lunes, junio 11, 2012

El arbotante

Recuerdan en un espacio radiofónico cuándo y por qué nació el gótico. Hasta esa irrupción en la Francia del siglo XII, el culto era sombrío. Los templos lugares oscuros. A iniciativa del abad Suger de Saint Denis, se construyó entonces una catedral de luz. La esperanza siempre es un rayo de sol colándose por una ventana. Se planeó entonces un edificio ligero, con vidrieras y rosetones. Un espacio amplio, respirable y donde la mirada del cielo atravesase las paredes por grandes resquicios, llenándolo todo de un aire ligero y respirable. Para sujetar aquella arquitectura desconocidamente elevada se idearon los arbotantes. En realidad, los arbotantes no sostenían sólo las catedrales, sino que, sobre todo, llevaban, un poco al modo como lo hicieron con el agua los acueductos romanos, un caudal inagotable de luz a donde sólo había una espesa y triste umbría.
Después de un fin de semana en que, más que las razones o consecuencias de la inyección financiera europea a nuestra banca, se ha discutido sobre cómo denominar a esa recapitalización —en una palmaria muestra de hasta qué punto está atrincherado todo el entorno (formaciones políticas y medios de comunicación)—, uno ve en esa solución arquitectónica del gótico una analogía de cómo se ha obrado también con las cuenta. Ese andamio europeo que permite la entrada de algo de luz dentro de nuestro lóbrego solar bancario tiene mucho de arbotante. Les permite  un sostén exterior a nuestros febles muros patrios. Llámese por tanto si se quiere arbotante financiero —término arriba o abajo poco importa— a lo que nos ha devuelto, al menos de momento, aire y horizonte, pero nadie se olvide de que los sillares de este apoyo llevarán, como entonces, la firma de los canteros, que mientras se levantaban los edificios del medievo vivían a la vera de sus obras, montando allí los talleres desde donde no sólo gestaban la fábrica, sino que vigilaban de cerca su verticalidad.

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