lunes, septiembre 17, 2012

El último largo

Foto de Duccio Malagamba

Al final de su esfuerzo, el nadador de Cheever llegaba al otro lado de la vida. Ayer, después de salir del último y fatigante largo, sentí un poco de frío por la brisa de la tarde, pero también quizás debido a una certeza repentina: que ese último largo me había llevado no sólo al otro lado de la piscina, sino también al otro lado del verano. Antes había estado leyendo al sol el periódico y su suplemento dominical. De esas páginas se asentaba el poso de un artículo de John Carlin sobre la Light and Hope Orchestra, una formación musical egipcia de mujeres ciegas. Relato de cómo puede superarse un arrinconamiento debido a la propia condición femenina y a la limitación física, y advertencia, al tiempo, sobre el riesgo de que ese logro casi milagroso de dignidad y futuro quede en nada si las ingenuamente llamadas primaveras árabes terminan por favorecer el auge del fanatismo. Algunas páginas después se denunciaba en otro artículo que por nuestros lares se cierne también una amenaza de tintes religiosos. Una amenaza menor, incomparable, es cierto, puesto que no pone como aquélla en riesgo vida alguna, pero que no deja de ser preocupante por su tufo sotanero y casposo. Que un ministro que, antes de entrar a formar parte del gobierno, se las tenía en los mentideros periodísticos por adalid liberal, pretenda amparar legalmente la segregación por sexos que unos cuantos centros concertados, mayormente opusdeísticos, practican con la financiación hasta no hace nada (una sentencia reciente del Supremo parece haberlo remediado) de las subvenciones estatales —con el dinero de todos, por tanto—, produce, más que indignación, desconsuelo, tristeza de que un país, mi país, retroceda tanto en tan poco tiempo. A veces uno siente que mastica hartazgo. Tal vez haya en ello también algo de esa melancolía con que nos arruga el último largo del verano, ese rastro frágil que dejamos en el agua apenas hace nada y que ya no vemos, ese rastro que se vuelve sombra en la estación menguante y hasta en la vida misma. 

2 comentarios:

koolauleproso dijo...

Brillante columna, José Carlos

FPC dijo...

Hagamos otro largo, volvamos al inicio indolente y veraniego, prometedor y soleado del cuento de Cheever.
Un abrazo