miércoles, noviembre 28, 2012

El nido del Silencio

 
Viajo de noche. No empieza a amanecer hasta que llego a Castañeras. Monto el trípode sobre el mirador de la playa. Fotografío la concha que forma la marea entre los grandes farallones de este rincón de costa. El color de la imagen está saturado de azules. Hay un cielo sucio. Espeso. Nublado. Aguardo a que se vaya aclarando, pero apenas si la luz del sol logra filtrar algún tono cálido. Hace frío. La pleamar rompe con fuerza. Y en el horizonte se adivinan difusamente los cantiles valdesanos. Bajo por el empinado acceso que lleva a la playa. Estoy solo. Me siento solo. Miro a mi alrededor y no veo a nadie. Ni por el camino hay vecinos. Ni en los pedreros, pescadores. Ni en las praderías próximas, campesinos. Ni en el bosque que queda a mis espaldas se escucha brega alguna. El único rastro real de gente está muy lejos. En una barca casi imperceptible que la luz de la mañana desvela a mucha distancia de la costa. Una barca inquietantemente pequeña en un océano tan violento. En esta soledad de fotógrafo madrugador y abrigado que busca en la frontera entre la noche y el día los trampantojos de la luz sobre el paisaje, se me despierta una angustia a la altura del pecho. Una suerte de sentimiento de abandono en medio de lo inaprensible. Como si me sintiera a merced de la voracidad de esta pleamar que retumba insoportablemente en la orilla. ¿Quién llamó a esta playa Silencio?, me pregunto aturdido por el estruendo de las piedras entrechocadas por las olas.


Cada vez que intento pisar la playa, una bofetada de espuma me devuelve sobre mis pasos. Allí abajo, además, los acantilados arrojan el eco intimidatorio de esos golpes de mar. Por momentos siento el deseo, más que irme, de huir. Un miedo irracional a que de entre esas olas venga una aún más alta y más violenta que me zarandee. Me ajusto el gorro de lana sobre los oídos. Amortiguo levemente el ruido, pero lo que no alivio es la soledad. La panorámica que abarco a mi alrededor con la mirada se me antoja enorme. Incomparablemente mayor que cualquiera de los encuadres que he fotografiado. El estrépito de la mar tampoco podría fijarlo de ningún modo. Tendría que grabar también el sobrecogimiento que me produce, y de eso no hay manera. ¿Quién le puso a esta playa Silencio? Tal vez quien se encontró junto al mar en bonanza del verano el nido fosilizado de un ave de otro tiempo, un tiempo remoto y definitivamente callado.


No hay comentarios: