martes, febrero 11, 2014

Marejada


Con la insólita violencia 
que rebosa el recipiente más hondo imaginable
—el alma atormentada de los hombres
o el vaso insondable del océano—,
las olas se ceban a veces
con la paz de los puertos
y el sosiego de los faros en vela,
con las sendas holladas en la playa
y la amura al pairo de las costas,
con los cimientos mismos
de las ciudades erigidas
sobre aduanas trazadas por pleamares 
a puras dentelladas de naufragio.

JCD

miércoles, febrero 05, 2014

El pequeño faro


    Al otro lado de la marejada,
    el pequeño faro
    ilumina una península quieta.
    Su luz alivia el frío,
    templa el pulso
    y sosiega el miedo,
    como cualquier ventana
    habitada por una llama en la noche.

                                       JCD

lunes, febrero 03, 2014

Mar Braña Gancedo

El jueves, 30 de enero, tuvo uno el gusto de presentar el recital poético de Mar Braña en el Centro Municipal de La Arena. Se hizo según la transcripción que se acompaña:

Mi madre tenía las manos gastadas de acariciarnos.

Posaba su palma con idéntica presión
sobre nuestras ocho cabezas formando una escalera.

La luz que brillaba en sus ojos nos alumbraba
en las noches de no luna.

Mi madre perdió los dientes para que yo tuviera huesos
pero jamás renunció a sonreír mientras me acunaba.

Ella cerró con llave su armario de triste pasado
para que nunca viésemos sus ropas de luto.

Ahora sus manos, sus ojos y encías
son de ceniza. 
La escalera ha perdido ya tres peldaños y
los otros cinco descendemos
buscando el rellano donde ella nos espera.

Mi madre perdió los dientes para que yo tuviera huesos…

                                                                 Mar Braña Gancedo


Hoy me he permitido hacer trampas en el solitario. He alterado lo que es costumbre en las presentaciones: darle cancha al organizador, ordenar la biografía del autor o autora protagonista y mentar lo más notable de su obra. Hoy, digo, tengo el día tramposo y hasta confieso que estoy jugando con cartas marcadas, porque, como han visto, he puesto sobre el tapete, nada más abrirse el envite, un as incontestable: ese hermosísimo y sobrecogedor poema de Mar  que no se puede leer sino con el corazón encogido y que estoy seguro de que nos ha dejado a todos con el lagrimal en regadío y con infinitas ganas de conocer mejor y enseguida los versos de la autora. Ese deseo, para la suerte de ustedes y para la mía propia, me obliga a ser breve. En esa brevedad reside el beneficio de la trampa.

Así que iré a lo esencial, retomando, ahora sí, el protocolo habitual de los maestros de ceremonia. Hablándoles de que quien nos trae hoy hasta aquí compartió con uno las aulas de la plaza Feijoo, aquel benedictino gallego cuyas lecciones de ilustración tan viejas se nos han quedado que su celda ovetense se visita ahora en el museo arqueológico y cuya talla preside una hermosa y modesta plaza que lo fue de la facultad de filología, donde Mar Braña y servidor se licenciaron, también ya en tiempos casi arqueológicos. Creo que fue por aquellos días cuando compartimos un viaje desde Oviedo a Gijón y, charlando de esto y lo otro, vinimos a enterarnos de que ambos trabajábamos al tiempo que cursábamos la carrera. El que les habla en el humilde gremio de los ultramarinos y la que les recitará en el más noble ámbito de los “grines” golfistas. Como ven, empezaban, por tanto, a diferenciarse las categorías: uno terminó de presentador de eventos y Mar de protagonista de los mismos. En cualquier caso a los dos podría recurrir Wert para que les expliquemos a los universitarios lo que les va a tocar en el futuro: financiarse, con trabajos precarios y mal remunerados, el pago de sus matrículas. Esa misma parvedad de recursos que nos llevó a trabajar para poder estudiar, nos obligó, una vez licenciados y dado cómo estaba el panorama de las oposiciones a la enseñanza entonces, aun peor que él de estos tiempos últimos, a buscarnos la vida en el regazo de la madre Administración, que siempre ha tenido fama de procurar un garbanzo duro, pero seguro. Pero igual que la cabra tira al monte, los letraheridos tiran a todo lo que se mueve, porque escritura y vida se miran mucho y quien se inoculó del virus de la palabra está para siempre condenado a su compañía. Se lee cuanto se puede y se escribe cuanto se necesita, que el escribir suele hacerse por apremio de la vida, para celebrarla o maldecirla, se haya alcanzado plaza de docente o se forme parte de la vilipendiada tropa rasa de la función pública.

Por eso Mar escribe desde siempre  y, estoy seguro, de que lo hará irremediablemente en el futuro (de estas adiciones se quita uno mal), celebrando y maldiciendo de esa manera la vida, y en ambas dedicaciones, la imprecación y la dicha, se expresa con igual pericia. Capaz de ser endiabladamente divertida con sus juegos de palabras, sus dobles sentidos, sus encadenamientos imposibles, sus versos pícaros y sus artículos sarcásticos; y capaz, al tiempo, de abrirse en canal en sus poemas más desgarrados y personales. Como tan bien decía el recientemente desaparecido y admirado Juan Gelman: “escribir poesía es abrirse camino en uno mismo”.

Así podrán comprobarlo enseguida, pues sé que ha preparado para la ocasión una cuidada antología de su obra poética, recogida hasta la fecha en los poemarios: Tiempo de lágrimas, Luz roja: poemas para leer con semáforos (que fue finalista del premio Cálamo), Sin embargos… y Sinestesias sin anestesias

Justo sería que estuvieran editados, que todos pudiéramos disfrutarlos con calma, leerlos en papel, sonreír con las ocurrencias de Luz roja o emocionarnos con los versos en carne viva de Tiempo de lágrimas. Eso es lo que yo desearía y lo que ustedes, a buen seguro, desearán después de la cata que hoy le haremos a la obra de Mar Braña. No sería, por ello, una mala propuesta que a estos eventos se acercaran ojeadores editoriales como por los campos de fútbol modestos se pasan ojeadores de talentos en ciernes. Aquí, hoy, además, lo tendrían más fácil, irían sobre seguro, porque la obra de Mar ya no es ninguna obra en ciernes, sino una obra bien en sazón, cuajada. 

En esta lectura, Mar Braña ha tenido el buen gusto y la fortuna de acompañarse del músico Daniel García de la Cuesta. Lo que me anima a recordarles que ustedes también pueden ejercer, a su manera, de músicos esta tarde, pues no en vano dice Joan Margarít, a propósito de lo los lectores de poesía, que no son como el público que escucha canciones, sino como los músicos que interpretan partituras. Formula Margarit, supongo, esa comparación en la creencia de que la poesía sólo termina de hacerse en el oído y el gusto de quienes la aprecian y, finalmente, la interpretan. Por lo que les animo a que se pongan a ello.