viernes, marzo 23, 2012

Caxigalíne(a)s

Todo confinamiento es una soga que se ciñe por el cuello al  ánimo.

En la determinación de la sonrisa como gesto irrenunciable de un carácter, hay un olvido de difícil perdón: el de la conciencia.

Cantar con los amigos es un placer alegre y euforizante. ¡Qué pena dan  los afónicos de espíritu!

martes, marzo 13, 2012

Un libro para zurdos

N. diseñó hace ya unos años un pequeño y hermoso libro para zurdos. Quién sino un zurdo hubiese tenido tal consideración. Una pequeña caja negra y lacrada abierta por su lado izquierdo. Y en su interior, dos plaquettes: El libro de las horas, de Juan Ignacio González, y De entre las ascuas, de un servidor. Se ha reeditado ahora y sigue siendo una extrañeza para las manos y un placer para la vista. Un poemario para zurdos. Para minorías. Y sobre todo para amigos, que son siempre la más selecta de las minorías. Estos que a continuación transcribo son dos de sus poemas. En el primero, Juan I. González recuerda una humillación de su infancia como niño emigrante (sus padres lo dejaron un día al cuidado de una vecina recelosa de aquellos sureños morenos que llegaban a su país a ganarse la vida como podían). En el segundo, uno hace memoria.

SOBRE LA TOLERENCIA (1966)

Madame Legrange, supongo
que sólo tuvo miedo.
Miedo y un desconocimiento grande y triste
sobre a qué debe oler
un pequeño español en el exilio.
De modo que un mal día
que madre estuvo enferma,
por orden taxativa de su esposo
—un patriota tullido de las Ardenas—
y una tácita acción de vecindad,
me recogió a la puerta del colegio
y me ofreció su casa,
como un pequeño campo de exterminio.
Armada de unos guantes y un cepillo,
frotó con más que ahínco mi cabeza
—aún viene a visitarme algunas tardes
un dolor muy agudo en las orejas—.

Buscó piojos huidizos
(los tuve alguna vez)
y examinó mi ropa, plagada de zurcidos,
con detalle.
Loada sea
el agua limpia que dejé en su bañera.
Loado sea el instante que padre tocó al timbre,
el dintel de mi casa
como un pequeño arco de triunfo
después de la ignominia.

Loada una y mil veces
la tierra curva del dolor sobre el lecho,
el rostro de mi madre.

Juan Ignacio González


ALGUNAS IMÁGENES INOLVIDABLES

Si inventariase los recuerdos
más dulces de tu cuerpo,
salvaría sin duda aquella risa primera
que aún guardo en la memoria
abriéndome en dos el pecho.

Si quisiera dibujarte
en el escorzo con que el tiempo
modela los deseos,
tus piernas calzarían
la noche hasta los muslos
y en la hendidura misma del alba
se ocultarían tus dedos
como sierpes tenaces
que te reptan la dicha.

José Carlos Díaz

domingo, marzo 11, 2012

El ascua

Contra toda superstición, tomé la foto desde la fila trece. Se fijó la imagen y resultó un entrañable concierto. Y muy necesario también, porque los asideros del alma nos ayudan a soportar el paso de los años y a las canciones de Paco venimos agarrándonos toda una vida como al aire que exigimos trece veces por minuto. Fue además para mí, como padre, un concierto especial porque sabía sentado cerca a quien hace casi nada era un crío al que le cantábamos que los lobos pueden ser buenos, los príncipes malos, las brujas hermosas y los piratas honrados. Un crío crecido ahora que toca la guitarra soñando, imagino, su propio mundo al revés, y en cuya mirada atenta uno pareció adivinar al final del concierto un ascua de ese fuego irredento con que Paco ha venido alumbrándonos el ánimo a tantos durante tanto tiempo.

miércoles, marzo 07, 2012

Una botella tunecina

Esa botella es tunecina. En su otra vida guardó un licor transparente y rabioso que Samir nos dio a probar cerca de Tozeur. Recuerdo que llegué a aquel palmeral oyendo en la memoria la vieja canción de Battiato, I treni de Tozeur.  Era verano, el mejor de los tiempos si se comparte la dicha y se cuentan los años justos como para gozar del milagro del sol sobre las pieles. Esa botella lleva mucho tiempo con nosotros y a veces adorna con unas pocas flores la mesa en que nos sentamos con algunos de nuestros amigos. Hace unos días, mientras cocinaba, la vi en un rincón y se me antojó demasiado desnuda. Le hurté al guiso una rama de perejil fresca. Lució distinta. La luz oblicua de la mañana le arrancó además unas pinceladas blancas al vidrio. Tomé entonces la fotografía de ese instante en que calculé mentalmente la infinita distancia que separa un viaje bajo el cielo protector del norte de África y las cazuelas de un oficinista que prepara durante la mañana del sábado la comida de la semana.

domingo, marzo 04, 2012

Comparaciones inapropiadas

No deben compararse. Películas muy diferentes. Intenciones radicalmente distintas. Pero como uno las vio seguidas, ha tenido la inclinación de ponerlas en un mismo plano, enjuiciadas quizás arbitrariamente por este espectador que más que por el rigor se ha dejado llevar por eso tan subjetivo que llaman parecer. Ventajas de mantener una bitácora sin compromisos. Le Havre y The Artist. Kaurismaki y Hazanavicius. El reducido espacio de un barrio portuario y el ambiente glamoroso de los estudios cinematográficos de Hollywood. En una, la historia de un adolescente subsahariano sin papeles que busca a su familia y es arropado por unos cuantos desgraciados. En la otra, el cuento de un afamado actor de películas mudas que no se sube a tiempo al tren del sonoro y pierde, poco a poco, fama y fortuna. En ambas, la redención del final feliz. O casi. La alegría de los pobres siempre es menos exigente. La mezcla de drama y comedia tiene mucha más verdad en Kaurismaki. The Artist es sobre todo artesanía; divierte, pero deja por poso poco más que un reto técnico, no una historia original, ni unos personajes reales: su apuesta por la recuperación del cine mudo es tan fiel como estéril. De Le Havre, cuando pase el tiempo, recordará uno a ese limpiabotas de principios urdiendo la complicidad de un barrio humilde para esconder primero al chaval africano llegado clandestinamente en un contenedor de mercancías y, más tarde, para conseguir el dinero suficiente con que pagarle el viaje a Londres, donde lo espera su madre. La humildad de las casas. De las tabernas. De las calles próximas a los muelles. Un cuento de generosidad para los malos tiempos que transitamos. Con qué poco se le puede dar sentido a la vida. Quizás esté siendo injusto con esto de las comparaciones. Quizás no se deba nunca mezclar talento y ocurrencia. Genio y oficio. De Kaurismaki queda un estado de ánimo, una fábula para la dicha y la bonhomía. De The Artist, unos cuantos óscars,  tantas veces salario de los pasatiempos.

jueves, marzo 01, 2012

El tasbih

Ayer viaje a T. Calentaba allí un sol tibio. Leí afuera sobre la mesa de pizarra. Una laja irregular y apacible al tacto. Me fui luego caminando más allá de los molinos. El sendero estaba tapizado de hojarasca. El ruido de los pasos ahuyentaba a los pájaros. Me detenía a ratos a mirarlo todo. Panorámica del silencio. De los verdes cuajados. Del arbolado todavía invernal. Castaños, robles, abedules, avellanos. Cielo azul. Aire transparente. Anda el bosque aún desnudo y si se aplica el ojo al ramaje, como un zoom de muchos aumentos, se fija en la retina la confusión de un pollock monocromático; de un osario acumulado y revuelto. Sin embargo, en el viaje había descubierto con alegría los primeros brotes primaverales. Mimosas y tojo. Amarillos intensos. Y una luz clara y seca sacándole brillo incluso a las sementeras. Al día le engarcé esas y otras cuentas: un arroz sabroso en compañía,  el lomo dócil de los perros guardianes, dos abubillas tras un laurel, un petirrojo arrogante y un halcón que volaba confiadamente bajo. Y todo lo repaso a la noche como si sobara un tasbih de huesos pulidos, los de unos frutos en sazón hurtados al paso del tiempo.