lunes, mayo 23, 2011

Éramos nosotros

Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

Constantino Cavafis

La única ventaja de la resignación, cuando se asume como consecuencia de la propia incertidumbre, es que puede compartirse sin tragedia en una cena, al calor de la amistad, las copas y el tabaco. Haber leído a Cavafis y saber que siempre habrá un día en la vida en que nadie podrá convencernos de que al otro lado de las puertas no aguardan los bárbaros, de que los bárbaros son, más que una amenaza, un pecado de comportamiento, nos vuelve incluso desdeñosos hacia el desánimo. Aquello que dábamos por extranjero y que estaba al otro lado y que sabíamos a ciencia cierta pernicioso, ha ido ganando no sólo fronteras territoriales, sino haciéndose incluso fuerte en nosotros mismos a medida que el tiempo nos doblaba la espalda. Hace un par de noches, durante la cena, bebíamos un syrah del Priorato que alguien consideró que no había salido del todo redondo. Al hilo de esa queja, pensé de nuevo en la duda. En todo lo que se atesora y se confía a un descorche. En que contra el fuego de artificio al que arruina una humedad inesperada, todo lo puede la confianza de asistir a la verbena en buena compañía, la de quien se explica y con quien nos explicamos sin confundir razón y arenga, la de quien no exige lo mismo que da por seguro, porque intuye que todo tiembla finalmente con la fugacidad de las cerillas.

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