viernes, abril 05, 2013

Intemperie

Las medidas otorgan precisión. Pero siempre resultan relativas. Su valor real está a menudo condicionado por el ámbito, físico o moral, en que se toman. Una estación meteorológica mide con exactitud la pluviosidad, esto es,  cuánta lluvia ha caído en un sitio determinado durante un determinado periodo de tiempo. Pero esa lluvia, dependiendo de la sed de la tierra o de la porosidad del ánimo, puede ser reparación o diluvio. Al final de Intemperie, el niño protagonista, ya solo en su viaje hacia el Norte y mientras descansa en una vieja casa de peones camineros, escucha el tamborileo de la lluvia sobre una chapa: “Volvió a la puerta y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento.” Desde el Norte, sacudido por aguaceros obstinados y anegado de fronda y umbría, la novela de Jesús Carrasco parece una narración ambientada en otro mundo. La aridez de su paisaje, la inconcebible maldición de un destino inimaginable. Desde el desahogo de un tiempo reciente que ha sido hasta hace nada próspero, y desde una sociedad razonablemente libre, la miseria moral de la persecución representa el paradigma, pero también la memoria, de todas las tiranías. Al otro lado del fiel de la balanza, la dignidad del cabrero y del propio niño constituyen, finalmente, el único asidero decoroso en medio de la desolación más absoluta. Intemperie es una novela imprescindible, soberbiamente escrita, sabiamente contada, moralmente cabal y que tiene una tan ambiciosa como nada desproporcionada vocación de texto clásico: intemporal como la historia que refiere y modélico como el pulso narrativo de quien lo escribe.

No hay comentarios: