Tomé esta foto al amanecer
del domingo. Entrando por los ventanales una luz algo sucia en las primeras
horas. Los lirios posaron con la elegante apariencia de quienes, a pesar de
haber trasnochado, conservan una lozanía enjuta. Ni el humo del tabaco, ni las
luces largas de la sobremesa les hicieron mella. Enraizados en el agua como una
pequeña bonanza mediterránea, uno espera que aún den fe durante algunos días de
esta primavera esquiva.
lunes, abril 28, 2014
jueves, abril 24, 2014
Cinco lecturas recomendables
No se tiene a menudo el buen ojo o la fortuna de
acertar con cinco lecturas, una detrás de otra, de tanta calidad como las
últimas a las que uno les ha hincado el diente. Ayer las relacionaba en mi facebook
con ocasión del día del libro, y apuntaba para cada una pincelada orientativa
sobre por qué me han resultado tan placenteras.
Se trata de Niños en el tiempo, donde Ricardo Menéndez Salmón vuelve a brillar con la precisión de su prosa más pulida. Una novela de la que ya se ha dicho casi todo, y de la que, particularmente, me sobrecogió su primera parte “La herida”, para la que, a mi juicio, se escriben las siguientes (“Cicatriz” y “Piel”), en una suerte de conjuro que revela el poder consolador de la escritura.
En Canadá, Richard Ford relata el tránsito hacia la madurez, que adopta en las páginas de su narración una apariencia fronteriza: el paso hacia otro país, hacia un paisaje inhóspito donde abruma la desolación de un adolescente desprotegido de casi todo afecto.
Se trata de Niños en el tiempo, donde Ricardo Menéndez Salmón vuelve a brillar con la precisión de su prosa más pulida. Una novela de la que ya se ha dicho casi todo, y de la que, particularmente, me sobrecogió su primera parte “La herida”, para la que, a mi juicio, se escriben las siguientes (“Cicatriz” y “Piel”), en una suerte de conjuro que revela el poder consolador de la escritura.
En Canadá, Richard Ford relata el tránsito hacia la madurez, que adopta en las páginas de su narración una apariencia fronteriza: el paso hacia otro país, hacia un paisaje inhóspito donde abruma la desolación de un adolescente desprotegido de casi todo afecto.
Dos
olas, el
título de la segunda novela de Daniel Pelegrín es la pequeña medida con que se
nombra una pleamar de oficio e inspiración,
una urdimbre de registros lingüísticos diferentes, de tiempos distantes, en la
que no rechina nunca su engranaje gracias a un estilo cuidado, que no está
lejos de una máxima expresada en sus páginas: “en la medida y oportunidad se halla
toda sabiduría”.
La
hondonada es la
más reciente novela de Jhumpa Lahiri y aun no siendo la mejor Lahiri, es
Lahiri y eso es, para sus lectores —y uno se cuenta entre los más fieles— no es poca cosa. Se lee, como todo lo suyo, con facilidad pasmosa pese a la distancia
cultural y geográfica de la que hablan sus narraciones (la India y los
bengalíes emigrados a Estados Unidos han protagonizado hasta ahora sus relatos
y novelas). La presente arranca de la situación sociopolítica de la India
poscolonial, del movimiento naxalita y de cómo esa insurrección separa
a los hermanos Subhash y Udayan, cómo condiciona la biografía de la saga
familiar de la que forman parte y a la que se le da continuidad ya en Rodhe
Island, en el desarraigo de la Calcuta natal.
El diario Trasatlántico, de Miguel Rodríguez Muñoz, está escrito con la misma cadencia, sencillez y pericia con que transcurre la navegación ambientada en sus páginas, un crucero sin más pretensión de aventura que la observación de un pasaje tan anodino, y por ello tan subyugante, como pudiera serlo el tráfico de gentes bajo una ventana de ciudad, una riada de rostros grises en los que, muy de vez en cuando, se distingue el espejismo de una bailarina ucraniana.
El diario Trasatlántico, de Miguel Rodríguez Muñoz, está escrito con la misma cadencia, sencillez y pericia con que transcurre la navegación ambientada en sus páginas, un crucero sin más pretensión de aventura que la observación de un pasaje tan anodino, y por ello tan subyugante, como pudiera serlo el tráfico de gentes bajo una ventana de ciudad, una riada de rostros grises en los que, muy de vez en cuando, se distingue el espejismo de una bailarina ucraniana.
lunes, abril 21, 2014
Una suerte de edén
El edén es una palabra que tiene aguja como
algunos vinos. Su sola pronunciación nos sube a la cabeza una nube de alegría.
El edén en compañía nos procura, además, una embriaguez de taberna o de alcoba,
de risas compartidas o de amores sudorosos. El edén siempre nos fija a la
tierra. A la carne deseada, al compadreo cómplice, al jardín colmado. El edén
secreto al que llegamos días atrás después de que tuviéramos la dicha de la
llave ofrecida nos pareció un espejismo de día festivo. Eso creímos, al menos,
durante las horas gozosas que duró. Pero algunas fotografías memoriosas dan fe de
que fue real. Qué suerte la nuestra.
Santesteba
lunes, abril 14, 2014
Sillón mirador
Este sillón se ha ido volviendo con los años tan
cómodo como desvencijado. Tiene la forma exacta de la espalda y unos ojos igual
de largos que las linternas costeras de un faro. Creo, además, que el alma se le parece, trenzada con sus mismos mimbres y apoyada, como él, en el árbol de la
vida, comparten una vocación recóndita, la de las sombras apostadas en lo más alto de las forestas, invisibles a los ojos de un mundo que, sin embargo, abarcan en paisaje suficiente como para saber a tiempo del curso de las estaciones y como para apurar todos y cada uno de los días igual que viajeros perezosos en la proa de un trasatlántico.
miércoles, abril 09, 2014
El viajero de Úrculo
Posó la mirada en la arena
como un viajero de Úrculo
que abominara ya de cualquier prisa
y de toda nostalgia.
Como un hombre en paz con los años
que ya sólo aspirase
a acompasar sus pasos
con el pulso dócil de las bonanzas.
JCD
jueves, abril 03, 2014
Perlora
Una
ciudad de vacaciones en ruinas. Sus casas, apuntaladas. Sus calles, tomadas por
la maleza. El camino que desciende a sus playas, de nuevo agreste. Y la primavera
otorgándole a todo un aire de esperanza que la razón da por escasamente cierto.
Justo en este prado donde crecen las caléndulas de la fotografía, corrimos de niños
bajo la confiada mirada de nuestros padres. Llegábamos aquí en el ferrocarril de vía
estrecha. Volando por encima de los
acantilados. El día era un sol y un océano. La mala hierba que hoy lo toma
todo, nunca alcanzará aquella memoria, pero su nostalgia apaga el color de esta
desolación presente.
martes, abril 01, 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)