límite. De funambulista por unos días en el alambre de la vida. Pero ha vuelto. La mejor de las noticias. Y vuelve sin arredrarse. Ni por el susto ni por las pocas fuerzas. Ayer, echándole un vistazo a las fotos de la marcha quinceme de por aquí —muy concurrida pese a la fiesta y al sol playero—, lo vi entre los manifestantes. Hacía calor pero llevaba puesta una chaqueta de otoño. Y aunque se abrigase aún como los convalecientes, miraba al frente con renovada energía. Decía Mairena que hay dos clases de hombres: los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas. No es mal consejo para saber a quien arrimarse. Él es, precisamente, de los que no te ponen en duda, de los que siempre están cuando hace falta. Que nos dure.