miércoles, abril 27, 2016

Estreno en Gijón de La estancia vacía

Ayer tuvimos la suerte de asistir al estreno en Gijón de una película que, aunque rodada en 2006, no había sido todavía, incomprensiblemente, proyectada en nuestra ciudad. Se trata de La estancia vacía, codirigida por Iván Fernández y Miguel Barrero. Documental que indaga sobre los últimos meses de la vida de Michi Panero, que, enfermo, solo y sin apenas recursos económicos, se refugió en Astorga desde finales de 2002 hasta su muerte en  marzo de 2004, quizás en un intento de cerrar aquel círculo maldito que se había abierto con El desencanto, auténtico aquelarre freudiano  en el que los Panero “carroñeaban” el cadáver del patriarca, y que, en el tramo final de su vida, el más pequeño de los hermanos trató de restañar con una tardía recuperación del que fuera considerado, amañadamente, poeta del régimen.  La estancia vacía es una película dignísima que elige la sinceridad frente a la impostura y que para ello, en su hora y media de metraje, hace girar el desarrollo de todo lo contado en torno a una figura entrañable, Angelines Baltasar, la persona —“la doméstica” según su propia y humilde definición— que trabajó en casa de los Panero al cuidado de los quehaceres hogareños y de los niños, tanto en Madrid, durante un tiempo, como luego en las estancias de la familia en Astorga. A ella recurre Michi cuando vuelve a la ciudad maragata para que lo atienda en su desvalimiento de enfermo y hombre solo. Miguel Barrero hubo de trabajarse la confianza de Angelines para lograr su participación en la película. Y lo consiguió hasta tal punto que no son pocas las veces que la anciana habla no para la cámara sino para Miguel que, como un confidente ya amigo, la escuchaba fuera de plano pero lo suficientemente cerca como para que lo contado fluyera sin recelo. Intervienen también el alcalde de entonces, y profesor de literatura, Juan José Alonso Perandones, que reflexiona con buen pulso discursivo sobre las motivaciones que hubo en la decisión de Michi para refugiarse en Astorga. La médica que lo atendió y que certificó su defunción, Victorina Alonso. Su amiga, Mercedes Unceta Gullón, que traza un retrato íntimo de lo que a su juicio fue la vida desperdiciada de Michi Panero, asumiendo así un papel casi maternal al añorar lo perdido por querido, pero reprochando a la vez que la muerte se llevase a quien, pudiendo haber dado tanto, se fue dejando tan poco.  Y están también Ángel García, que fuera amigo de MIchi en su final astorgano, y Federico Utrera, periodista que le hizo una de las últimas entrevistas. Con todo se compone una película que, como queda dicho, es contrapunto a la puesta en escena efectista de El desencanto, y de su secuela, Después de tantos años, al elegir una perspectiva externa, pero muy próxima, situándose, a tal efecto, a la altura misma de Angelines, de su cabal sentido de la realidad, de su lección de generosidad y por tanto, y de algún modo, de esperanza.

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