lunes, mayo 08, 2017

Un compás de tiempo


Subiendo hacia la Atalaya, el final de la tarde se iba ensombreciendo. Desde el acantilado hasta el horizonte todo lo cubría una espesa nube gris. El último sol dejaba sólo un ascua funámbula sobre la juntura del cielo con el mar. Fue una hora azul refugiada a duras penas en el fondo del océano. Soplaba el viento y llovía a ráfagas. Un paseante se cobijó de esa inclemencia por un rato bajo el atrio de la capilla. Miró desde allí cómo montaba mi máquina fotográfica sobre el trípode. Supongo que sentía curiosidad por saber qué imagen me proponía atrapar. Qué quedaría registrado finalmente de todo cuanto estaba sucediendo: el final de un día abatido por una borrasca oscura, la luz de un faro lejano, el ruido sobrecogedor de una marejada creciente. Si me hubiera preguntado, quizás hubiera tomado por arrogancia que le confesara mi intento de detener la tormenta a través de un objetivo, de apaciguar incluso la espuma de su oleaje violento, de domesticar el miedo que infundía el acantilado. Quizás ese paseante nunca había reparado en que el compás del tiempo modula la percepción de las sensaciones.

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