miércoles, septiembre 28, 2011

Un par de caxigalín(e)as

Tenía unas convicciones tan sólidas como lastres.

Las recomendaciones de libros, música o cine, a que uno se atreve al amparo de la amistad o el trato cotidiano, deberían ofrecerse siempre con el tiento inseguro que antaño ajustaba las citas entre pretendientes, y nunca, por tanto, con la arrogancia con que a menudo se holla lo que se da por yermo.

lunes, septiembre 26, 2011

Vinilo

Entre prendas sucias y arrugadas, muy en el fondo de la maleta como el órgano aún caliente de un trasplante, traía mi hijo desde Chicago su pequeño tesoro cosmopolita. Se refirió a él con preocupación cuando lo recibimos en el aeropuerto: espero que haya llegado bien, lo envolví con toda la ropa que pude. Llegó, así fue, en perfecto estado. Salvó el océano, el maltrato de las bodegas de los aviones y de las cintas trasportadoras. Y sonó en el tocadiscos con ese roce de otro tiempo que las agujas y el polvo le ponen a la música. Ese vinilo tiene casi mi misma edad. Supongo que a los ojos de mi chaval empiezo a ser casi un viejo. Y sin embargo, él escucha esas canciones que llevan sobre sus letras los mismos años que cargo yo sobre mis hombros, con la atención que se le pone a todo lo que supone un descubrimiento y se antoja fresco y vigoroso. Mira, además, esa portada a contraluz, tomada en la esquina de Jones y West 4th del Greenwich Village neoyorquino, en invierno y con una luz sucia al fondo, con una extraña familiaridad, la que permite que una cámara le robe al tiempo su poder de erosión y detenga para siempre en una edad temprana a quienes eran por entonces sólo un poco mayores que él ahora, a quienes visten no demasiado distinto a como a él le gusta, y a quienes se arriman uno a otro con el cariño absoluto que sólo se goza y se padece en ese tramo escaso de la vida. Suzanne Rotolo era esa chica envidiable que sale en la portada. Novia de Dylan cuando les tomaron esa foto para The Freewheelin. Hija de unos emigrantes comunistas italianos, fue educada en la batalla por los derechos civiles. Cuando Dylan se enamoró de ella —lo cuenta en sus memorias, Chronicles— era un tipo apenas pulido y que acababa de llegar a Nueva York desde la profunda Minnesota. Aunque ella era más joven, tras mudarse a vivir juntos, influyó poderosamente sobre el cantante, quien se empapó de una conciencia social de la que luego bebieron sus letras. "Desde el primer momento en que la ví no pude quitarle los ojos de encima, ella era la cosa más erótica que jamás había visto. Era muy hermosa, con la piel y cabello dorados y de sangre italiana. Empezamos a hablar y mi cabeza comenzó a girar". Suena el disco en el salón y me despierta una punzada de nostalgia. La de una música vieja, la de una edad perdida, la de un aliento para el que no queda fuelle en el pecho, pero que alguien próximo y querido se empeña, según parece, en sostener con los acordes todavía entre alfileres de unas canciones eternas.

viernes, septiembre 23, 2011

La mariposa de Allariz

Por entre las piedras de granito y de pizarra crece una hierba agostada, espesa y puntiaguada. El sol de la mañana la quema al tiempo que le quita aristas a los dólmenes de Ibarrola. A esta hora sería difícil buscarle arrugas a la pincelada. Todo tiene un aire simple de ritual, un primitivismo alegre y animista. Desde el aire podrían ser las migas arrojadas a un pájaro colosal. A su altura, el lomo dócil de animales que pastan. Al caminar, hay un ruido bajo los pies como de vidrio menudo que se rompe, de animales invisibles, de amenaza. Camino del bosque dejamos ese lado del mundo en poder de las serpientes. No las hemos visto, pero están ahí. Tan quietas como las piedras pintadas, pero mucho más acechantes. Al otro lado del río, nos recibe el agua y la sombra, la hierba verde y el barro, la vida infinita y minúscula que sobrevuela la superficie del cauce. Y una mariposa enorme y roja. Decía el maestro interpretado por Fernando Fernán Gómez en La lengua de las mariposas que estos lepidópteros tienen una trompa enroscada como un resorte de reloj y que si hay una flor que los atrae, la desenrollan y la meten en el cáliz para chupar.  Y les ponía a sus alumnos un ejemplo de cómo funcionaba esa lengua: “Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa”. Así sentíamos la sombra próxima cuando estábamos bajo el sol del mediodía. Así el tacto apacible de la piedra pintada desde la alameda. Así la memoria de esos días tan gratos en la distancia con que ahora recordamos ese paisaje que fue también el del rodaje de aquella hermosa película.

martes, septiembre 20, 2011

La casa y el fuego

Es algo parecido a lo que se siente cerca de las hogueras: mientras permanecemos a salvo de lo que arde y vemos fascinados las formas de su combustión, la intensidad de su luz; mientras nos conforta ese calor del que somos dueños con sólo mantener las llamas a la distancia precisa. En esta casa abierta en sus balcones al jardín y a los mediodías, le dejamos al sol una ranura apenas entre las contraventanas, lo justo como para que, como una lámpara avara, alumbre nuestra habitación, donde el sopor de la siesta ralentiza lecturas, caricias y palabras; donde esta umbría tibia nos da el mismo placer que el reflejo de un fuego en medio de la noche.

lunes, septiembre 19, 2011

Brétema

En Niñodaguia aún no había abierto el alfar. Habíamos madrugado porque en Xunqueira los gallos son perros y aúllan dando el alba. Estaba la mañana fría y en la carretera que lleva hasta Castro Caldelas se nos echó encima una niebla espesa. Aquí la llaman brétema, y suena por ello suave, semejando más a asunto de cuento que a lienzo que ciega. Llegando al río por el puente del embarcadero se despejó el aire y ganó campo el ojo, que por fin lo vio todo mejor y muy atento, colgado de las terrazas que desde el cauce le ponen peldaños al acantilado y vides, miles de vides repletas de uva. Y era, para nuestra dicha, día de vendimia. Pequeños grupos de equilibristas se afanaban en la cosecha, doblándose a por los racimos y cargándolos luego al hombro en cestos y cajas. Alguien nos dijo después que este vino es faena de héroes. No hay para tanto, cree uno, porque lo que aquí se hizo fue como en tantos otros sitios aprovechar como mejor se pudo la tierra. A la de estas laderas, protegida, soleada, bien regada de lluvias y brétemas, se llegaba a veces sólo desde las barcas, o atándose para no precipitarse al río. La recompensa de la uva valía la pena. Hoy la vale más que nunca, que hasta denominación de origen se le ha dado. Sigue siendo cosa de familias, de pequeñas bodegas. Era, digo, día de vendimia. Se voceaban unos a otros. De ladera a ladera. Y hasta de pronto desde una de las terrazas más altas sonó una gaita. Se hizo un alto entonces en el trabajo. Y al tiempo se nos hizo un nudo a los blandos en las ternillas. El agua oscura y quieta. El verde intenso del viñedo. Las salpicaduras de color que aportaban las ropas de los vendimiadores. El negro de la mencía. El oro del godello. Y por encima de todo el sfumato de la niebla y la música de aquel tipo que dejó por un momento el trabajo y tocó con gusto y alma para todo el valle una melodía alegre, con sus sucias manos sobre el puntero y sus zapatos llenos de tierra afirmándose al risco como las pezuñas de una cabra. Recordé una canción de Van Morrison que habla de un gaitero at the gates of dawn y en the coolness of the riverbank. Era, en efecto, una hora temprana y fresca. Antes del sol del mediodía se habría recogido mucha de esa uva con la que un día se hizo el vino de Roma, a donde se llevó en ánforas de Gundivós, pueblecito al que nos dirigíamos. Cerámicas selladas por resina de pino que, una vez vacías, se enterraban por el Testaccio bajo capas de cal que mataban su olor, vertedero que llegó a levantar una pequeña colina sobre la que hoy reposan Keats y Shelley. Un vino arrancado con supremo esfuerzo al vértigo de las laderas, una cerámica noble que lo contenía hasta su consumo y un terreno donde moría el último rastro del Sil, el aroma agrio agarrado a la resina del barro. Un cobijo de alegría que terminó, con el tiempo, en camposanto de poetas, que siempre prefieren lo profano.

domingo, septiembre 11, 2011

Gato

En la última hora de la tarde, cuando volvíamos del bosque, lo encontramos acurrucado contra la pared caliente. Se enredaba en la luz rasante de ese sol que antes de ponerse deja su bendición tibia sobre la piel en los días radiantes. M. le ha cogido cariño. Aparece por casa cuando le acucia el hambre o las ganas de una caricia sobre el lomo. Ya se había dejado ver antes, cuando tomábamos el café en el jardín. Con más recelo, según parece, que otras veces. No en vano había allí rostros, voces y manos que le eran desconocidas. Quizás por eso anduvo esquivo. Comió y se fue. Libre y sin nombre. Como todo gato de aldea. Cuando lo descubrí al volver del paseo y me puse a fotografiarlo, se incorporó con alerta desde su abandono. Irguió el cuello y vigiló mis movimientos sin dejar del todo el calor como de nido de ese rincón donde apuraba el día. Un trono acaso de costumbre desde donde para su paz nos vería irnos sólo un rato después, dueño —como decía Borges en su poema— de un ámbito cerrado como un sueño, el de esta casa a donde acude a diario con la misma intención que nos llevó allí también a nosotros el día de la foto: el abrigo de un trato siempre generoso en el sosiego de lo que sin ocultarse se mantiene milagrosamente a salvo y escondido.

Y nueve

El globo en fuga de un niño se vuelve tan incierto como el reflejo de un nueve: soga o corchea; música o escarnio.

jueves, septiembre 08, 2011

Ocho

En el hotel promocionaban noches románticas. Regalaban incluso un kit de lujuria. Al abrir la cajita roja, las esposas dibujaron un ocho; y en su boca, ella, una sonrisa cómplice.


miércoles, septiembre 07, 2011

Siete

Si trepar a un siete y avanzar justo hasta el borde es como alcanzar un mirador desde donde el paisaje nos suspende el aliento, ¿no será entonces llevar un diario como hacerse un siete en nuestros más blandos menudos?

martes, septiembre 06, 2011

Seis

Durante las fiestas, las copas nos despojan poco a poco del pudor y los adornos. Al soplar el matasuegras de la nochevieja volvemos románico un seis barroco.

domingo, septiembre 04, 2011

Una última vez

No se suele saber casi nunca cuando se está por última vez en un lugar, con una persona, sosteniendo un libro, escuchando una música, saboreando un vino o simplemente bañándose en una playa. No obstante, algunas veces sentimos de un modo más cierto ese peso de finitud sobre los hombros. El viernes fue uno de esos días. Había en todo como un aire de elegía. Era el tramo final de la semana, del verano, y, ya avanzada la tarde, era también el final de un día de luz tamizada y caliente, de un mar pleno y en bonanza, de una cala silenciosa y casi vacía. Cuando entré en el agua, la pleamar veteaba el sopor de la orilla con ligeras corrientes frías que espolearon mi brazada. Mar adentro había una trasparencia de cristal bajo la que zigzagueaban casi en la superficie pequeños cardúmenes de pececillos confiados. Mientras, al fondo, donde no se hacía ya pie, el magma indescifrable del pedrero sumergido y su vegetación oscura, la vida oculta que allí se intuye, me despertaba una vieja aprensión cobarde: la desconfianza hacia lo que la mirada no alcanza, hacia lo que razón no comprende. Moviéndome para no hundirme y levantando mis gafas de buceo hasta la frente, mire hacia la playa. Era como un mundo recogido y a salvo sobre el que empezaba alumbrar el ámbar del atardecer. Nadé despacio hacia aquel regazo. Sin secarme siquiera el salitre, leí durante un buen rato. Sin ganas de que nada se acabase. Ni la luz, ni el día, ni el verano, ni las páginas del libro donde Graham Swift escribió que ciertos sonidos exudan a veces lentitud. La misma, pensé, que uno quisiera darle también a estos renglones que intentan demorar la incertidumbre de si se estaba o no viviendo acaso una última vez.

sábado, septiembre 03, 2011

Cinco

Después de que el paso de un cometa deje un rastro de tilde sobre la luna creciente, brilla en la noche la órbita de un cinco satélite.

viernes, septiembre 02, 2011

Cuatro

Si a ese John Silver —que es un cuatro con loro en el hombro— le creciera la pierna que no tiene, como a las lagartijas su cola amputada, dejaría de ser un pirata lenguaraz y engañaniños para volverse de repente tan inesperadamente mudo como la hache que su nueva sombra reflejaría en la cubierta de la Hispaniola.

jueves, septiembre 01, 2011

Tres

El tres apenas si puede ser más que el esbozo de la sombra de un vencejo. No otra cosa alcanzamos nunca a retener de ese pájaro que vive, duerme y copula en el vértigo de su interminable vuelo.