jueves, diciembre 19, 2013

Rama

(Todo empezó a ser frágil un día. Nadie sabría precisar muy bien cuándo. Pero desde entonces, se nos fue encogiendo el coraje con que enfrentábamos lo que era costumbre, con que confiábamos en las dichas, con que apurábamos las horas de sol o el vino en compañía. Todo se volvió frágil mientras por dentro, a la altura misma del hiato, donde queman las malas digestiones y arañan como gatos las resacas, se nos fue poniendo un gusto amargo que a veces nos torcía el gesto, nos apretaba el puño y nos violentaba la palabra. Un gusto que fue finalmente no mucho más que el poso rancio de esta resignación, quizás cobarde, con la que hemos podado el árbol hasta la rama.)

     Rama de Navidad                             JCD      

Os deseo un BUEN 2014.

martes, diciembre 03, 2013

Ecos de sociedad / Blue Jasmine

Ecos de sociedad
Para quien no frecuenta el mundillo literario, ni tiene ofrecimientos de editores, ni posee el hábito ni la pericia de llamar a las puertas que conviene, los premios literarios son casi la única manera de abrirle paso a lo que escribe. Cuando además cuanto se narra es breve y sin apego por el engranaje relojero, ni por la intriga, ni casi tampoco por el desenlace, la cuesta aún se empina un poco más. Por eso, de vez en cuando, algunas noticias nos llenan de alegría.


Blue Jasmine
La última película de Woody Allen es muy recomendable. Porque es una manera de seguir enganchado al hábito del cine en estos tiempos en que las salas de proyección están amenazadas de abandono; porque conviene serle fiel a un director que a lo largo de nuestras vidas nos ha regalado muchas horas de dicha; porque Blue Jasmine es una alegoría inteligente del derrumbe reciente de una sociedad arruinada por la depredación económica; y porque Cate Blanchett borda la interpretación de un personaje cegado por la avaricia y desquiciado por la culpa que mantiene, además, un pulso con el corazón de los espectadores durante dos horas de proyección en las que, a pesar del aborrecible comportamiento del personaje al que da vida, alcanza finalmente la lástima cómplice del patio de butacas.

lunes, noviembre 25, 2013

La Colina del Cuervo


Estas algo torpes maneras impresionistas con que me acerco a los paisajes, cargando con caballete y objetivos, persiguen que las imágenes tomadas tengan un vago aire de pinturas. Que las estaciones se fijen sobre el grueso gramaje de un cartón con una permanencia consoladora. Que esta costa disuelta en la trementina del ocaso se encastille en su bonanza más allá incluso de los días en que las marejadas de los inviernos se baten contra cualquier acopio de memoria apacible.

lunes, noviembre 18, 2013

Aviso para navegantes de impoluta conciencia

Elogio de la mala conciencia de uno mismo

El ratonero no tiene nada que reprocharse.
Los escrúpulos le son ajenos a la pantera negra.
No dudan de lo apropiado de sus actos las pirañas.
El crótalo se acepta sin complejos a sí mismo.

No existe un chacal autocrítico.
El tábano, la langosta, la tenia y el caimán
viven como viven y así están satisfechos.

Cien kilos pesa el corazón de la orca,
pero en otro sentido es ligero.

No hay nada más bestial
que una conciencia limpia
en el tercer planeta del sol.


                                   Wislawa Szymborska

Ida

Sobre su película Ida, el director Pawel Pawlikowski ha dicho: “Todas las decisiones están al servicio de centrarse en lo esencial, por eso he buscado lo más clásico, el blanco y negro, pero también el formato cuatro tercios o la cámara fija. Quería sugerir, centrarme en lo esencial y que la imaginación ayude al espectador a completar el resto”.  Y a fe que lo ha logrado plenamente. Deudora del cine de Carl Theodor Dreyer, Ida es una apabullante sucesión de encuadres memorables, de fotografías bellísimas obra de Lukasz Zal. Un cine levantado sobre el cuidado extremo de lo que, en origen, es una buena película: la mirada de un artista sobre el mundo. En esta ocasión sobre un pedazo de la historia de Polonia. Ambientada en los sesenta, habla de Ana, una novicia criada en un convento tras quedar huérfana en 1945, que antes de tomar los votos es instada por su superiora a que conozca a su tía Wanda, única familia viva que le queda y que resulta ser una magistrada de alto nivel del sistema judicial comunista polaco. Wanda es una mujer áspera, fumadora empedernida, en el límite del alcoholismo, profundamente castigada por los recuerdos, que le revela a Anna una verdad de la que nada sabía: su verdadero nombre, que no es otro que Ida Lebenstein, y su origen: judío. Ese descubrimiento las une en un viaje a través de angostas y desoladas carreteras, tratando de conocer cómo fue el trágico final de los padres de Ida, pero también dónde comenzó el desarraigo vital en la biografía de Wanda. Tía y sobrina emprenden, pues, una travesía hacia las raíces de su trágica historia familiar, que las lleva, al tiempo, a conocerse y, de un modo silencioso y definitivo, a comprender y respetar su profundo antagonismo.
Nos hallamos ante una película de dicotomías. Blanco y negro. Choque generacional. Fe y ateísmo. Olvido y memoria. La joven actriz Agata Trzebuchowska protagoniza con solvencia el drama, secundada por una magistral Agata Kulesza, en el papel de su tía Wanda, encarnando el fracaso absoluto de una Europa herida mortalmente por la guerra, el holocausto y la desesperanza en que se convirtieron los regímenes redentores surgidos a la sombra del comunismo soviético. Ida es, como ha descrito Pawlikowski, una película esencial, en la que nada sobra, en la que todo se concentra con la emoción de la verdad, sin artificios y ni digresiones, que transmite la sensación de estar rodada con un pulso firme y convencido, que renuncia incluso a parte de la pantalla para proyectarse en un formato cuadrado, académico, antiguo, de cine de otra época, como quizás lo sea en realidad esta cinta proyectada en el 51 Festival de Cine de Gijón, que nos pareció hermosa, imprescindible y sobrecogedora.

martes, noviembre 12, 2013

Faedo

El lunes fue un soleado y frío día de otoño. Resultó un buen día para disfrutar del hayedo de Ciñera, que lucía esplendoroso. Sus troncos tenían un aire fantasmal entre la escasa fronda que todavía se resiste a las brasas con que el bosque se consume en la estación reinante. Entre paseos y fotos, pensé en la paradoja de estar sintiéndose en medio de tanta belleza como en la gloria y que, al tiempo, todo ese colorido abrumador fuera el mismo, según cuentan, que el del infierno.

miércoles, noviembre 06, 2013

Otro juego de manos


Aunque no sé por qué miro fascinado esta imagen una  y otra vez, sí puedo entender a qué se debe mi desconcierto. Las mejores fotografías suelen ser como la prestidigitación: juegos de manos sobre los que cuanto menos sabemos de sus engaños, más nos sorprenden y encandilan.

martes, noviembre 05, 2013

A solas













Cerca de las casas del molino, en la humedad y murmullo del riachuelo, se suele estar bien a solas. Pasan pocos caminantes; de vez en cuando, algún ciclista que brega contra el barro del sendero. Saludo con aires de propietario la ocasional presencia de esos extraños. Instalado con mi cámara y mi trípode en un territorio en el que me muevo a gusto, confiado. Pendiente sólo de este huerto de hojarasca del que arranco hoy un pequeño fruto de otoño.

lunes, noviembre 04, 2013

Xiblu


El Xiblu: Del latín SIBILUM ‘silbato’ y ‘silbido’ deriva en asturiano xiblu que además de ‘silbato’ y ‘silbido’ significa pieza del molino que termina en un canal estrecho de modo que el agua baje por él a gran presión y mueva el rodezno; la presión del agua y el canal estrecho hacen posible que el agua al pasar emita un ruido agudo o silbido, que acaba dando nombre a la pieza. En toponimia El Xiblu obedece sin duda al ruido agudo emitido por una corriente de agua que al caer a gran altura recuerda el sonido del canal del molino.

jueves, octubre 31, 2013

Amanecer en Luces

A la altura de las últimas casas del pueblo, un viejo caminaba decidido hacia los acantilados. Las luces de mi auto lo fueron alcanzando sin que ni tan siquiera se volviese a ver quién lo sobrepasaba. Junto al faro aún era de noche. Noté frío. Monté la cámara y esperé paciente el amanecer. Los días anteriores el cielo se había incendiado al alba. Esa mañana, sin embargo, sobre la bonanza del mar, apenas brillaron unas ascuas tenues en el horizonte. Fue un despertar apacible y discreto. Apaciguado. Cuando el viejo llegó también al faro, la linterna boqueaba como un pez fuera del agua. Abarcó despacio toda la costa mientras se retiraba la penumbra. Recuperó el aliento y volvió después sobre sus pasos. Mis fotografías entonces, como si mantuvieran la mirada quieta del viejo, se confortaron en la continuidad del mundo.

lunes, octubre 21, 2013

Llumeres















Fue una explotación de hierro al borde del mar. Dejó tras de si al cerrarse una playa de óxido, unos embarcaderos fantasmales, una bocamina de ladrillo que mira al horizonte y a la que da miedo asomarse, algunas edificaciones en ruinas y una paisaje definitivamente proclive al carboncillo. En días de cielos raídos, la fotografía del lugar ofrece la ilusión de un templo griego saqueado por el tiempo y cercado por la maleza. 

viernes, octubre 18, 2013

Patria

                            A minha pátria é como se não fosse, é íntima
         doçura e vontade de chorar; uma criança dormindo
         é minha pátria.
                                                      Vinicius de Moraes

No pienso a menudo en patrias.
Procuro escribir sin imposturas
y no le encuentro fácil
acomodo en mis poemas
a según qué palabras.
Pero si acaso pensara en patrias
tomaría la palabra oficial,
como al dios de la iglesia, en vano.
Y si por capricho de una metáfora
la volviera por un momento
palabra íntima y minúscula,
pudiera sugerir, sólo entonces,
que esa recogida patria mía
tendría por única frontera
lo poco que de verdad amo.
                                  
                                                   JCD

jueves, octubre 17, 2013

Feeling Good, por Missing Purple´s Half

Blues clásico en versión del grupo Mssing Purple´s Half, interpretado en "desenchufado" por su cantante, Adrián Sáez y su guitarrista, Álvaro "Blaky", en una grabación casera registrada en Oseja de Sajambre el 8 de septiembre de 2013.

domingo, octubre 13, 2013

Faro

Sobre los hombros de  los faros desprevenidos
rompen a veces oleajes insólitos de nubes,
mareas que vuelan muy por encima de los acantilados
y brillan como constelaciones de peces abisales

jueves, octubre 10, 2013

El Muelle al atardecer


  • Hablar con el corazón en la mano es, como bien puede suponerse, un suicidio sincero.
  • Los buenos amigos, como los libros muy leídos, se nos abren fácilmente del todo.
  • En los atardeceres luminosos se echa a gusto la persiana de los días; de la vida misma.

lunes, octubre 07, 2013

Caxigaleando

Esta mañana andaba tras de una caxigalín(e)a. Algo en relación con la paciencia de un buen conversador. Con los beneficios de las réplicas que se dan a tiempo, y que no son, como pudiera pensarse, contestaciones ingeniosas y a bote pronto, sino más bien respuestas que transporta el silencio en sus últimos vagones. Que a veces, incluso, ni llegan a subirse a ese tren si se decide, con buen criterio, que serían para el viaje un exceso de carga.  
* * *
Inverdadero, ámbito al resguardo del ruido y la intemperie donde se procura el cultivo de las certidumbres.

jueves, octubre 03, 2013

Ciudades en fragmento

A las guías ilustradas de los lugares a los que viajamos —siempre es bueno servirse de lazarillos cuando afrontamos lo desconocido—, conviene acompañarlas de libros que hablen de esos mismos lugares pero de un modo parcial y apasionado. Poemas sobre rincones que podrían pasar desapercibidos, leyendas sobre naufragios que no dejaron pecio alguno, recuerdos de infancia apuntados en diarios de letra menuda, fotografías de muros que al atardecer parecen rothkos y de casas sin encanto aparente donde se traficaron amores o se salvaron patrias. En ese equipaje imprescindible de itinerarios alternativos para lectores que viajan debe tener cabida un libro como Ciudades en fragmento (Editorial Impronta), de Ernesto Baltar. El diario de quien no sólo fija en palabras los pasos con que descubre las ciudades a las que llega, sino también del que busca el rastro propio y el de sus lecturas en esas impresiones apuntadas con cierto vértigo de escritor en trance pero sin descuido; en esas imágenes de fotógrafo en blanco y negro que, como en los textos en que se insertan, no encuadran los lugares con que habitualmente los turistas certifican su estancia, sino los barrios, parques, casas y rincones con que se alimentan las pasiones arbitrarias.
Nadie puede traducir una ciudad, ni literal ni libremente, pero quien más podría acercarse no es el que la habita sino el que llega por primera vez, el que empieza a descubrirla, ya lo haga desde la nada o desde sus pobres esquemas preconcebidos. Por eso, en cierto modo, la va creando. Es decir, que traduciéndola se traduce a sí mismo.”
Sabe uno de Baltar desde hace tiempo. He sido, soy, lector de su bitácora, que antes compendiaba “evangelios risueños” y ahora pruebas tipográficas (Lorem ipsum dolor sit amet). También recientemente de sus artículos en Jot Down. Conocía, pues, su afán viajero y el amor que alberga por Roma, por Londres o por lugares concretos como la madrileña Cuesta de Moyano. Este libro compendia esas querencias de modo admirable y sincero. Trasluce, por tanto, dónde se ha sentido su autor más dichoso y dónde ese deleite le ha impulsado a escribir más y mejor. Por eso son memorables los apuntes romanos: el calor pegajoso del barrio de San Lorenzo, su cine al aire libre en las noches de verano, el entrañable retrato de un anciano que come solo en una trattoria, el relato de un mendigo al que un camarero cruel le arroja un balde de agua en una noche gélida de Piazza Navona o el descubrimiento del cementerio acatólico donde yace Keats y pasean confiados  muchos gatos romanos. Por eso debería también quien viaje a Londres considerar los once lugares en que Baltar fragmenta la felicidad que ofrece a sus visitantes esa ciudad:  el Sir John Soane’s Museum, The Round Pond, Hampstead Heath, Kyoto Gardens, Leadenhall Market, Cavendish Square, El pub The George, la cafetería de la Tate Modern, La casa-museo de Thomas Carlyle y Hoxton Square. Enumeración, en fin, que condensa su fascinación por ese Londres, del que, como nos recuerda Baltar, una vez dijo el doctor Johnson: “cuando un hombre está cansado de Londres es que está cansado de la vida”.
A estas dos ciudades les siguen en el libro otras. Madrid, sobre todo, pero también Praga o Berlín o París. Quizás no por todas ha sentido el autor igual entusiasmo. Pero en cada una su atención y su método son los mismos siempre: «Andar con el cuaderno en la mano y escribirlo todo. Escribirlo todo con la mayor sencillez posible. Caminar con los ojos bien abiertos y el ánimo tranquilo, dejándose llevar por las cosas. No busca uno nada en concreto. Una bolsa de plástico enganchada en un árbol, la melena batiente de una chica, las manchas de óxido en una pared. Lo que le vaya saliendo al paso».
Ciudades en fragmento descubre, en fin, a quien viaje a los escenarios de sus páginas un diaporama sentimental sobre el que urdir itinerarios urbanos desacostumbrados, más atentos a la representación de la vida diaria que acogen que a la monumentalidad del teatro sobre las tablas de cuyo escenario discurre.

 “Las ciudades son novelas colectivas que van escribiéndose a medida que se van leyendo. Son ficciones incesantes, melodías fragmentadas, breviarios de incertidumbre. Son lugares a los que uno va a perderse para quizás, al cabo, encontrarse. Resúmenes del caos universal, promesas de locura y evasión, escenarios del asombro, del delirio, de la miseria. Funcional y simbólica, palpable y onírica, el alma de la ciudad es un collage de imágenes, memorias, deseos, encuentros, mercancías… Un paraíso del anonimato en el que se reúnen las masas solitarias. Un laberinto de rostros, gestos y palabras en los que la sorpresa acecha a cada paso. La ciudad sentida, la ciudad soñada y la ciudad recordada se funden en una amalgama verosímil. Vemos lo que sentimos. Vivimos como soñamos. Somos lo que recordaremos. Nos habitan paisajes, metáforas, ruinas.”

lunes, septiembre 30, 2013

La rendición

En los informativos le dan la bienvenida al otoño. Al soplar la brisa en los parques, vuelan las primeras hojas secas. Pero continúan, sin embargo, los días luminosos. El sol. El resplandor sobre la hierba. En las madrugadas laborales, y después de salvar el tráfico malencarado de la ciudad, la recompensa aguarda en las carreteras secundarias, en las villas afanadas en la rutina diaria y perezosa, en los pueblos tomados por los sonidos previsibles, por el acompañamiento de los animales domésticos y de los pájaros familiares, en las playas abandonadas a la soledad de las mareas
Aparqué siendo aún casi de noche en el embarcadero. Me encaramé sobre las maderas ruinosas, paseé por el limo de los juncales, me acerqué a los precarios galpones de los pescadores. El día se subía a los hombros de Soto. Empezaba a mirar desde esa altura la corriente quieta del estuario. Por el puente transitaba de vez en cuando un coche con los faros encendidos. Dejaba una estela de luz difusa entre la niebla y de ruido apresurado sobre el asfalto. Una sombra lejana cuidaba de un sedal lanzado desde los pretiles. Las barcas estaban tan quietas que el agua parecía sólida. En la orilla opuesta y cauce arriba, Muros se encendía como una bombilla de tungsteno.  Su filamento  quemaba la torre de la iglesia. El río todavía guardaba el frío de las horas apagadas. La promesa de sol se iba emparrando en lo alto como las uvas.  Traté de fijar con la cámara fotográfica esa hora fronteriza, el contraste entre la oscuridad desapacible y el despertar de las luces, entre el azul aturdido y el naranja risueño. Esa rendición de breda en que la noche, antes de refugiarse en lo más hondo del río, entrega al claror las llaves del día arrodillada entre los muelles y sus lanzas de madera.

viernes, septiembre 06, 2013

Alumbramiento

Durante el breve tiempo en que se alumbran algunos de los días, el mundo parece que se levantara sobre brasas, igual que los rincones devueltos a la vida por el fuego. Hasta tiene en esas mañanas el aspecto inaugural de un nido resguardado. El semblante confiado de quien bebe en compañía. La quietud de quien posa sin recelo. El silencio rítmico de las mareas apaciguadas. La apariencia de una ciudad hospitalaria. Y el sol clemente de las orillas orientadas a los cielos del Norte.

domingo, septiembre 01, 2013

Lejos y sin prisa

Para alargar la ilusión del verano, para pensarse aún de vacaciones, nada mejor que viajar temprano hasta algún lugar desconocido o casi olvidado. Mientras siguen los días de sol,  y los cielos polarizados, y el aire limpio, y la mar en calma, no cansa conducir en la certeza de que al cabo de los tramos finales de una carretera angosta nos aguarda un rincón memorable. El sábado sobre la cala a la que llegamos caían los maizales crecidos, verdes y espesos. Remontando la vista sobre el curso del río se alcanzaban reverberantes en el mediodía los tejados de pizarra del pueblo cercano. El nordeste ventilaba esa parte del mundo igual que si se hubieran abierto las ventanas a las corrientes. La mar estaba fría, como sin estrenar. Nos acordamos de que unos cuantos años atrás arrancamos con los niños llámpares a ese pedrero. Ya no viajan con nosotros y a ratos los añoramos como al tiempo que los ha crecido y vuelto casi hombres. A la entrada del arenal, encastillado en juncos, un chiringuito con bandera pirata nos presta sombra. Leemos el periódico y por encima de sus páginas pasa un velero sobre el horizonte con las velas tan hinchadas como las mejillas de un trompetista. Por un momento, la vista puede saltar desde las guerras al paraíso con un imperceptible movimiento de cabeza. En los fogones bucaneros se brasean atunes y navajas. Hierve el café en el puchero. Un cigarrillo nos humea entre las manos. Aletean en el aire como pájaros de paso los olores de un día de verano que transcurre como si estuviéramos muy lejos y sin prisa.

sábado, agosto 31, 2013

Emilio Amor / Samuel Stawton

En el marco de las actividades desarrolladas con motivo de XV aniversario de la revista Ágora, y como complemento a la exposición ARTE EN LIBERTAD, el viernes, 30 de agosto, tuvo lugar una lectura poética de Emilio Amor en la Biblioteca Jovellanos. Presenté a mi amigo con estas palabras:

Foto de Juan Garay

Hay hombres que nacen antes de tiempo y tratan, como pueden, de aproximarse al futuro que les estaba señalado. Julio Verne fue uno de ellos y viajó en sus libros a la edad que, de verdad, le pertenecía. Y hay otros que llegan a la vida mucho después de lo que hubiesen deseado. Estos últimos regresan a menudo sobre un rastro imaginario al mundo que perdieron, pero al que no renuncian. Emilio Amor habría dado sus botas de caña alta y su camisa desabrochada a cambio de conducir el automóvil Amilcar en que una chalina con maneras de cobra estranguló a Isadora Duncan, no mucho después, por cierto, de que la diva gritara  “Adieu, mes amis. Je vais à la gloire “.  Y a fe que su frase fue premonitoria. Sucedía aquello en Niza, en 1927.
         No lejos de allí, en Cannes, pero ya en 1965 los periódicos de la época daban la noticia de la muerte Samuel Stauwton, quien habría fallecido en compañía de la Vizcondesa de Neully y después de una vida azarosa.
Stauwton había nacido en Londres en 1898. Estudió en Cambridge. Se trasladó a  París donde conoció a Paul Valery, Cocteau, Proust y Gómez de la Serna. Tras morir su padre y heredar una considerable fortuna, viajó desde Egipto al Lejano Oriente. Con el pseudónimo de Cecil Bishop publicó Cuaderno de Bitácora. Se trasladó a Nueva York, donde queda deslumbrado por el jazz y el cine. Visitó el Oeste Americano, el Caribe y Sudamérica. Al finalizar la II Guerra Mundial vendió su mansión y el negocio de té familiar, recluyéndose en Trieste para recuperarse de una dolencia del pulmón. Comenzó por entonces su irrefrenable decadencia, que lo llevó  a la ruina por casinos y tabernas. En 1964 se casó con la Vizcondesa de Neully. Un año más tarde, Stauwton y su esposa, fueron encontrados muertos, abrazados y desnudos.
         Gracias a las Crónicas de Samuel Stawton conocí a Emilio Amor. Aquel libro, apócrifo o robado, le valió el Premio Cálamo y se publicó en una edición hermosamente ilustrada por Miguel Ángel Bonhome. A partir de entonces, además de amigos, hemos perseguido juntos la verdad sobre Stawton.
         El segundo libro stauwtoniano que Emilio Amor llevó a imprenta fue el titulado Canciones de Amor en los Campos de Marte. Para entonces sabíamos ya que Samuel Stauwton había fingido su muerte, que el cadáver hallado junto a su esposa era el de un amante polaco de ésta y que el escritor inglés vivía en el anonimato en un pueblo del sur de Irlanda, dedicado con pasión a la astronomía, la cartografía y la colombofilia.
         Todas las personas que, como Stawton, han hecho del continuo peregrinaje una forma de vida (Rimbaud, Byron, Stevenson, Gauguin), no hacen sino huir permanentemente: de la familia, de la propia historia, de algún pasado ignominioso o de quién sabe qué desencanto. Siempre tratan de olvidar. Y al no fijar en parte alguna sus raíces, se convierten en refinados impostores, en actores formidables. Y hasta acaban ellos mismos creyéndose la historia inventada de sus vidas. 
         Quizás forme parte de ese teatro lo que se dijo también sobre esos versos del segundo libro firmado por Emilio Amor, las Canciones de Amor en los Campos de Marte, aquello de que eran sólo un brillante ejercicio literario de un joven ucraniano, Cecil Sevchenko, con quien convivió el viejo escritor durante sus últimos años, un aventurero que llegó al puerto de Cork después de que encallase el decrépito carguero en el que viajaba, un marino alto y robusto como la chimenea de un vapor, con cabellos rubios y una estridente risa tabernaria, que gustaba a la mujeres fuertes y a los hombres sensibles.
         Sea como fuere, Stauwton pervive en un montón de poemas sobrecuya autoría no existe una certeza absoluta, que quizá sean en parte suyos y en parte sólo simulaciones, plagios o traducciones recreadas. Y es con esos mimbres con los que se urde también Transgresión del Edén, el tercero de los libros, hasta ahora, que Emilio ha firmado, versionando ciertos textos manuscritos encontrados en el subsuelo de Dublín en octubre de 2001 y que los investigadores han atribuido a un póstumo Stauwton. 
     Esa fijación por el personaje de Stauwton, un tipo mundano, culto, amante canalla y poeta maldito, es la que me lleva a creer que Emilio Amor hubiera deseado encarnar a un hombre así, en una época como aquella. La heteronimia puede ser para tales pruritos un eficaz atajo. Dado, por tanto, que Emilio Amor no tuvo la fortuna deseada con su fecha de nacimiento, les aproximaré en un esbozo biográfico los datos reales de nuestro protagonista de hoy: Emilio Amor, pintor, escultor y poeta, nació en Gijón en 1955. En los años 70 actuó en los grupos de teatro La Máscara, La Caterva y Margen. Cofunda el Gruva, grupo de arte vanguardista, en 1981, con el que colaboró en Una Cantata Celeste, elaborando la obra sonora Cuaderno de Bitácora. En 1983 es uno de los organizadores de Arte en la calle. En 1999 gana el premio Cálamo de poesía erótica con el libro Crónicas de Samuel Stauwton. Pasa entonces a formar parte del Grupo Cálamo,  dirigiendo, además, la sección Ágora Libertina de la revista Ágora, que publica la Sociedad Cultural Gesto. En ese rincón de la revista le ha dedicado espacio a Apollinaire, a Lautréamont, a Alfred Jarry, a Cocteau, a Anais Nin, a Georges Bataille, a Rimbaud, a Germain Nouveau, a Baudelaire, a Max Jacob, a René Char, al Divino Marqués, a Cravan, Shelley, a Dylan Thomas, o a Artaud. Toda una nómina, como pueden observar, de románticos, libertinos y vanguardistas. A partir de 2005, colabora con la Alianza Francesa en la celebración de la Primavera de los Poetas y pronuncia algunas conferencias sobre Rimbaud, René Char y el Surrealismo. Ha publicado:

Cuaderno de Bitácora, 1981 (en formato audio).
Crónicas de Samuel Stauwton, 1999. XIII Premio Cálamo de Poesía Erótica (Cuadernos Cálamo Gesto)
Canciones de Amor en los Campos de Marte, 2002 (Cuadernos del Bandolero)
Transgresión del Edén, 2008 (Cuadernos del Bandolero)

Ha participado también en los libros colectivos:

Gijón, reflejos de ciudad, 2005 (Editorial Grupo Norte)
Cimavilla, de recuerdos, pasiones y canallas, 2007 (Editorial Grupo Norte)

Próximamente aparecerán dos nuevos poemarios suyos: El mar y los laberintos y Encaje de mar.
         La poesía de Emilio resulta siempre torrencial. Como de aluvión. Da siempre la impresión de estar escrita en días inspirados. Por eso, quizás, sus versos produzcan cierta hipnosis en el lector, que se traslada a su través a un buen número de escenarios surreales, coloristas, refinados, marinos, lejanos. Son versos plagados de  imágenes apabullantes, de cadencias propias de quien piensa la vida en verso, de quien siempre lleva en la memoria geografías emblemáticas, escritores fetiche y pintores que se relacionan con ese mundo creativo que le resulta tan querido al autor: el de las vanguardias y el del romanticismo exótico y aventurero.
           Su poesía nunca tiembla, es firme aun en el empleo del recurso literario más audaz. Está escrita con naturalidad, con aplomo. Aprovecha el talento del autor, su confianza en la evocación visual, en la sonoridad, en  el poso que arrastran las muchas lecturas y los cientos de cuadros que lleva impresos en la retina. 
             Pero mucho mejor que yo, el propio Emilio Amor describe cómo es para él la poesía y cómo nacen sus poemas. Lo hace en unos versos de su próximo libro Encaje de mar. Esa poética que está a punto de publicarse dice así:

Nunca se sabe qué nos deparará un nuevo poema.
Se parte del hallazgo y la sorpresa:
los primeros versos son los únicos
dictados por los dioses.
Y luego,
a través de los caminos cruzados de los sueños,
siempre se llega a un puerto desconocido.
Hay poemas redondos y asimétricos, nunca espirales,
pueden ser un aullido de dolor o un canto a la alegría,
el himno de una hazaña o una alucinación;
pero, desde luego, todo poema lleva inscritos
los miedos y las inquietudes del poeta.

Les dejo con Samuel Stauwton, Con Cecil Bishop, con Cecil Sevchenko, con Emile L´Amour, con Emilio Amor… En fin, con el autor y sus máscaras.

martes, agosto 27, 2013

jueves, agosto 15, 2013

Dioses de playa


Los buenos días lo serían menos si mientras transcurren no diéramos gracias en algún instante por ellos. No se trata tanto de bendecir la dicha como de ser plenamente consciente de estar bajo su amparo. Hoy, en el ámbito de esta sombrilla clavada en una recóndita cala, la vida no tiene apenas aristas. El cielo es azul, el mar apacible. En la orilla rompen las olas con una cadencia lenta y un estruendo discreto. A ras de arena, las conversaciones cercanas parecen robadas. Como si de repente descubriéramos a través de la pared de un hotel la intimidad de los huéspedes vecinos. Somos, de pronto, como dioses en la sombra a los que mece el mar y para los que no existen secretos de piel ni de palabra. Dioses en la playa que redactan el evangelio de este ocio estival y placentero.

Mi vida querida

El rumor de la piscina cae como lluvia menuda sobre la palmera. Ese roce insistente de voces alegres corre por el parasol de ramas y salpica la sombra en la que me he refugiado esta tarde. Leo a la Munro como quien se deja hipnotizar por una cortina de agua tan tenue como ordenada, por un aguacero suave que de pronto deslíe el mundo que se atisba a su través —tan real como inquietante—, por un chubasco sutil que cesa súbito y nos deja inacabamente apaciguados. 

miércoles, agosto 14, 2013

Sanguijuelas

Nunca me he cruzado con una sanguijuela. Sé de ellas, como sabemos todos, por lo que alguna vez hemos leído o visto en el cine. Que su boca actúa como una ventosa sobre las heridas abiertas. Que chupan la sangre. Que son negras. Que producen pesadillas. Yo creo que las obsesiones son como las sanguijuelas. Una vez que han descubierto por dónde sangras, cuál es, por tanto, tu punto más débil, se lanzan sobre él, sobre ti, con la voracidad insaciable de un cáncer. Desde ese momento, y contradiciendo la evidente disparidad de volúmenes entre un hombre y una sanguijuela, pasas a ser poco más que una extensión, incongruente y exhausta, del cuerpo de un gusano.

Arnao

Desde la bocamina se sale a la playa. Relumbra el mediodía. El cielo es intensamente azul. Se tarda unos instantes en acostumbrar el ojo a la luz. Una mujer se broncea en el espigón. Sobre la línea del horizonte un crucero aguarda la entrada al puerto. Hubo en este rincón de costa un yacimiento de carbón y un pequeño muelle de carga con gabarras y barcos de vapor. La mina hoy es un museo y por el dique y la playa se pasean los bañistas. Donde se levantó un esforzado paisaje en sepia, encuadro ahora el despreocupado color de un verano al sol.

martes, agosto 13, 2013

Por las Foces del Esva

El caminante ha compartido charla, fatiga, viandas y trago por el rompepiernas que parte de Bustiellu. Ha bajado junto al río y ha trepado hasta ver su cauce desde el camino escarpado que a tramos permite divisar en lo más alto la braña vaqueira de Adrados, ya casi en el valle el caserío de Longrey y muy por debajo de nuestros pies el brillo sonoro de las aguas del Esva. Y llegado al otro lado de la foz, le ha puesto reposo a su pulso junto a la iglesia de Ese de Calleras, un templo modesto y blanco, con cubierta de pizarra y espadaña alzada como un faro por encima de los maizales. En su testero llama la atención una celosía en arenisca de arcos geminados y de apariencia prerrománica, incrustada en la limpia pared de la capilla y que deja paso el sol, la pradería y el rumor próximo del río, no de manera muy distinta a como el recuerdo posiblemente nos llevará adentro al cabo de los días las imágenes de esta hermoso y esforzado paseo estival.

Foto de Xuan Nel Saez

jueves, agosto 08, 2013

Aveiro y la otra
















No debería compararse nunca más esta ciudad con la otra. Se hace a menudo y pierde injustamente en esa pretendida semejanza. Porque las vocaciones de ambas fueron y son diferentes. Comercial, palaciega y decadente la de Venecia. Laboriosa, modernista y recogida la de Aveiro.  Allí la elegancia de un carnaval  cortesano, aquí la picardía de unos barqueros de puerto. Cuando el sol ilumina este par de canales domesticados y urbanos, se refleja en sus aguas el vivo color de las proas de los moliçeiros y los azulejos de las fachadas.  Cuando el atardecer le da relieve a las aristas del mundo, los galpones salineros más que de madera parecen de cobre repujado. Aveiro tiene una belleza sonriente, blanca y modesta; una plaza del pescado bulliciosa; jardines de acacias; templos luminosos y tascas de raciones abundantes y vino fresco.  Paseándola a veces hay que cruzar por encima de sus canales. En ese breve tránsito, cuando el viajero se acoda en los puentes y fotografía las alegres barcas y su estela, siempre tiene la tentación de recordar Venecia. Sépase que no le hace ninguna falta a esta ciudad acogedora, pues siempre se hace un hueco en la nostalgia de quien llega a ella, y no con la afectación de los escenarios  solemnes a que recurre la otra, sino con el poso dulce de los días apacibles al sol y sin prisa.