jueves, octubre 03, 2013

Ciudades en fragmento

A las guías ilustradas de los lugares a los que viajamos —siempre es bueno servirse de lazarillos cuando afrontamos lo desconocido—, conviene acompañarlas de libros que hablen de esos mismos lugares pero de un modo parcial y apasionado. Poemas sobre rincones que podrían pasar desapercibidos, leyendas sobre naufragios que no dejaron pecio alguno, recuerdos de infancia apuntados en diarios de letra menuda, fotografías de muros que al atardecer parecen rothkos y de casas sin encanto aparente donde se traficaron amores o se salvaron patrias. En ese equipaje imprescindible de itinerarios alternativos para lectores que viajan debe tener cabida un libro como Ciudades en fragmento (Editorial Impronta), de Ernesto Baltar. El diario de quien no sólo fija en palabras los pasos con que descubre las ciudades a las que llega, sino también del que busca el rastro propio y el de sus lecturas en esas impresiones apuntadas con cierto vértigo de escritor en trance pero sin descuido; en esas imágenes de fotógrafo en blanco y negro que, como en los textos en que se insertan, no encuadran los lugares con que habitualmente los turistas certifican su estancia, sino los barrios, parques, casas y rincones con que se alimentan las pasiones arbitrarias.
Nadie puede traducir una ciudad, ni literal ni libremente, pero quien más podría acercarse no es el que la habita sino el que llega por primera vez, el que empieza a descubrirla, ya lo haga desde la nada o desde sus pobres esquemas preconcebidos. Por eso, en cierto modo, la va creando. Es decir, que traduciéndola se traduce a sí mismo.”
Sabe uno de Baltar desde hace tiempo. He sido, soy, lector de su bitácora, que antes compendiaba “evangelios risueños” y ahora pruebas tipográficas (Lorem ipsum dolor sit amet). También recientemente de sus artículos en Jot Down. Conocía, pues, su afán viajero y el amor que alberga por Roma, por Londres o por lugares concretos como la madrileña Cuesta de Moyano. Este libro compendia esas querencias de modo admirable y sincero. Trasluce, por tanto, dónde se ha sentido su autor más dichoso y dónde ese deleite le ha impulsado a escribir más y mejor. Por eso son memorables los apuntes romanos: el calor pegajoso del barrio de San Lorenzo, su cine al aire libre en las noches de verano, el entrañable retrato de un anciano que come solo en una trattoria, el relato de un mendigo al que un camarero cruel le arroja un balde de agua en una noche gélida de Piazza Navona o el descubrimiento del cementerio acatólico donde yace Keats y pasean confiados  muchos gatos romanos. Por eso debería también quien viaje a Londres considerar los once lugares en que Baltar fragmenta la felicidad que ofrece a sus visitantes esa ciudad:  el Sir John Soane’s Museum, The Round Pond, Hampstead Heath, Kyoto Gardens, Leadenhall Market, Cavendish Square, El pub The George, la cafetería de la Tate Modern, La casa-museo de Thomas Carlyle y Hoxton Square. Enumeración, en fin, que condensa su fascinación por ese Londres, del que, como nos recuerda Baltar, una vez dijo el doctor Johnson: “cuando un hombre está cansado de Londres es que está cansado de la vida”.
A estas dos ciudades les siguen en el libro otras. Madrid, sobre todo, pero también Praga o Berlín o París. Quizás no por todas ha sentido el autor igual entusiasmo. Pero en cada una su atención y su método son los mismos siempre: «Andar con el cuaderno en la mano y escribirlo todo. Escribirlo todo con la mayor sencillez posible. Caminar con los ojos bien abiertos y el ánimo tranquilo, dejándose llevar por las cosas. No busca uno nada en concreto. Una bolsa de plástico enganchada en un árbol, la melena batiente de una chica, las manchas de óxido en una pared. Lo que le vaya saliendo al paso».
Ciudades en fragmento descubre, en fin, a quien viaje a los escenarios de sus páginas un diaporama sentimental sobre el que urdir itinerarios urbanos desacostumbrados, más atentos a la representación de la vida diaria que acogen que a la monumentalidad del teatro sobre las tablas de cuyo escenario discurre.

 “Las ciudades son novelas colectivas que van escribiéndose a medida que se van leyendo. Son ficciones incesantes, melodías fragmentadas, breviarios de incertidumbre. Son lugares a los que uno va a perderse para quizás, al cabo, encontrarse. Resúmenes del caos universal, promesas de locura y evasión, escenarios del asombro, del delirio, de la miseria. Funcional y simbólica, palpable y onírica, el alma de la ciudad es un collage de imágenes, memorias, deseos, encuentros, mercancías… Un paraíso del anonimato en el que se reúnen las masas solitarias. Un laberinto de rostros, gestos y palabras en los que la sorpresa acecha a cada paso. La ciudad sentida, la ciudad soñada y la ciudad recordada se funden en una amalgama verosímil. Vemos lo que sentimos. Vivimos como soñamos. Somos lo que recordaremos. Nos habitan paisajes, metáforas, ruinas.”

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