lunes, mayo 16, 2016

Presentación de Los sueños de las sombras, de Fernando Menéndez

El jueves 12 se había uno comprometido a presentar el último libro de Fernando Menénez, Los sueños de las sombras, pero, con gran dolor de corazón [sic], me fue imposible asistir a La Buena Letra, donde se celebraba la puesta de largo de la reciente obra. Esto que sigue era lo que se tenía preparado para la ocasión y que mi amigo Emilio Amor leyó con su habitual solvencia:

Foto de Lucía Vázquez para LNE
Todos Vds. conocen bien, conocemos bien, la obra de nuestro amigo, filósofo y poeta con una dilatada trayectoria de publicaciones editoriales ampliamente difundidas y con otros muchos libros manuscritos e ilustrados por él mismo que han tenido una vida más recogida, si bien en ocasiones también han sido motivo de exposición como material no sólo bibliográfico sino también artístico, que de ambas cualidades pueden presumir. Licenciado en Filosofía Pura por la Universidad de Salamanca fue profesor y actualmente está provechosamente jubilado.

Sus primeras publicaciones aparecieron en revistas como Estafeta Literaria, Cuadernos Hispanoamericanos o Cuadernos del Norte (donde colaboró, por ejemplo, con sus Apuntes sobre el pensamiento de María Zambrano). Y sus libros, alguno colectivo como el Libro del Bosque, o la mayoría de autoría propia, han ido viendo la luz con una cadencia constante desde el año 1979, en que se editó Sinfonía interior, hasta esta obra que hoy damos a conocer. Esa producción ha cultivado las dos vertientes ya aludidas, la editorial y la artesanal.

En esta última faceta son admirables sus códices. Con una caligrafía primorosa e incubados por esa vocación amanuense que le lleva a escribir, ilustrar y copiar poemarios que se revelan como pequeñas piezas de orfebre. En tiempos de computadoras, impresiones láser, copisterías y muy asequibles encuadernaciones, Fernando Menéndez posee un inusual temple monacal, una capacidad de retiro y laboriosidad paciente que le permiten acometer esas empresas artesanales. He tenido la suerte de ver mis versos alguna vez en uno de esos libros de tan reducida tirada, manuscritos uno a uno, concebidos, ilustrados y hasta cosidos por el propio Fernando Menéndez, y les aseguro que tal deferencia supone un dichoso privilegio. Son libros que no persiguen el reconocimiento de los suplementos literarios ni tan siquiera un hueco en los mostradores o escaparates de las librerías, sino que constituyen el generoso placer de quien comparte con los más íntimos el fruto de su dedicación a la palabra, por lo que ésta dice y por cómo puede, delicada y elegantemente, decirse o escribirse.

Por otro lado, su vertiente editorial está jalonada de publicaciones poéticas y aforísticas a través de las que se ha labrado un merecido reconocimiento internacional en ese laborioso ejercicio de la brevedad y la concreción que tiene por resultado los haikus, las breves composiciones estróficas y, fundamentalmente, el aforismo.

En cuidadas tiradas se ha ido cuajando la evolución literaria de este profesor de filosofía a quien tanto afecto han profesado sus bachilleres (y doy fe de ello pues mi hijo tuvo la fortuna de ser alumno suyo). En su obra poética no solo cuida la precisión de la palabra sino que indaga a través de ella, teniendo en lo breve, como ya se ha apuntado, un eficaz aliado par esa introspección. Precisamente con el aforismo ha emprendido la aventura de sus últimos seis libros, todos ellos contenidos, intensos y hermosos: Biblioteca interior, Dunas, Hilos sueltos, Tira líneas, Salpicaduras (traducido éste al italiano en 2014, y por el que obtuvo la Mención de Honor en el Premio Internacional «Torino in Sintesi» per l´Aforisma) y  Artificios.

El aforismo, ha explicado en alguna ocasión Fernando Menéndez, habita en la frontera de lo literario y lo filosófico. En ese terreno se mueven los suyos, que, además, persiguen siempre la ligereza y la ambigüedad a través de una acentuada densidad conceptual, expresada austeramente en la forma: de modo que se concilian así la riqueza y profundidad del significado con la concisión del significante. No en vano ha dejado escrito Fernando en alguna ocasión que “El adorno es el suicidio del arte”. Además, y siguiendo a Bufalino, sus escritos aspiran al tiempo a ser los de un censor implacable de los vicios del mundo que nos ha tocado en suerte.

Y no otra, creo, es la inspiración que alienta las declamaciones de ese coro trágico, aforístico, que mantiene el pulso ético del libro hoy presentado. Los sueños de las sombras tiene una ambiciosa estructura que combina la voz de cuatro clásicos griegos, Esquilo, Sófocles, Eurípides y Píndaro, presentados, cada uno, a través de una composición poética que resalta, con sobriedad quirúrgica y versos delicados, los rasgos que los distinguieron en lo vital o lo creativo, y que los asocian, en cada caso, a una estación del año.

Los poemas que encabezan la rememoración de las figuras literarias aludidas son, siguiendo con la analogía de lo helénico, como el tímpano de un templo, faro y advocación, y se levantan sobre una columnata sólida constituida por las escogidas citas de esos autores griegos, por los coros aforísticos —auténtica voz moral de la obra— y por fragmentos extraídos de unos supuestos papiros que pertenecen a lugares —Gela, Colona, Pela y Tebas— donde vivieron, crearon o murieron los cuatro escritores citados, extractos en los que la naturaleza se convierte en la principal protagonista.

Dice Carlos Vara en su esclarecedor prólogo a Los sueños de las sombras que el más reciente libro de Fernando Menéndez es un diálogo poético y dramático. Es diálogo porque son varias las voces que acuden a sus páginas: tanto las de los diversos registros del autor como las de los autores sobre los que se constituyen las cuatros partes. Es poético, porque su sustancia expresiva es básicamente poética. Y, por último, es dramático porque el autor ejerce como corifeo, dirigiendo el desarrollo coral de una obra de inspiración trágica y apuntando, a la vez, sus asuntos esenciales.

Y dice también que es un libro necesario porque viaja al origen de lo que somos: “nietos de una herencia griega que la incompetencia y los intereses privados nos arrebatan cada día”. Por eso se hace preciso echar la vista hacia atrás y poner el presente en perspectiva. Y vernos en ese ámbito como el sueño de una sombra, según decía Píndaro en el verso que cierra el libro aludiendo a la naturaleza incierta del hombre. Ese hombre que según canta el coro aforístico “avanza errando y sospechando”, “transforma la vida en una metáfora de la duda” y “siente el agudo cansancio de lo incierto”.

El poeta evoca a los clásicos helenos, deja luego que hablen con su propia voz, y al hilo de lo que dicen, el coro interviene sentencioso, firme, querellándose con la dura realidad y la desmemoria, mientras de fondo, la naturaleza graba poéticamente su ciclo imperturbable, estacional, sobre los papiros.

Así se ha escrito Los sueños de las sombras, aunque Fernando, con el que ahora les dejo, seguro que hará una lectura mucho más personal, rica y precisa de su propia libro, en el que tanto y tan bien ha trabajado.

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